jueves, 13 de diciembre de 2012

Durmiendo con la Guardia Civil


Hay vivencias anecdóticas de juventud que marcan las inclinaciones que uno irá consolidando a lo largo de la vida. Una de ellas resultó bastante insólita por la época y las circunstancias en que se produjo. 

Temerariamente me había lanzado a atravesar la península en diagonal, para pasar las vacaciones de Navidad en familia, conduciendo un viejo 600 que ésta ya había desechado. No recuerdo el tiempo que me llevó, pero sí la aventura en que me vi envuelto.

Circulaba por un paraje desolado de la meseta central, en una tarde de un frío mortal, y paré en una tronada gasolinera para repostar. Yo me resguardaba dentro del coche mientras el empleado llenaba el depósito cuando, inesperadamente, aparece por la ventanilla el rostro mostachoso de un Guardia Civil, con su tricornio y toda la impedimenta. Asustado, bajo el cristal y, con un marcial saludo, me pregunta en qué dirección voy. Se lo digo y me vuelve a preguntar si tendría inconveniente en llevarlo hasta una población que me cogía de paso. Insólito era encontrarse con un Guardia Civil haciendo autostop, pero el caso es que el hombre usaba este medio para disfrutar de su permiso navideño. Desde luego no pude menos que aceptarlo como copiloto y, al ocupar el espartano asiento, pude percibir que lo desbordaba con su robusta figura.

Manteníamos una intermitente y educada conversación mientras veíamos con inquietud un alboroto de nubes que no presagiaban nada bueno. Efectivamente no tardó en ponerse a llover, cada vez con más intensidad e, incluso, aparato eléctrico. En ésas estábamos cuando pasó algo que era de prever, dada la precariedad mecánica de mi viejo vehículo. El caso es que empezó a traquetear y a salir humo del motor, hasta que se paró. Fuimos a abrir el capó, amorosamente amparados ambos en el capote del guardia. Pero pronto llegamos a reconocer que ni uno ni otro teníamos solución para el percance. Seguro que el pobre hombre ya pensaría que en mala hora me había escogido como transportista.

Única tabla de salvación nos pareció un caserío no muy distante. Allá nos dirigimos precariamente resguardados por el capote. El campesino que nos abrió la puerta se llevó un buen susto al encontrarse con un Guardia Civil en tal estado. Por supuesto, no tenía teléfono y, ya de noche y con la tormenta, no sería posible llevarnos con el tractor hasta el pueblo, cosa que se ofreció a hacer por la mañana. Podríamos pasar la noche en un cuarto de arriba. “Pasa el tiro de la chimenea, así que no tendrán frío y podrán secar la ropa”. Subimos pues junto con una jarra de leche caliente y una botella de aguardiente.

Al Guardia Civil se le veía nervioso y cabreado, más contra los elementos adversos que conmigo. Enseguida se puso a quitarse la ropa e irla extendiendo junto a la pared por la que llegaba el calor. “¡Joder, estamos empapados!”. Yo me había quedado inmóvil, boquiabierto ante su rápido desvestir. Llegó a estar solo con los amplios calzoncillos –de esos antiguos–, mostrando un torso peludo y abundante en carnes.
 
Pero exclamó: “¡Hasta esto está húmedo!”, y se los bajó de un tirón irritado. La visión del culazo y de un sexo bien cargado me electrizó, como si me hubiera alcanzado un rayo de los que caían por el exterior. Entonces, aún con la prenda en la mano, me miró, como si solo ahora se percatara de mi presencia. “¿Piensas quedarte así? No te dará vergüenza…”. “No, es que descansaba un poco”, repliqué tontamente. “Igual te asusta un tipo tan gordo y peludo como yo”, añadió riendo. No dije ya nada y me fui desvistiendo, pero conservé los calzoncillos, no tanto por pudor como para que mi excitación no me delatara. “Los míos están secos…”, creí necesario justificar. Entretanto había llenado dos vasos de leche y, con la botella de aguardiente en la mano, comentó: “Solo hay dos vasos; así que lo echo también… Para entrar en calor”. Y añadió dos buenos chorros. Mientras bebíamos –yo lo notaba fortísimo, pero lo disimulé–,  miró la única cama que había, y no muy ancha. “¡Anda que a estas alturas dormir con un tío…! Al menos nos daremos calor”. Juntos y desnudos ¡qué maravilla y qué pánico!, pensé.
 
“¡Bueno, pues a dormir!”. Se metió en la cama y apagó la luz. Aunque los frecuentes relámpagos mantenían casi constantemente la estancia iluminada a través de la ventana. Aproveché que me daba la espalda para quitarme los calzoncillos, que en realidad estaban humedecidos y él podría notarlo. Entré por el otro lado de la cama, que ocupaba en gran parte. Casi hube de amoldarme a su contorno trasero para no caerme, pero con cuidado de que el roce no fuera excesivo. Porque en mi situación, con el calor que desprendía su corpachón tan próximo, me había empalmado casi dolorosamente. Tenía ya unas ganas locas de hacerme una paja, pero el movimiento podía delatarme. Incluso llegué a esperar que, si sus ronquidos denotaban un sueño profundo, tal vez podría aliviarme con cuidado. Pero, con una respiración normal, nada indicaba un cambio de estado. Al cabo de un rato, me sorprendió preguntando: “¿Duermes?”. “No”, respondí con voz tenue. Nuevo silencio y, de pronto, echa un brazo hacia atrás y me toca la polla. “Me lo temía”, comentó. Quise que me tragara la tierra en ese momento. Pero el caso es que la mantuvo cogida unos segundos. La soltó y volvió el brazo hacia delante. Entonces dijo algo que apenas podía creer. “Oye ¿me harías una mamada?”. Y todo seguido añadió: “Luego, si quieres, te hago yo una paja”. Expresé mi total aceptación arrimándome a él. Pero enseguida apartó la ropa de la cama y se puso boca arriba. Verlo a media luz sobándose la polla y pellizcándose un pezón casi me da vértigo. Cuando acerqué la cara a los bajos, me dejó vía libre y ocupó las manos con sus tetonas, mirando al infinito. Su verga estaba solo morcillona sobre los rotundos huevos. Para acceder mejor al conjunto le separé un poco los muslos. Acaricié todo aquello con deleite y hundía los dedos en el espeso pelambre. Pero tenía claro cuál era su deseo y no lo demoré. Lamí la verga intentando levantarla y de pronto la sorbí. Oí que emitía un “¡uhhh!” que expresaba el grato efecto causado. Chupé lentamente, salivando en abundancia, y bajando con la lengua la piel que cubría a medias el capullo. Éste adquiría solidez a medida que todo el miembro se endurecía. Ya con la boca llena, succioné con un ritmo variado y me encantaba percibir cómo hacia vibrar todo su cuerpo. Sus “¡ohhh!”, “¡sííí!”, denotaban una entrega al placer que le daba y que me estimulaba a esmerarme. Cuando exclamó: “¡Joder, tío, cómo mamas!”, me colmé de morboso orgullo. Pero mi persistencia acercaba el orgasmo. Tensó el cuerpo y su respiración se convirtió en resoplidos. Un prolongado “¡ahhh!” coincidió con la inundación de mi boca. Fui desacelerando la chupada, al tiempo que me pasaba por la garganta la abundante leche. Como mantenía la polla en la boca mientras él se distendía, preguntó con curiosa incredulidad: “¿Te la has tragado?”. “¡Claro, bien rica!”, respondí satisfecho. “Si tú lo dices…”, y quedó en total relajación.
 
Mi excitación estaba in extremis,  así que, cumplida mi misión, me puse a meneármela. Pero en cuanto se dio cuenta, intervino para frenarme. “¡Ssss! Había un acuerdo ¿no?”. Se puso de lado y me apartó la mano. Sin embargo, tras palpar mi polla, exclamó: “¡Coño, qué tiesa la tienes!”. Y como reflexionando con ella en la mano preguntó muy serio: “¿Tú has dado por el culo alguna vez?”. Mi respuesta fue ambigua, pero prosiguió: “Dicen que da mucho gusto…”. “Sí que lo dicen, sí”, apostillé para ver a dónde quería llegar. “Pero dolerá ¿no?”. Ya me envalentoné: “Con el culo que tienes, no creo que seas demasiado estrecho”. “¡Joder, casi que probaría! ¿Te parece?”. “Por probar…”, contesté disimulando las ganas que me habían entrado. Para disipar sus dudas añadí: “Tranquilo, que no será una violación. Poquito a poco y, si no te gusta, paro y acabas de hacerme la paja”. Rio nervioso y aceptó: “Vale. Pues tú dirás cómo lo hacemos”. Me produjo un extraño mareo la visión fugaz de la concatenación de acontecimientos que me habían llevado a convertirme en introductor a la sodomía nada menos que de un Guardia Civil. Su docilidad y disponibilidad me llegaban, por lo demás, a emocionar. Como la tempestad iba amainando y dominaba la oscuridad, decidí encender la luz. Ahora fue él quien pareció avergonzado. Me permití bromear: “Así apuntaré mejor”.

Empecé a darle instrucciones. “Ponte de rodillas y échate hacia delante apoyado en los antebrazos”… “Así. Separa un poco las piernas”… “Relájate ahora… Tienes un culo magnífico”. Adulación que me salió del alma, al contemplar la gorda y compacta superficie ornada de vello. Acariciarlo me enervó y él, al sentir mi contacto, aún expresó sus miedos: “A ver cómo lo tratas, eh”. “Te lo voy a comer un poco. Verás lo que te gusta”. Acerqué la cara y pasé suavemente la lengua por la raja. Profundicé un poco más y aproveché para ensalivarle el ojete. “¡Sí que es agradable, sí!”, reaccionó. “Ahora vamos a ello”. “Vale, pero con cuidado”. Me sobé la polla que, con los preliminares, había perdido algo de consistencia; pero el deseo que me embargaba me puso en forma enseguida. Nada más rozarlo con ella dio un respingo. “¡Relájate, hombre, que no muerde”. “Ya, ya… ¡Venga, dispuesto!”. El roce se convirtió en una cierta presión tanteando la raja. Encontré el camino y apreté poco a poco. “¡Huy, parece que va entrando!”, y le temblaba la voz. Efectivamente la dificultad no era demasiada y no tardé en tenerla toda adentro. “¡Uf, uf!”, iba resoplando, pero aguantaba. “¿Ves como no era para tanto?”. “Algo duele…”. “Pues ahora empieza la follada”. Me moví, primero despacio y luego más rápido. “¡Oh, oh, qué sensación más rara!”. “¿Pero buena?”. “No sé…”. Pero la cosa fue evolucionando… “¡Sí, sí, no te vayas a parar ahora!”…Y marchaba. “No aguantaré mucho sin correrme”, avisé. “Vale, pero no te salgas”. Que le hubiera cogido gusto me excitó todavía más y ya no tardé en vaciarme. Retuve dentro la polla hasta que empezó a aflojarse y caí sobre su espalda. “¡Coño, no me imaginaba que esto pudiera ser así!”. “Pues te diré que me ha encantado follarte”. Apagamos la luz y me dormí con su peludo pecho por almohada. Él me pasaba su brazo por encima.
 
Nos despertaron los ruidos de la mañana y, afortunadamente, el día estaba despejado. Mientras nos vestíamos, se mostró callado y taciturno, lo cual yo respeté. A saber cómo estaría procesando su mente lo sucedido aquella noche.

El campesino nos acercó al pueblo en su tractor. Allí pude contratar una grúa para recoger mi coche. El Guardia Civil había de procurarse un medio de transporte más seguro. Así que tocó despedirnos. Se cuadró e hizo el saludo reglamentario llevándose la mano al tricornio. El apretón de manos que me dio a continuación pareció decirme muchas cosas.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Oferta morbosa


Me dejó intrigado el mensaje que me enviaste: “He quedado con unos amigos para que me toquen y si quieres verlo, pues ningún problema…”. Me extrañó que dieras  a conocer tu ligue con quienes supuse –como efectivamente era– habrías contactado por la web, pero lo que más me sorprendió fue tu ofrecimiento de veros en acción. La verdad es que la propuesta me interesó mucho y la entendí mejor cuando me la explicaste. Se trataba de una pareja que buscaba un tipo como tú y que presumía de cerrada y de que solo tenía relaciones si eran con los dos. Tú les dijiste que también tenías un amigo y que, aunque no encajara en sus gustos, querrías que al menos estuviera presente. Como no pusieron inconvenientes, de ahí tu invitación. Aunque ya habíamos hecho algún trio e, incluso, cuarteto, siempre había sido con conocidos de los dos, y con participación de todos. Precisamente, una de mis fantasías es la de verte actuar por tu cuenta, con elegidos por ti y sin mi intervención. Ahora no se iba a tratar de observar más o menos subrepticiamente, sino de una presencia consentida. Esto me excitaba sobremanera y acepté encantado, quedando claro que, para evitar interferencias, en todo caso me mantendría en un segundo plano.

Te habías citado en casa de la pareja. Solo conocías de ellos alguna foto y las frases subidas de tono que os habías intercambiado. Tras las presentaciones, enseguida quedó claro el terreno de juego. Ellos solo estaban interesados en ti, como hombre grande, rollizo y velludo. Pero a su vez, el que ellos no ejercieran un especial atractivo para mí facilitaba las cosas. De todos modos confirmamos que mi papel consistiría en ver, oír y callar, sin pretensión participativa alguna. Ni siquiera me aligeraría de ropa. Desde el primer momento me fijé en las miradas libidinosas con que la pareja te repasaba. Seguro que se congratulaban de haberte ligado. A ti se te notaba la excitación de sentirte deseado e incluso de exhibirlo ante mí.

Por lo que se refiere a los anfitriones, uno era más bien joven, delgado y lampiño. Se declaró preferentemente pasivo. He de reconocer que tenía un buen cuerpo. El otro, mayor, no mucho más grueso, algo velludo y canoso. Lo que más llamaba la atención era que tenía una polla bastante grande. Todo esto lo capté cuando, en unos preliminares algo fríos, os fuisteis  desnudando, para enseguida pasar al dormitorio, que sería el teatro de operaciones. Por supuesto, os seguí y me acomodé en una butaca hacia un rincón. Evidentemente eras la novedad y, por lo que a mí respecta, pese a tenerte bien conocido, el que más me interesaba. Recordé la frase de tu mensaje “…para que me toquen…”, pero no dudaba en que habría mucho más.
 
Con una estudiada pasividad ofreciste tu cuerpo a la pareja. El joven empezó a acariciarte el pecho y la barriga para, a continuación, aplicar la boca a tus pezones. Siempre teatral, emitías sonoros gemidos acompasados a las chupadas que te daba. Ya te crecía la polla y el joven se puso a sobártela. Mientras, el mayor, a tu espalda, te tocaba el culo y llegó a ponerse en cuclillas para darte lametones en la raja. En cuestión de pollas, así como la del joven mostraba tan solo una discreta media erección, la del mayor iba alcanzando un considerable volumen. Cuando la viste, llegasteis a ofrecer una atractiva imagen plástica: te inclinaste para chuparla y el joven, sentado en el suelo por debajo, te la chupaba a ti.
 
Te propusieron que pasarais a la cama y tú, siguiendo tu tendencia natural, te tumbaste bocabajo, removiendo el culo provocativamente. Pero ellos, cada uno a un lado, tenían ganas de disfrutar de tu cuerpo. Te hacían girar hacia uno y hacia el otro besándote en profundidad; a veces las dos lenguas se hundían juntas en tu boca. Simultáneamente se redoblaron las caricias y el sobeo, en las que tomabas parte, pellizcando y chupándoles las tetillas. El joven fue bajando para llegar a tu polla. Te la sorbía y lamía los huevos, lo que volvía a arrancarte gemidos. El mayor, entonces, se arrodilló junto a tu cara ofreciéndote la suya. Lo miraste sonriendo y la alcanzaste con la boca. Así pude verte mamado y mamando, y me excité por lo que había de venir.
 
Trabajada por la boca del joven, tu polla se hallaba en máxima tensión. Entonces aquél  dijo: “Habías hablado de que querías follarme ¿verdad?” (Supuse que sería uno de los temas que habrían salido en el chat). Sonreíste con picardía y le pediste que se pusiera bocabajo. Él te advirtió: “Cuando vayas a penetrarme, avisa”, y mostró un condón que puso a la vista. El mayor os dejó espacio y quedó sentado en una esquina. Tuviste a tu disposición ese cuerpo liso y de culo resaltado que se te entregaba. Primero te echaste sobre él y te restregabas descargando tu peso. Le pediste al mayor si tendrían aceite y te alargó un frasco. Ibas rociando la espalda y los glúteos, y volvías a restregarte con más vehemencia. Echándote aceite en la mano se lo extendiste por la raja. Cuando le metías algún dedo, el joven daba un respingo. Te incorporaste sobre tus rodillas y te untaste la polla endurecida. Entonces fue el mayor quien se encargó de colocarte el condón. Cogiéndotela con una mano tanteaste dos o tres veces el agujero y por fin empezaste a entrarle. Al ver la excitación reflejada en tu cara congestionada, me di cuenta de que era la primera vez que te veía follar así. Conmigo siempre soy yo el activo y, si en algún zafarrancho entre varios lo habías hecho, estaría yo demasiado ocupado para fijarme. Ahora, en mi posición de observador, verte actuar con tanta vehemencia me puso muy cachondo.
 
El joven, al principio, te recibió quieto y silencioso (ya debía estar habituado a una polla grande) pero, cuando volcado encima, te movías con golpes de cadera, empezó a emitir murmullos de placer. Esto te enardeció y aumentabas la intensidad de las embestidas. Me gustaba ver las contracciones de tu culo acompañando el bombeo. Exaltado, quisiste que la penetración fuera más intensa, salvando el tope que hacía tu barriga. Hiciste que el joven se elevara sobre sus rodillas y tú, más en vertical, volviste a acoplarte. El joven acusaba la mayor contundencia de tus acometidas con quedos gemidos, mientras tu excitación iba llegando a la cima. Poco a poco fuiste ralentizando tus movimientos hasta derrumbarte sobre el joven, quien quedó aplanado a su vez. Tu polla fue saliendo, arrastrando consigo la bolsa repleta del condón. El joven se liberó de tu peso y te impulsó a ponerte bocarriba. Al tiempo que te daba un profundo beso, te ofreció una toallita para que te limpiaras al quitarte la goma.
 
Tanto el mayor como yo no perdíamos ni un detalle de vuestros actos, e incluso llegamos a cruzar alguna mirada cómplice. Claro que nuestras actitudes habían de ser muy distintas. Por su parte, él sobre la cama también, desnudo y estimulando su erección, daba rienda suelta a un disfrute morboso de la posesión de su pareja por un extraño. En tanto que yo, fiel a lo convenido, me mantenía en una discreción absoluta, aunque llevara mi excitante procesión por dentro.

Quedaste relajado y despatarrado. Se te notaba la satisfacción por lo realizado. Pero el mayor estaba ya muy caliente y exhibía su gorda polla bien dispuesta. Estaba claro lo que pretendía, y que tú también lo deseabas para completar tu placer. No hicieron falta palabras para que te dieras la vuelta ofreciéndote. Mientras el mayor te acariciaba la espalda y el culo, el joven se encargó de ponerle un condón. Antes de proceder, te roció la raja con aceite y hurgó para lubricarte. La entrada de los dedos la acompañabas con sonidos guturales. Ya listo, el mayor dirigió su polla a tu agujero y fue metiéndotela con cuidado. No escatimabas los gemidos y los murmullos de incitación. Una vez adentro del todo, te hizo separar los muslos con sus rodillas e inició un mete y saca in crescendo que iba haciendo tus delicias. Tú mismo, en un arrebato, elevaste la grupa y metiste un cojín bajo tu barriga. Facilitabas así la penetración que tu partenaire reforzaba asiéndote de las caderas. Tenía bastante resistencia y tú te quejabas falsamente (Bien sé que eres insaciable). “¡Me corro!”, exclamó al fin el mayor apretándose a tu culo con fuerza. Tuvo varios espasmos y fue saliendo, para quitarse el condón a continuación. Aún apoyó unos segundos el grueso miembro sobre la raja. Te dejaste caer derrengado y él preguntó: “¿Qué? ¿Bien?”. Al volver a ponerte bocarriba respondiste: “Espero que también para vosotros”.
 
Desde luego se notaba que habías colmado sus expectativas y tú te complacías en ello. Hasta el punto de que, en ese momento en que cabía preguntarse ¿y ahora qué?, flanqueado por los dos, te llevaste las manos a la polla. Te la sobabas como al descuido y empezó a engordar. Entonces ellos aplicaron sus bocas a cada uno de tus pezones, que chupaban con agrado. Pasaste del sobeo a la masturbación, sin prisas pero sin pausas, con los ojos cerrados y expresión beatífica. En este placentero estado, unos borbotones lechosos acabaron expandiéndose sobre tu capullo.
 
Aunque los furores sexuales parecían haber amainado, mi observación no decayó cuando pasaron al baño. Sentado en la tapa del wáter, di fe de los retozos a que os entregasteis los tres en la amplia ducha. Más con mimos que con lujuria, la pareja ponía todo su entusiasmo en dejarte limpio como una patena. Dejabas con liberalidad que las manos enjabonadas recorrieran tu cuerpo y facilitabas la tarea apoyando los brazos en la pared y separando las piernas. Esa provocadora actitud dio como resultado que el mayor, quien se había empalmado de nuevo entre frote y frote, llegara a deslizarte la polla por la raja espumante y se clavara con toda facilidad. Te retorciste voluptuoso, agradecido de la sorpresa. El agua fue al fin diluyendo el jabón y los juegos.
 
Una vez que te vestiste, la pareja, que se había limitado a ponerse toallas en la cintura, no concretó ningún acuerdo de futuro (ya lo apañarían en el chat). Así que nos despedimos (Y en esto me incluyo, porque también recibí los besos protocolarios). Ni tú ni yo hicimos comentarios… en ese momento. Lo que sí dijiste fue: “Cuando lleguemos a casa me follas otra vez”. Y vaya si tenía yo ganas, después del calentón que había acumulado.

lunes, 26 de noviembre de 2012

La extraña pareja

Cerca de mi casa, en una calle por la que paso con frecuencia, hay un pequeño bar. Es de esos negocios familiares que, por sus dimensiones y la escasez de clientes, resulta admirable que puedan subsistir. Lo regenta un matrimonio maduro, él y ella gordos de aspecto plácido, que acostumbran a estar casi siempre sentados a una mesita en el exterior. Lo cierto es que encontraba particularmente atractivo al varón, sobre todo cuando lucía sus recios muslos por los pantalones cortos que solía usar. La mirada se me iba cada vez e, incluso, llegó a darme la impresión de que no se les escapaba mi atención. Hasta me pareció que intercambiaban alguna sonrisa de complicidad. Lo cual no dejaba de cohibirme, aunque también me intrigaba y excitaba.
 
Un día en que volvía a casa acalorado, se me ocurrió tomar algo fresco. Mie dirigí directamente al interior del bar, saludando al pasar junto a la mesa en que, como de costumbre, estaban. Fue ella la que se levantó para servirme. Me sorprendió lo que dijo: “¿Se lo quiere tomar fuera con mi marido? Estará mejor… Yo tengo que hacer cosas por aquí”. La inesperada invitación me resultó interesante y, cuando me instalé en la mesa, parecía que el hombre ya lo esperara. No pude evitar que la vista se me fuera a aquellas piernas que ahora tenía tan cerca. Él sonrió y dijo: “Hace tiempo que nos tenemos vistos ¿eh?”. “Paso mucho por aquí…”, contesté algo cortado. “Ya, ya…”. Y la conversación que siguió me sonó surrealista. “Si hasta nos preguntábamos en cuál de los dos te fijabas más”. Continuó con una risotada y varias palmadas a su muslo: “Creo que gano yo, ¿verdad?”. Mi sonrojo sirvió de respuesta. “No hay problema. A ella le van las tías”. “Vaya…”, fue lo único que me salió. “No creas… Seguimos follando como locos. Pero cada uno tiene sus caprichos”. Me picó la curiosidad: “¿Y cómo os apañáis entonces?”. “Muy fácil: si a uno le sale algo, se van arriba, y el otro se queda atendiendo el bar”. Añadió con expresión pícara: “A veces nos espiamos con discreción”. A estas alturas, yo no sabía si sacar partido de las confidencias o considerarlas demasiado raras para arriesgarme. Si bien quedaba claro que no se trataba de hacer un trío, encontraba lo de los turnos algo embarazoso.

Llegó un par de clientes a hacer el aperitivo y vi que eran el momento de escabullirme. Quería tener tiempo para reflexionar, aunque lo suculento que estaba el tío era un poderoso gancho. Su despedida fue, por lo demás, la mar de elocuente: “¿Vendrás esta tarde?”. Ni que sí ni que no, quedó la cosa en el aire. Pero, cuando me encontré en casa, apenas pude comer por la excitación que me embargaba. Volver allí y que la mujer nos diera permiso para subir al piso era bastante insólito. Sin embargo, reconocía que no dejaba de añadir morbo a la situación. Al fin me liberé de prejuicios y pesó más el festín de sexo que el hombre prometía.

A primera hora de la tarde ya estaba enfilando la calle. La pareja ocupaba la mesa de costumbre. Tener que enfrentarme a los dos hizo que mis pasos se ralentizaran. Pero, nada más divisarme, el hombre ya me hacía señas para que me sentara en una tercera silla. El papelón que me temía ante los dos rostros sonrientes subió de nivel al comprobar que hasta se les veía muy amartelados. Cuando empezó a hablar el hombre, entre risas de la mujer, a la que había pasado un brazo por el hombro, su franqueza resultó insólita: “Antes te dije que follábamos muy a gusto… y a ésta le vuelve loca que le coma el coño. ¿Verdad, cielo? Pero también necesito de vez en cuando chupar una polla y tomar por el culo,…que ahí ella no llega”. La mujer completó el cuadro, como si fuera una conversación íntima: “Bien que te como la polla yo, pero a un coñito no le hago ascos… Y a unas buenas tetas le saco tanto jugo como a las tuyas peludas”. Ya estallé: “Bueno, ¿qué pinto yo en todo esto que me contáis?”. El hombre, con actitud risueña, soltó a la mujer e, inclinándose hacia mí, puso su mano en mi pierna. “Nos gusta ir con la verdad por delante… ¿No te has calentado? Ahora nos podemos ir tú y yo arriba…, si te parece”. Pues sí que me había calentado reproduciendo en mi mente el relato, y ardía en ganas de meterle mano al esposo, aunque fuera con la venia de la esposa. Cuando él se levantó, me puse de pie como un autómata y lo seguí eludiendo la mirada de ella. Aunque aún le oí decir: “No tengáis prisa…”.

Me hizo pasar delante por la estrecha escalera y ya aprovechó para sobarme el culo. “Yo sí que estoy ya caliente”, comentó. Nada más traspasar la puerta lo demostró. Me acorraló contra la pared y se agachó para abrirme la bragueta. Me sacó la polla y la miró unos segundos. “¡Mojadita, qué rica!”. Dio una chupada que me erizó la piel. Pero yo no quería tantas prisas –bien que lo acababa de decir la mujer– y deseaba indagar más en su corpachón. Así que lo impulsé hacia arriba y lo abracé. Con mi boca busqué la suya que, al principio, se resistía a abrirse. Logré que mi lengua se adentrara y sorbí la suya, que ya se movió inquieta. Entretanto, le bajé el pantalón por detrás y mis manos accedieron a su culo prieto y velludo. Noté que su verga endurecida se apretaba contra mi vientre. Eché para abajo del todo el pantalón y se la agarré palpando su consistencia. Él no podía manejar la hebilla de mi cinturón, así que lo ayudé y también me cayeron los pantalones. Me recompensó quitándose la camisa. Lo imité y por fin estuvimos desnudos, cuerpo contra cuerpo.
 
Casi me arrastró en dirección al dormitorio, donde caímos sobre la cama. Me llegó a producir morbo pensar que allí mismo follaba con su mujer. Me vino a la cabeza la referencia de ésta a las tetas peludas de su marido, y ante mí las tenía bien apetitosas. Las manoseé y estrujé, y cuando empecé a chuparlas se retorció frenético. “¡Sí, sí, cómo me gusta!”. Enardecido, mordía los duros pezones y lo hacía gemir de placer. Bajé una mano que encontró su polla destilando abundantemente. Eso hizo que me deslizara hasta tomarla con la boca. La limpié a lengüetazos  y aún lo provoqué: “Igual no te la chupo tan bien como tu mujer…”. Replicó: “¡Calla! Una mamada es una mamada”. Comí polla y huevos con deleite, hasta que se revolvió para apoderarse de los míos. Ahora sí que mostró su hambre de sexo macho. Sus lamidas y chupadas me recorrían desde el pubis hasta el ojete, manejándome con sus recias manos. Pero se guardaba de hacerme estallar, porque me reservaba para otro de sus deseos. No tardó en explicitarlo: “Está a punto para que me folles ¿Lo harás, verdad?”. Su demanda aún me excitó más y lo empujé para que se diera la vuelta. Él, ansioso, se colocó con el culo levantado. Me puse a disfrutarlo de vista y de tacto. Le daba palmadas y pasaba los dedos por la raja. Le palpaba los huevos colgantes y la polla aún tiesa y mojada. Se impacientaba removiéndose y gemía cuando le hurgaba el agujero. “¡Fóllame ya!”, suplicó. Entonces me la sujeté y apunté. Al ir cargando mi peso iba entrando, mientras él resoplaba. “¡Ahhh, qué gusto me estás dando!”, exclamó cuando llegué a tope. El bombeo que inicié con energía le hacía golpear la cama con los puños y agitar la cabeza, al tiempo que profería imprecaciones ininteligibles. Yo me espoleaba por segundos y le pregunté: “¿Quieres la leche?”. “¡Toda, toda!”, respondió con voz temblona. Si no me hubiera autorizado, tampoco habría podido parar, porque ya me salía un chorro que me dejó seco.
 
Quedamos los dos como traspuestos y todavía me preguntó: “¿Me la has dado toda?”. “¿Tú qué crees? Ni gota ha salido fuera”, repliqué. Se revolvió entonces y, boca arriba, se cogió la polla. “¿Me haces una paja o me la hago yo? No resisto más…”. Se puso a meneársela frenético, pero yo le arrebaté el mando. Con una mano, le metí un dedo por el culo y le cogí los huevos. Con la otra sustituí la suya y le apliqué una frotación de ritmo variado. Esto lo puso más fuera de sí y casi pataleaba, ansioso por correrse. Unos últimos toques abrieron al fin la espita y la leche se expandió en aspersión, llegándole hasta el pecho y acompañando un estruendoso aullido. “¡Joder, qué polvo más bueno!”, sentenció cuando recobró el resuello. “Yo también me he alegrado de conoceros”, repliqué con ironía.
 
En el baño nos limpiamos someramente –ya me ducharía en casa–. Pero aún pude contemplar satisfecho las buenas hechuras de mi anfitrión. Recuperamos la ropa y bajamos juntos. En el bar, la mujer lavaba unos vasos. Nos miró sonriente y comentó con tranquilidad: “Os lo habréis pasado bien ¿eh? Hasta aquí se os oía”. El marido rio también y le dio una palmada al culo. “Ya le habrás echado el ojo tú a alguna pichona”. Con este peculiar quid pro quo acabó mi aventura de aquel día.

Pasé unos cuantos días esquivando la calle para poder asimilar encuentro tan extraño. El hombre me había gustado muchísimo, pero sus circunstancias me tenían perplejo. Cuando por fin me decidí a pasar por el bar, estaba él solo sentado en la mesa. Con un gesto pícaro me explicó: “Hoy le ha tocado a ella… Y tú no te hagas tan caro de ver. Aquí se te aprecia…”.

viernes, 16 de noviembre de 2012

El fotógrafo y el tío de la novia

Un fotógrafo profesional, gordo, maduro y muy simpático, con el que me une una buena amistad, es un pozo de anécdotas sobre su trabajo, algunas de las cuales con ligues inesperados. Fue el caso de la última que me contó regocijado.

Había sido contratado para cubrir una boda, lo que se le presentaba como algo convencional. Resultó, sin embargo, que le llegó a suscitar gran interés un tío de la novia quien, al parecer se había erigido espontáneamente en maestro de ceremonias, sobre todo durante la celebración en el hotel. Era grandote y robusto, de rostro muy expresivo, y desplegaba una gran actividad. Ni que decir tiene que lo fue captando frecuentemente con el objetivo de su cámara. Le pareció que había llegado a darse cuenta de su atención y que no le desagradaba, ya que a veces incluso procuraba ofrecerle una buena toma. Pero también procuraba pillarlo en poses más sueltas. Así le hizo gracia la de veces en que, de forma mecánica, se ajustaba el paquete, como si el pantalón del chaqué le quedara incómodo. No desperdició la oportunidad de recoger tales imágenes.
 
Supuso para el fotógrafo una sorpresa que, al final de la celebración, el que había estado observando con tanto afán se dirigiera a él. Incluso llegó a temer que fuera a quejarse de su excesivo interés por retratarlo. Pero todo lo contrario. Muy sonriente y en tono amistoso le dijo: “¡Vaya cantidad de fotos que has hecho, eh! Me gustaría pasarme por tu estudio y ayudarte a preparar el book para la familia. Será divertido ¿no te parece?”. Algo insinuante le pareció, desde luego, y no iba a desaprovechar el encuentro privado que se le proponía. A ver por dónde saldría…

Cuando el tío de la novia, según lo acordado, apareció por el estudio, a mi amigo casi se le cae al suelo una costosa cámara. Si ya con el atuendo ceremonial resultaba apetitoso, la transformación experimentada quitaba el hipo. La solemnidad había sido sustituida por el más desenfadado aire veraniego, que resaltaba su generosa envergadura. Unos pantalones bastante cortos –nada de piratas ni bermudas– apresaban sus sólidos muslos. Una alegre y suelta camisa dejaba ver el vello de pecho y brazos. Al fotógrafo casi le dio corte no haberlo recibido más ligero de ropa.

En un principio, había pensado hacer un expurgo previo de las fotos más explícitas de manoseo del paquete. Pero decidió dejar todo tal cual, confiando en el buen talante que demostraba el afectado. Quedó cerrado el establecimiento y pasaron al despacho donde, sentados en sendas sillas muy juntas, se dispusieron a ir visualizando en el ordenador las numerosas imágenes digitales. La primera parte, de la ceremonia en la iglesia, era la más convencional. Sin embargo, el roce de piernas, que el visitante no rehuía ya enervó al fotógrafo, quien lamentó no llevar también pantalones cortos. Al menos, el choque incidental de brazos le permitía un cálido y grato contacto. Los comentarios que el otro hacía, como que él no estaba hecho para el matrimonio, iban poniendo picante a la situación. La parte festiva del evento dio ya mucho más de sí. Aquí era donde el tío de la novia aparecía profusamente. “¡Vaya, parece que resulto muy fotogénico a pesar de mi volumen…!”, dando al otro golpecitos en el muslo. Mantuvo la mano presionando y continuó: “No creas que me disgustara. Ya ves que trataba de presentarte mi mejor perfil ¡ja, ja!”. Cuando llegaron las fotos del toqueteo, aún se puso más chispeante: “¡Anda, éstas sí que no me las esperaba! Te fijas en todo tú, eh. Celo profesional se llama… ¿Tantas veces se me fue la mano? Tienen su gracia. Ya me decía yo que eras un tipo simpático… Pero mejor que queden entre tú y yo ¿No te parece?”. Ahora fue mi amigo el que le acarició el muslo desnudo. “Hasta te podría hacer fotos de estudio…”. Volvió a reír el visitante. “¿Cómo, con chaqué o más ligero de ropa?”. “Eso depende del cliente”. “¿Ah, sí? ¿Y que te parece esto?”. Se subió un pernil del pantalón y asomaron la polla y los huevos. “No está nada mal para empezar… ¿La hago?”, preguntó el fotógrafo echando mano a la cámara. “¡Venga, que me da morbo!”.
 
Varias tomas excitaron a mi amigo como nunca en su vida profesional. El otro se fue animando también y demostraba tener vena de exhibicionista. Se abría la camisa y afloraban sus tetas velludas. El pantalón fue cayendo en varias etapas hasta llegar al suelo. El fotógrafo, hipnotizado, alternaba la visión directa y a través de la cámara, disparando ráfagas a las posturas cada vez más insinuantes del modelo. Su pose en desnudo integral resultó de lo más provocadora. “¿Doy bien así?”, preguntó retador. La respuesta surgió espontánea. “¡Para comerte!”. “No suena muy profesional… pero me gusta”, replicó el piropeado.
 
El hombre iba lanzado, pero hizo una jocosa reclamación. “De aquí no paso como no haya igualdad de armas. Yo también necesito inspirarme… ¡Ven para acá!”. Sin darle tiempo siquiera a soltar la máquina, se lanzó sobre el fotógrafo y en un santiamén lo dejó en cueros. Semejante acción por sorpresa, que aquél se dejó hacer riendo nervioso, lo puso a cien. “Eso me gusta más”, dijo el otro con desparpajo. “Estaba deseando esto desde que te vi en la boda”. Así que ha sido una encerrona premeditada, pensó mi amigo. No menos agradable, por supuesto.
 
La sesión fotográfica se convirtió de ese modo en un juego de precalentamiento de lo más eficaz. El tío de la novia le daba un morbo increíble y disfrutaba prolongándolo. El fotógrafo se debatía entre el creciente deseo de un revolcón y la oportunidad de un trabajo tan peculiar. El modelo iba a su aire inventando poses, y hasta llegó a usar algún complemento que se había traído para poner salsa. Tanto que ya se mostraba empalmado con todo descaro.
 
Verlo así, reclinado en un sofá, ya fue demasiado para el fotógrafo que, soltando la cámara, se lanzó como atraído por un imán a comerse polla tan tentadora. No es que la iniciativa disgustara al tío de la novia ni mucho menos. Por el contrario, juguetón, le pasó las piernas por  encima de los hombros y disfrutó de la mamada. “¡Jo, qué boca! Si sigues así me vas a sacar hasta el alma”. Mi amigo no pretendía, desde luego, tal desenlace prematuro, pero, sin soltar aquellos muslos en torno a su cabeza, lamió los huevos y repasó con la punta de la lengua el origen de la raja. “¡Huy, cómo me pones! Pero ahora ven para acá…”. Deshizo la llave en torno al cuello e hizo que el fotógrafo se irguiera. Se echó hacia delante y miró con voluptuosidad la polla que el otro ya le ofrecía. “¡Humm, esta gotita…”. Y lamió la que asomaba en el capullo brillante. Siguió con una succión que puso la piel de gallina a mi amigo.
 
Tampoco quiso excederse. “¿No me invitarías a tu cama…? Alguna fotito más y harás lo que quieras conmigo…”. El fotógrafo rio. “¿Quién hace lo que quiere con quién…?”. Efectivamente, en el estudio había una pequeña habitación que aquél usaba cuando, por acumulación de trabajo, no le compensaba irse a su casa; …y tal vez para otros fines más lúdicos. El auto-invitado dejó el sofá y los dos se dirigieron al cuarto, aprovechando para sobeos mutuos. “¡Humm, este culo me priva!”. “Pues el tuyo que se prepare…”. Pese a esta declaración de intenciones, el interés fotográfico no estaba ausente. Por eso aquél, al ver un lavabo, pidió: “Deja que me limpie un poco los bajos después de tanto chupeteo, para que me queden presentables…”. Se pasó agua y se secó para, a renglón seguido, echarse el la cama.
 
No le costó mucho ponerse cachondo en cuanto volvió a verse enfocado por la cámara. El fotógrafo cumplía con su función a duras penas, aunque, para animarlo, nada mejor que los toquecitos que el yaciente le daba cada vez que se acercaba. Y no solo de hecho sino también de palabra, con su labia bien demostrada. “¡Qué experiencia más increíble! Yo aquí en plan guarro y tú calentándome ¡Nos vamos a coger con unas ganas…!”. “A ver si es verdad”, pensaría mi amigo, aunque en el fondo también le estaba pareciendo de lo más excitante retratar a  aquel tío tan bueno.
 
Las poses provocativas no faltaban, pero llegó un momento en que, aprovechando que el fotógrafo estaba concentrado en un primer plano, el otro tiró de él y se lo echó encima. La cámara cayó sobre la cama y los dos rollizos cuerpos se entrelazaron. Las bocas se buscaron y, durante un rato, hubo cruce de lenguas y saliva. El deseo se impuso y pugnaban por el disfrute del cuerpo del otro. Sobaban, lamían y chupaban allá donde alcanzaba cada uno. (A estas alturas del relato tan detallista de mi amigo, estaba yo ya con una calentura considerable, al imaginarme a los dos hombres maduros, gruesos y peludos –tal y como a mí me gustan– retozando inflamados de pasión). Pero el revolcón siguió impetuoso. En sus deslizamientos, llegaron a quedar sesgados para alcanzarse mutuamente las pollas. Retomaron las mamadas que habían comenzado en el sofá, pero ahora simultáneas y más febriles. Con su verga plenamente en forma, el modelo hasta hacía poco manipuló con energía al fotógrafo hasta tenerlo boca abajo. “¡Ven para acá, que te la meto!”, avisó. Lo montó y se restregó sobre su culo. La aceptación que encontró lo estimuló para iniciar una penetración. El fotógrafo lo recibió enardecido y se removía para incrementar el bombeo. “¡Me gusta, me gusta!”. El follador lo forzaba a mantener las piernas abiertas para profundizar mejor, con el voluminoso cuerpo perlado de sudor. “¡Jo, qué agujero más rico y caliente! ¡Me voy a ir…!”. “¡Aguanta un poco más y dame fuerte!”, pedía el otro. Pero todo tiene su límite y con un resoplido se anunció la descarga. El ritmo de la follada decreció hasta quedar cuerpo sobre cuerpo. “¡Uff, cómo me ha gustado!”. “Llenito me has dejado”.
 
El tío de la novia se desplazó lentamente liberando al fotógrafo. Éste pudo ponerse boca arriba y, excitado por la enculada que acababa de recibir, se puso a meneársela. Pronto recuperó todo el vigor, lo que no escapó a la relajada mirada del otro. Para su sorpresa, el tío entonces se movió hasta sentársele encima. “¡Anda, dame ahora tú!”. Él mismo buscó con la mano la polla tiesa y la enfiló a su raja. Dejó caer todo su peso y quedó ensartado. “¡Wou…., yo te ayudo!”. Subía y bajaba con una agilidad increíble para su corpulencia, apoyadas las manos en sus muslos. “¡Cómo me gusta a mí también!”. El fotógrafo sentía una ardiente frotación en su verga, con la vista y las manos en la velluda espalda. Los lujuriosos movimientos del tío lo iban inundando de placer. “¡Qué meneos tienes! ¡Eres un crack!”. “¡Tú, que me has sacado de madre!”. “¡Me estás poniendo negro!”. “¡Blanco es lo que quiero que me des!”. Con este intercambio de requiebros llegó el momento en que el fotógrafo, con las manos crispadas en las rumbosas caderas del tío, se convulsionó por una corrida explosiva. Sentado quedó el otro hasta que notó el aflojamiento de la pringosa polla. “¡Ohhh, cómo me has dejado…!, exclamó mi amigo. “!Bien follados los dos! ¿Eh?”, replicó riendo el tío.
 
Distendidos y satisfechos, quedaron tendidos uno junto al otro. Pronto las manos buscaron los cuerpos, como si quisieran comprobar que lo que acababan de poseer era real. Caricias y besos fueron la recompensa a la entrega mutua. “¡Vaya con el fotógrafo, qué disparos tiene!”. “¡Mira quién habla, el cliente provocador!”. “Espero que guardes con discreción las fotos, …y también las de la tocada del paquete”. “Te las puedo poner en un pen-drive”. “Ya vendré otro día a repasarlas ¿Te parece bien?”. “Faltaría más… Así no tendré que esperar al bautizo del hijo de tu sobrina”.

Lo que pasó entre mi amigo el fotógrafo y yo, después de su tórrido relato, podría dar lugar a otra historia.