lunes, 9 de mayo de 2011

Morbo raro en la sauna

El otro día, me encontraba muy excitado por la lectura de los relatos que me vas enviando y el recuerdo de la última vez en que tuve mi cabeza hundida entre tus espléndidos muslos con tu polla hasta el fondo de mi garganta. Así que decidí buscar un desahogo y me dirigí, no con demasiada convicción, a una sauna, por ver lo que daba de sí el deambular por pasillos y vapores.

No había mucha animación – ¡ay la crisis!–, por lo que me resigné a no obtener más satisfacción que la de ligeros toqueteos. Bueno, sobar algún culo (bien sabes cuánto me gustan) y tantear alguna que otra polla tampoco está tan mal. Y por supuesto ser también yo el receptor de similares atenciones. Hay por lo demás un cierto ambiente comunitario que alimenta el “voyeurismo” que se me va acentuando con los años. ¡Qué gozada contemplar cómo se desfogan sin inhibiciones dos, o más, tiarrones –según mis cánones, que tú conoces– y cómo les excita sentirse observados!

Así estaban las cosas cuando me tope con un virtuoso en el arte de la succión, como recordaba de alguna experiencia anterior. De edad mediana, alto y bastante rollizo, me pareció ocasión a no desperdiciar. La cuestión era comprobar si él volvía a estar interesado en el contacto. Tras un expresivo cruce de miradas, me dirigí ostensiblemente hacia una cabina dejando entornada la puerta. A los pocos segundos entró y la cerró. Como ya sabíamos lo que nos aguardaba, sin mayor preámbulo, procedimos a quitarnos uno a otro la toallita que nos cubría las vergüenzas y me pidió que me tumbara en la cama. Así lo hice, boca arriba  y con las piernas entreabiertas, sabiendo cuáles serían sus próximos movimientos. En efecto, entrando por los pies de la cama, fue subiendo hasta alcanzar con su boca mi pecho y así empezar a lamer y chupar mis pezones, mis brazos, mi barriga… Saltó con sus lametones hasta las piernas mientras me acariciaba los huevos y la polla, que ya se empezaba a poner contenta. Como conocía su carácter sumiso, le agarré la cabeza para que empezara su tarea, sabiendo por lo demás que lo deseaba ardientemente. Obedeció, y de qué manera. Su boca era una máquina succionadora con diversos ritmos y cadencias, reforzada por sabias caricias, que me arrancaban gritos y expresiones de placer. Para no precipitar los acontecimientos, ya que mi polla echaba fuego, le permitía algunas pausas que aprovechaba para menearse la suya, que también merecía alguna atención.
 
En esas estábamos, cuando, al no haber quedado bien ajustado el pestillo, se  entreabre la puerta y asoma un tipo gordote y bastante peludo que muy cordialmente pregunta si puede pasar. Al parecer también conocía las habilidades del sumiso y no quería perdérselas. ¿Por qué no? Donde comen dos comen tres. Como la cama era de las anchas, se tumbó a mi lado y el tercero, gozosamente, se encontró con dos pollas a su disposición. Mientras él trabajaba alternativamente, compensándose la discontinuidad del proceso con el mayor morbo de la situación, nos acariciábamos y besábamos… ¡qué ricos y duros estaban sus pezones peludos! La cama parecía un bergantín con sus dos palos tiesos y un grumete muy dispuesto a obedecer las órdenes de dos  capitanes.


Así podíamos haber seguido indefinidamente hasta el inevitable momento en que nuestras trabajadas pollas dijeran basta y proyectaran su fluido hacia la cara del succionador, tal y como éste empezaba a suplicar. Sólo faltaba saber cuál de las dos se rendiría primero.

Pero…, y aquí empieza lo más peculiar de esta historia que, a la vez, me resulta más difícil de explicar, por el cambio de registro que he de introducir. El sexo puro y duro ha de abrir paso unos matices que se deslizan por el terreno más ambiguo del morbo y la seducción.
 
La puerta vuelve a abrirse lentamente y aparece un nuevo intruso, sin que sus pretensiones quedaran inmediatamente diáfanas. Lo había visto un rato antes, sentado solitario en un pasillo, pero no le había prestado mucha atención. No obstante, al adentrarse en la cabina, me pareció singularmente atractivo. Maduro, no grueso pero con carnes muy bien moldeadas, un vello corporal que resaltaba su virilidad y un rostro bastante interesante. La ambigüedad de sus intenciones resaltaba la curiosidad que me hizo sentir. El gordo tendido a mi lado fue a acariciarlo, como acogiéndolo en la familia, pero se retrajo dando a entender que, al menos de momento, sólo quería mirar. Como la actividad de los tres yacientes estaba en plena marcha, no era cosa de privarle de su contemplación. Pronto percibí que su mirada se iba centrando en mi persona, mientras que, bajo la toallita que aún conservaba, crecía un bulto significativo, lo cual captó aún más mi atención. Cuando al fin le cayó la toalla, apareció un precioso pene bien tieso y duro. Ello provocó que, como respondiendo a  un resorte, me incorporara de rodillas sobre la cama y, por encima del cuerpo de mi consorte ocasional, alargara la mano para acariciar aquella joya. Aunque se retrajo algo al primer contacto, no tardó en hacerme otro tanto, con gran regocijo del que observaba las maniobras desde la horizontal. Ya animado el recién llegado, demostró que no sólo venía a mirar sino también a ser mirado, de manera que se giró para mostrar su espalda rematada por un bonito culo, cuya textura y suavidad  no tardé en comprobar. Volvimos a acariciarnos las pollas y lo que no había conseguido todavía el experto chupador se produjo al contacto de esa mano que se movía con tanta delicadeza. De manera que mi leche se derramó en la barriga del que aún seguía tumbado en medio.
 
Recuerdo confusamente lo ocurrido de inmediato. El que me había masturbado tan gratamente salió de la cabina. Al poco hice yo otro tanto, pues me sentía necesitado de pasar por la ducha. Y allí quedaron mis dos primeros compañeros continuando sus afanes. Muy probablemente recibirían alguna otra visita.


Aquí podría haber acabado todo lo reseñable, como suele ocurrir en los encuentros de sauna. Pero en este caso siguió un cierto baile de seducción del que, aunque no físicamente, tú, mira por donde, también llegaste a tomar parte.
 
Ya refrescado y con la idea de que debería dar por concluida la incursión en la sauna, di todavía algunos paseos para observar si se había producido alguna renovación interesante de personal. Y por allí andaba el que me había vaciado antes con su caricia. Noté que volvía a mostrar su interés hacia mí por su manera de mirarme y de atraer mi atención  mediante ese gesto tan explícito de tocarse suavemente los genitales, cuyo volumen iba marcándose por debajo del taparrabos. No fui indiferente a su mensaje que le devolví con gestos similares. Como mi deseo estaba todavía algo menguado, preferí no precipitar lo que, no obstante, sabía que volvería a ocurrir. Proseguí con mis paseos sin rumbo y cada vez que volvíamos a cruzarnos percibía interrogantes en su mirada y la renovada crecida de su paquete. Para que su mensaje quedara suficientemente claro, optó por sentarse en una banqueta de manera que al retraerse la toalla quedaran bien visibles sus incitantes atributos. Algo había que hacer ante tan persistente reclamo y era yo quien debía allanarle al camino. La verdad es que no sabía muy bien cuáles serían sus pretensiones en ese segundo encuentro que parecía requerir y no cabía sino despejar dudas mediante un gesto más decidido. Así que entré en una cabina contigua y al instante me siguió cerrando la puerta tras de sí.
 
¿Qué pasaría ahora? Por todo su comportamiento previo, no me parecía que su intención fuera simplemente conseguir un revolcón, esta vez con mayor intimidad. Lo cual  daba un morbo especial a la situación y me tenía fuertemente excitado. Quedamos los dos de pie y ya desnudos. Su erección era contundente y mi polla iba volviendo a levantar cabeza. Él se dejó acariciar y, mientras sobaba su verga y sus huevos, le pellizcaba los pezones, que al ponerse bien duros revelaban el placer que experimentaba. Sentía su mano manejando mi polla y contribuyendo a su reanimación. Pronto, sin embargo, me apartó suavemente para concentrar su deseo en la mirada que dirigía hacia todo mi cuerpo. En éstas me pidió que me girara y subiera de rodillas sobre la cama, para tener una visión más directa de mi culo. Receloso de sus intenciones últimas, le previne acerca de mi estrechez anatómica como barrera infranqueable con la que toparía su polla si trataba de penetrarme. Entonces le hablé de la frustración de mi amigo más íntimo al no conseguir follarme como era su deseo. Él también se abrió a confidencias que me fueron dando claves sobre la singularidad de su comportamiento. Me contó que estaba casado y que su atracción por los hombres se expresaba básicamente a través de su “voyeurismo”, aunque no furtivo sino de presencia y con una cierta dosis de exhibicionismo, mostrando cómo reaccionaba su organismo ante lo observado, tal como quedó patente en su primera incursión. Rara vez había llegado al contacto físico, limitado en todo caso a las caricias. Todo un reto para mí, con lo que me enardecen las vivencias complicadas.
 
Más relajado y sin el recelo de sufrir un ataque imprevisto atendí su petición y ofrecí mi culo a su contemplación. No se limitó a ello sino que, con tímidos gestos, empezó a sobármelo, llegando a deslizar sus dedos, cada vez con más soltura, por la intersección de mis glúteos, lo que me producía un refinado placer. Fue acercando su cara a mi raja y, sin llegar a rozarla con labios ni lengua, iba deslizando su cálida saliva para obtener una mayor eficacia de sus tocamientos. Sentí la introducción lenta y suave de un dedo que realizaba una frotación nada molesta para mí. Mientras tanto, como me había agachado cuanto podía para facilitar sus trabajos, veía por en medio de mis muslos su balanceante polla que, de tan inhiesta, despejaba asimismo la visión de unos huevos que se iban cargando a medida que aumentaba su excitación. Mas cuando, animado por mi abandono, trató de introducirme más dedos, mi gesto de rechazo hizo que los retirara inmediatamente y reanudara las placenteras caricias.
 
Al mismo tiempo que actuaba, su mente iba elaborando nuevos deseos que le llevaron a interrogarme sobre el amigo al que había hecho referencia. Me pidió que te describiera y, al saberte fornido y rebasando la cincuentena, expresó su fantasía de ser testigo de uno de nuestros revolcones. Su entusiasmo aumentaba a medida que le iba respondiendo a los detalles que inquiría: cómo nos comíamos mutuamente las pollas hasta poder saborear la eclosión de semen; cómo disfrutabas cuando te follaba, con el culo bien abierto y animándome a que incrementara mis embestidas hasta lograr que me corriera en tu interior; cómo utilizábamos una diversidad de juguetes eróticos que alimentaban tu ansia de nuevas sensaciones; cómo, para darle más intensidad a nuestras emociones, recurríamos a correajes y ataduras, que te dejaban sumisamente indefenso ante mis ataques; cómo te ofrecía como objeto de placer a otros amigos ocasionales que me visitaban. El clímax que ya alcanzó su excitación le hizo exclamar que el tuyo había de ser el primer culo de hombre que desearía ardientemente follar.
 
De vuelta al asunto inmediato que teníamos entre manos, y una vez satisfecho de su manipulación sobre mi culo, volvimos a quedar enfrentados, lo que aprovechó para manifestar su deseo de ver cómo me masturbaba. No tuve inconveniente en atender su petición,  ya que mi vigor se había recuperado totalmente y el cuerpo me venía reclamando un nuevo desahogo. Al éxito de la operación contribuía la visión de su cuerpo y su mirada henchidos de deseo, así como los pícaros roces que con su polla iba aplicando sobre mis muslos. En esas circunstancias no tardé mucho en correrme, observando él atentamente el goteo de mi semen.
 
Colmadas de este modo sus ansias de mirón y consciente yo de la carga lujuriosa que se había ido acumulando en su sexo, alargué una mano hacia su polla, aún erecta al máximo. Pero, en cuanto los movimientos aplicados denotaron mi propósito de darle la satisfacción que creía merecía, el fantasma de sus inhibiciones debió imponerse sobre su deseo. Porque en ese momento, sin rechazarme directamente, fue retrocediendo hasta que mi mano quedó asida al vacío. Entonces, con una media sonrisa que expresaba a la vez gratitud y vergüenza, abandonó la cabina.
 
Quedé aún en ella unos instantes perplejo por la experiencia que me había tocado vivir de lo que osaría calificar de masoquismo psicológico. En ese contexto, el extraño final adquiría cierta coherencia y he de reconocer que, antes que decepción, me seguía durando una sutil sensación de placer morboso. Tal vez el componente masoquista también me había calado.
 
Para que una sorpresa fuera seguida de otra, en un nuevo cruce de pasillo, se me acercó para reiterarme su deseo de que lo invitara a uno de mis encuentros contigo. Afirmó ser una persona seria en quien se podía confiar. Con escepticismo, dado su comportamiento huidizo, no dejé sin embargo de preguntarle por la forma en que, en su caso, habría de concretarse la cita. No dejó de resultar coherente la única respuesta recibida: un beso y una sonrisa.

jueves, 5 de mayo de 2011

Gran Hotel II

Al cabo de unos días los dos ejecutivos volvieron a contactar conmigo. Me recordaron lo que había quedado pendiente de nuestro anterior encuentro y, además, como se habían percatado de mi disponibilidad para los juegos sexuales –eso que desconocían mis ocupaciones–, querían que estimulara su propio placer. En esta ocasión no iba a haber masajista, así que me correspondería mostrar mis dotes de macho activo. Salvando cualquier comparación, mi polla les había parecido suficientemente adecuada para poner sus culos a tono. La perspectiva no dejó de intrigarme y de aumentar la excitación que aún me quedaba de mi primera visita.

Esta vez la recepción en la suite estuvo más escenificada. Ambos iban vestidos, aunque de una forma un tanto peculiar. El polaco llevaba un pantalón corto de cuero negro, con tapadera delantera, que contenía sus fuertes muslos. Un correaje del mismo material resaltaba brazos y pectorales. El francés, por el contrario, se cubría –es un decir– con un curioso slingshot que resultaba de lo más provocador.


Para entrar en el juego, me indicaron que pasara a uno de los dormitorios y escogiera del vestidor algunas prendas a tono con las circunstancias. Entre la gran variedad que allí encontré, me decidí por lo que pudiera resultar bien provocador. Así escogí un jockstrap de cuero negro que dejaba todo el culo descubierto, siendo éste uno de mis mayores atractivos. El sucinto triángulo delantero a duras penas recogía mi paquete, que además ya estaba aumentando de volumen. Completé mi atuendo con una ajustada camiseta que me quedaba por encima del ombligo, liberada así mi oronda barriga. Estaba además agujereada a la altura de los pezones. Atuendo muy sicalíptico, como sin duda esperaban.
 
Me acogieron  con deseo y mientras uno se lanzó a lamer mis pezones tan a la vista el otro, arrodillado me sobaba el culo y cosquilleaba la parte delantera. Hasta que mi polla desbordó la resistencia del jockstrap. Bien caliente, me arrodillé a mi vez y así con la boca el miembro del polaco asomado al borde de la bata. Largo como era me llegaba hasta la garganta. Mis manos iban soltando la trampilla del pantalón del francés, que abrió paso a la gorda polla que había abrasado mi culo el otro día. Así fui chupando con deleite de uno y de otro hasta que cambiaron las tornas. Arrancaron a tirones mis escasas prendas y me alzaron sobre una repisa para ocuparse de mi humedecida verga. Se la iban tragando los dos y juntaban sus lenguas duplicando los lametones, que extendían a los huevos y a toda la entrepierna. Me hicieron girar y entonces fue mi culo el objeto de sus lamidas.
 
Con los cambios de postura, de nuevo me encontré con la gruesa polla del francés en la boca. Pero en esta ocasión formamos uno curiosa H, pues inclinado como estaba yo, recibí por detrás la embestida del polaco que, mientras me follaba, palmeaba mis glúteos marcando el ritmo. También se volcaba sobre mi espalda y me pellizcaba los pezones. Y el cipote en mi boca  casi me tenía cortada la respiración. Cuando lo soltaba iba subiendo para lamer su pecho y morderle los pezones, duros como piedras.
 
Después de este primer acto, puesto que el folleteo ya había empezado, prescindimos de los casi inocentes juegos de jacuzzi. Pasamos directamente al dormitorio y, en tanto se me refrescaba el ardoroso trasero por el frote interno que había sufrido, aprovecharon –como si de una clase práctica se tratara­– para darse por el culo mutuamente. La larga polla del polaco penetraba fácilmente al francés y, a la inversa, éste se esforzaba en abrirse para recibir el proyectil de su amigo. Como todo ello lo hacían mirándome con lascivia, no podía menos que calentarme aún más si cabe con el espectáculo. Ninguno se corrió entonces, en previsión de una prolongación del placer. Ahora el desvelo de mis amigos se centraría en ponerme a punto para mi turno agresor. Y el instrumento debía estar en perfectas condiciones. Así que me tumbaron en la cama y, a cuatro manos, más algunas mamadas, se afanaron en trabajarme la polla untada con abundante aceite. Hasta que les pedí que pararan si no querían un disparo prematuro.
 
Con gran voluptuosidad plantaron sus culos ante mí en posición oferente. Era un placer para los sentidos contemplar y sobar esas dos joyas, una firme y tersa, con la raja bien prieta, y otra cubierta de clara pelusilla, más distendida y dejando percibir la oscuridad de las profundidades. Con la polla vibrando de deseo, me encontraba como un niño que no sabe por que pastel empezar. Como tanteo, introduje un dedo de cada mano en los dos agujeros sopesando sus calidades. Me decanté por el culo peludo y se la metí con bastante facilidad, dilatado aún como estaba por el pollón que había recibido hacía poco. Me sentía a gusto allí dentro y bombeaba con fuerza, hasta que el francés reclamó su ración. Pasé pues a satisfacerlo y la entrada tuvo más resistencia. Reforcé las embestidas y la presión que las paredes ejercían sobre mi polla aceleraban mi placer. Me abrazaba con ímpetu al robusto cuerpo y, cuando estaba a punto de correrme, cayó sobre mi espalda el polaco metiéndomela de un solo golpe y consumando así el famoso “bocadillo”. Fue entonces cuando me vacié con un gran espasmo dentro del francés y tuve que aguardar a que mi polla fuera ablandándose para poderla sacar, de lo apretada que había estado. A la vez que mi atacante trasero redoblaba su ímpetu follador, el otro ya liberado se volvió y metió su gordo cipote en mi boca, llenándola por completo. Al poco, al mismo tiempo que notaba extenderse por mi culo un cálido fluido de semen, otro tanto me llegaba hasta el fondo de la garganta.
 
Exhaustos cayeron sobre mí abrazándome y lamiendo la leche que me rebosaba por arriba y por abajo.

lunes, 2 de mayo de 2011

Gran Hotel I

No sólo me cuentas tus andanzas profesionales, sino también las que por libre te surgen, llevado por tu sexualidad insaciable, como la que ahora transcribo:

Se me ocurrió abrir un perfil en una página de contactos para osos. Incorporé fotos de cara, culo y polla –mis instrumentos de trabajo– y me ofrecí como juguete erótico para alegrar la cama de parejas marchosas. Las respuestas fueron numerosas, preguntando por mis gustos y disponibilidades. Seleccioné las que realmente provenían de parejas interesantes. Unos querían follarme alternativamente e, incluso, meterme juntas las dos pollas. Otros pretendían hacérmelo en la boca. A la inversa, los había deseosos de que les alegrara sus culos con mis embestidas. Interesante también la propuesta del bocadillo: clavársela yo a uno mientras otro me la metía a mí. No faltaban los fetichistas para hacer de mí un maniquí de sus caprichos, los exhibicionistas para que mirara sus prácticas y ofertas más o menos duras de “bondage” y BDSM.

Solo leer tan variadas propuestas me iba provocando una gran excitación, y más si iban acompañadas de fotos sugerentes. Mi imaginación se desbordaba y mi polla se endurecía y humedecía pensando en los múltiples escenarios posibles. Comida simultánea de dos gordas y jugosas vergas, que pasaban luego a mi culo abierto al máximo mientras gritaba de dolor y de placer. Mi cuerpo cubriéndose de collares, pulseras y abalorios a manos de sobones sacerdotes del fetichismo, a los que luego me follaría sin piedad. Para no hablar de las más diversas sumisiones y ataduras que estaba dispuesto a soportar.

Mi interés se centró en dos perfiles separados pero que fui sabiendo correspondían a una pareja, si bien ocasional. Se trataba de dos ejecutivos, uno francés y otro polaco, que en sus frecuentes viajes de empresa buscaban coincidencias, incluso compartiendo hotel. Este era el caso de su estancia en la ciudad, donde estaban deseosos de una buena experiencia conjunta. Debieron cambiar impresiones previamente y se dirigieron a mí para pedirme un encuentro. No especificaban demasiado sus preferencias –tan solo aparecían ambos como versátiles– y se mostraban muy correctos y educados. Pero sobre todo atrajeron mi atención  las fotos que ilustraban sus perfiles.


El francés mostraba una atractiva combinación de “musclebear” –como se autodefinía– y hombre maduro próximo a la cincuentena. No  se le veía la cara pero, en la primera foto, exhibía unos marcados pectorales y unos brazos musculados y fuertes. La segunda, de un desnudo completo, confirmaba la robustez de su cuerpo. Poco peludo pero con un vello dorado y casi rojo en el pubis; sus sólidos muslos enmarcaban unos genitales de apreciable tamaño. ¡Cómo me imaginé poseído por tan rotundo ejemplar! El polaco, algo mayor de edad y aspecto más “bear”, presentaba un rostro bello y sensual, de cabello y barba cortos y  entreverados de canas. Una pelambre similar cubría buena parte de su cuerpo, velado por alguna pieza de cuero. Bastante robusto, no parecía muy alto, y lucía sobre todo su parte trasera, con un culo redondeado y apetitoso. Formaban, en definitiva, un tandem nada desdeñable, del que intuía gran experiencia, y mi curiosidad se estimulaba ante la posibilidad de una cita, ya no tan a ciegas.
 
Mi decisión se fue reafirmando a medida que avanzábamos en el chat mantenido por los tres. Se declaraban muy compenetrados afectiva y sexualmente, y abiertos a prácticas compartidas que completaran sus encuentros en diversas ciudades. Aunque mi cara les resultaba atractiva y simpática, y prometedores el culo y la polla que veían, se mostraron deseosos de una visión más completa de mi cuerpo. Así que eché mano de las muchas fotos de mi “book” y les envié un par en las que estaba desnudo tumbado en la cama mostrando al completo mi delantera y mi trasera. Al parecer les encantaron y se pusieron tan cachondos que, como contrapartida, me mandaron a su vez otras muy íntimas, en que se les veía practicando un 69 y al francés enculando al polaco. No menos calentado estaba yo, que les urgí para que concretaran ya su proposición.

En efecto me pidieron que acudiera el día siguiente al hotel donde compartían una suite. Acepté de mil amores y quedé a la espera, con una excitación tal que varias veces tuve que contener las ganas imperiosas de masturbarme.

Llegado al fin el momento subí a la suite del hotel, sin parar de estimularme el paquete en el trayecto del ascensor. Anticipo que la suite se componía de un salón con vistas impresionantes, dos habitaciones con amplias camas y un baño con jacuzzi. Mi primera sorpresa fue que me recibieran completamente desnudos y con una evidente erección. Jocosamente se excusaron explicando que, para matar el tiempo, habían estado mamándosela mutuamente. Resultaba evidente que no se trataba de gente con remilgos. El morbo creado por mi situación, completamente vestido entre ellos dos, se intensificó cuando empezaron a desnudarme.
 
Una vez despojado de la camisa, atacaron mis pezones con chupadas y caricias que se deslizaban por el vientre y la espalda,  con un cosquilleo tan placentero que me enervaba  y me impulsó a agarrar como punto de sujeción las dos pollas de mis anfitriones. Aflojada la cintura del pantalón, uno iba bajando lentamente la cremallera y otro metía la mano por detrás sobándome el culo y tanteando la raja. Sacado el pantalón, el slip estaba tan tenso por mi erección que un huevo asomaba por un lado y una manchita húmeda marcaba la punta del capullo. Liberada por fin mi polla, y sin dejar de toquetearme el culo, comprobaron con satisfacción que en absoluto desmerecía en comparación con las que yo aún asía con mis manos.
 
Los tres desnudos y gozosos nos enredamos en magreos y besos prolongados. Los fuertes brazos del francés me apretaban y me hacían restregar la cara por sus pechos, cuyos pezones puntiagudos chupaba con placer. El polaco seguía afanado con mi espalda y culo con incursiones de dedos cada vez más osadas.

No cabía duda de que yo era la novedad, así que los amigos a veces se coordinaban para doblar mi disfrute. Después de haberme chupeteado las tetas, sus lenguas iban bajando y cosquilleando mis costados –lo que me hacía estremecer–. Al llegar al bajo vientre, agarrados a mis muslos, se juntaban para ir repasando mis huevos y circular por mi capullo. Éste iba pasando de boca a boca, lo que me permitía apreciar sutiles matices de calor, densidad y profundidad.

Para evitar una explosión prematura, los hice levantar y me agaché a mi vez para corresponderles. Ante mi cara tenía una polla redonda y gorda con unos huevos no menos contundentes en un pubis flamígero; y a su lado, otra más larga y de capullo aguzado, emergente sobre unos huevos y un triángulo tapizados por un vello entrecano. En una placentera alternancia mi boca iba catándolas y pasando de la que me hacía abrirla al máximo a la que me llegaba hasta el fondo. Las hacía entrechocar y hasta intentaba metérmelas juntas. Ellos por su parte separaban las piernas para facilitar el acceso a sus huevos con mi lengua. En mi deleite no dejaba de pensar en lo que todavía me habrían de deparar tales instrumentos.
 
Había que dar un giro a la situación si no queríamos precipitar los acontecimientos. Una relajante sesión de jacuzzi era lo indicado. Su amplitud permitía acogernos a los tres y la caricia de las burbujas era lo adecuado para suavizar la tensión sexual creada. Pero por poco tiempo, ya que el cálido cosquilleo en las partes sensibles y las miradas de deseo que se entrecruzaban no auguraban demasiada tregua. Algún pie que buscaba incrementar el roce de las burbujas, una mano que se deslizaba por una pierna y hasta alguna zambullida más atrevida volvieron a desatar las pasiones. Mamadas de pollas flotantes, deslizamientos de cuerpos mojados, comidas de pezones, huevos restregados sobre caras…. Hasta que de repente el francés me levanto con sus fuertes brazos y me hizo poner con la barriga sobre el borde del jacuzzi de manera que mi culo quedara bien expuesto, y algo abierto de piernas para mejor accesibilidad. El polaco se situó debajo tanto para sobar y lamer a gusto mi polla y mis huevos como para hacerle lo mismo a su compañero, que estaba de pie a horcajadas. Este último proyectó la cara sobre mi culo abriéndolo con las manos. Me empapaba la raja con su saliva y la lengua buscaba el agujero. Yo lo sentía con intensidad y las piernas me temblaban descargando mi paquete sobre la cara del polaco que no paraba de lamer. El aceite que el francés empezó a aplicarme hacía presagiar nuevas incursiones. Primero fue comprobando con sus dedos la elasticidad de mi ano y, cuando la consideró adecuada, me inmovilizó entre la tenaza de sus brazos y la presión de sus pectorales sobre mi espalda, clavándome de un solo intento su verga tan gorda que ocupó todo el espacio. Así quedo un rato quieto sujetándome aún más con sus muslos contra los míos y saboreando mi temblor y mis gemidos. Poco a poco fue iniciando un bombeo que me puso ya a tono, una vez adaptado. Mientras, el polaco había aprovechado para salir del jacuzzi y arrodillarse ante mi cara para ofrecerme su polla, que chupé aumentando el placer que ya sentía. Para reservarse, el francés se salió y aflojó la presión sobre mí. No obstante volvió a deslizarse para lamerme la raja, tan dilatada ya que casi podía meter la lengua entera.
 
Me ayudaron a desentumecerme y ya secos pasamos a uno de los dormitorios, con una gran cama con sábanas de raso. Me dijeron –con una seriedad que en aquel momento no llegué a poner en duda– que a ellos les apetecía aprovechar el servicio de masajes del hotel y si no tenía inconveniente en usarlo también. Me gustó la idea y los hechos que se sucedieron me fueron confirmando que se trataba de algo especial. El masajista resultó ser un tipo que más bien parecía venir directamente de un club de halterofilia.  Alto y fuerte, el equipo de lycra blanco que llevaba marcaba unos pectorales poderosos en línea con unos brazos y piernas como troncos cubiertos de recio vello. El elástico tejido ceñía por lo demás una ostentosa protuberancia en la entrepierna. Aunque los tres llevábamos  tapadas las vergüenzas con la toalla ritual, el dato de que, en lugar de camillas de masaje, fuéramos a utilizar juntos la gran cama parecía ya algo anómalo, si bien la destreza de movimientos sobre ella de la que hacía gala el masajista obviaba cualquier inconveniente. Tendidos boca abajo empezó aplicándonos alternativamente, y de manera muy profesional, un ungüento perfumado por todas las partes no cubiertas. Pero a continuación las toallas fueron desplazándose casi imperceptiblemente y manos oleosas se deslizaron hábilmente por nuestros glúteos, de forma mucho más lasciva que una mera relajación muscular. El frote oleoso llegó a alcanzar nuestra entrepierna induciéndonos a despegar las barrigas de las sábanas. Producida la inevitable erección nos dimos la vuelta y, mientras una mano iba masajeando el pecho y endureciendo los pezones, la otra lubricaba las pollas y jugueteaba con los huevos cargados. Ya había desaparecido el ropaje de lycra y un imponente badajo se iba balanceando sobre nuestros cuerpos. Y aquí vino la sorpresa que se me reservaba. Pues mis anfitriones –que sin duda ya tenían experiencia de las cualidades de tan singular masajista– me sujetaron poniéndome bocabajo de nuevo como a una víctima propiciatoria. Un firme dedo se introdujo por mi culo impregnándolo de una crema que producía sensaciones de frío y de calor. Unos azotes de la inmensa polla me avisaron de su disponibilidad. Y en efecto sentí cómo mi culo iba tragando, en un trayecto que parecía no tener fin, la descomunal pieza cada vez más gruesa a medida que avanzaba. Llegué a morder los muslos de los que arrodillados a mis lados me inmovilizaban. Un suave balanceo, alternado con embates más fuertes, permitió que me fuera relajando y apreciara tan insólito placer. Probablemente como parte del espectáculo, mi atacante sacó a tiempo la polla para arrojar de inmediato un chorro de leche cuyas gotas me llegaron hasta la nuca.
 
Aunque agotado de momento, mi excitación no dejaba de crecer. De nuevo boca arriba, seguí sin embargo sujeto por mis guardianes, que ahora me besaban y mordían mis pezones, sin dejarme mirar hacia abajo. Porque para rematar su faena, el masajista había tomado mi polla con su boca y, con hábiles succiones, hacía que recuperara todo su vigor. La sacaba para lamer mis huevos, llegándose a tragar la bolsa entera. Se concentró ya en una experta masturbación en la que, enroscados sus recios dedos en mi polla, la sometían a una frotación  de ritmo variable, mientras que con la lengua lamía y ensalivaba el capullo. Cuando el temblor de mis muslos anunció la explosión, la engulló entera y sentí cómo mi leche de dispersaba por su garganta.

La sesión había resultado ya suficientemente completa, al menos para mí, sometido a un tratamiento intensivo. No, al parecer, para mis anfitriones que se mostraron interesados en ampliar nuestras experiencias. Así me recordaron que no había llegado a follármelos, cosa que les apetecía mucho, ni tampoco probado el bocadillo del que les había hablado. Quedamos pues para otro encuentro. Y de éste tal vez hable en otra ocasión….