viernes, 17 de enero de 2014

Mi amigo hace doblete


El lance mercenario de Sergio tuvo  sin embargo continuidad. Pasaron bastantes días y ya casi se había olvidado de ello. Pero tuvo una llamada de un número desconocido. “Soy con quien estuviste en mi despacho ¿me recuerdas?”. “¡Claro que sí!”, dijo Sergio haciendo memoria. “Es que me gustaría volver a contar contigo…”. “Tú dirás”, y con esto Sergio volvió a dejarse enganchar en su propia ocurrencia. “Verás, es que lo que te quiero proponer preferiría explicártelo en persona ¿Tendrías inconveniente en encontrarnos en el bar donde nos conocimos? Te llevará poco tiempo, pero así podrás entenderlo mejor”. Sergio no pudo menos que aceptar, incitado por el morboso gusanillo de la curiosidad. Cuando llegó al bar, el jefe ya estaba sentado en una mesa algo apartada. Como esta vez no hacía falta ningún paripé de vestuario, Sergio, a tono con el calor reinante, se limitó a llevar una sutil camisa veraniega. Ello dio lugar a que el saludo del jefe se completara con un sentido: “¡Desde luego estás impresionante!”. Entrados en materia, el jefe explicó: “Van a venir dos colegas extranjeros con los que espero hacer buenos negocios. Conozco sus aficiones, muy similares a las mías, y me gustaría darles una sorpresa”. Sergio lo interrumpió: “¿Yo sería esa sorpresa?”. “Sí, pero hay detalles que quiero que aceptes… Habrá un pequeño catering que tú deberías servir…”. “¿En pelotas?”, soltó Sergio. “¡No, hombre, no!”, replicó el jefe riendo la ocurrencia. “Solo que el camarero les resulte lo suficientemente atractivo para aguzar su deseo. Y así, cuando vayan comprobando tu disponibilidad para mucho más que servir el catering, se entusiasmen”. Insistió: “Así que no te contrato para que hagas de camarero cachas… Esto solo es el pretexto. Ya me entiendes ¿no?”. “Así que me meterán mano…”, razonó Sergio. “Seguro que tú sabrás facilitarles las cosas… Por supuesto tendrás una buena compensación”. “¡Hecho!”, aceptó sin pensárselo dos veces. “¿Y cómo me tendré que disfrazar?”. “Deberías venir un rato antes como uno más de los asistentes al encuentro. Mi secretaria te vio el otro día y sería raro que te presentaras como camarero. Luego la despacharé, diciéndole que nos serviremos nosotros mismos”. “Entonces habré de traer también ropa alternativa”. “No hará falta. Como contaremos con tiempo, tendré preparadas algunas prendas para que escojamos las más adecuadas”. Ya solo le quedó a Sergio esperar la confirmación de la cita, la mar de divertido imaginando su papel de camarero putón ¿Cómo serían los invitados? ¿Valdría la pena darles marcha? Con el jefe no se lo había pasado mal después de todo y, por poco que los calentara, alguna follada caería.

Repitió el ritual de la anterior ocasión, perfectamente trajeado. La secretaria lo recibió obsequiosa, como si lo conociera de toda la vida. Una vez introducido en el despacho, oyó las instrucciones que daba el jefe a aquélla. “Marisa, ahora voy a hacer los preparativos de la reunión con este señor y no quiero que nos molesten por ningún concepto. El catering ha quedado perfecto e iremos dando cuenta de él si se alarga la noche. Usted ya se puede marchar porque, dada la importancia que tienen los visitantes, yo mismo saldré a recibirlos en cuanto me avisen de su llegada en recepción”. Así quedaron  los dos en la intimidad del gran despacho. La novedad era un buffet con abundancia de delicatessen y bebidas. “¡Ahí tienes tus dominios!”, dijo el jefe en tono irónico. “Será mejor que te quites esa ropa tan formal… Ahora veremos qué encontramos para que no enseñes demasiado desde el primer momento”. Sergio se despojó rápidamente hasta de los calzoncillos, mientras el jefe sacaba unas bolsas de un armario, aunque la verlo no se contuvo de expresar: “¡Lástima que hoy he de quedarme en segundo plano! Si no, te daría un revolcón ahora mismo”. Pero enseguida se preocupó de la puesta en escena. “Como ves el buffet está montado deliberadamente un poco typical spanish. Algo hortera, pero a los que vienen les molará. Así quedarás bien con un atuendo de tabernero ¿qué te parece?”. Sergio empezó poniéndose una camisa blanca de satén sedoso y sin cuello. Bien arremangado, y con un desabotonado generoso, lucía bastante.

Cuando el jefe le mostró un pantalón negro, le advirtió: “Fíjate que es de atrezzo, de los que con un leve tirón se desmontan por completo”. A Sergio le hizo gracia el invento. “¿Me lo pongo a pelo?”. “Hombre, tal vez algo picante no estaría de más… ¿Cómo ves estos tangas?”. Del surtido presentado Sergio optó por uno mínimo y semitransparente. “Espero que me lo recoja todo… Aunque para lo que va a durar puesto… ¿no crees?”. Se acopló pues la minúscula prenda y se mostró al jefe. “¿Cómo me queda?”. “¡Joder, pura provocación!”. Se puso el pantalón, estudiando atentamente el mecanismo desmontador. Siguió descalzo y un trenzado de seda roja enlazado a la cintura completó el disfraz. “Talmente de las cuevas de Luís Candelas”, sentenció eufórico el jefe.

Sonó el móvil del jefe y acudió raudo a recibir a los visitantes. Sergio quedó en posición de firmes junto al buffet, muy regocijado por su papel de camarero de pega. No tardó en abrirse la puerta y el jefe hizo pasar a los dos colegas, ignorando el buffet y a su servidor, aunque Sergio no dejó de percibir alguna mirada de reojo. También él aprovechó la ocasión para tomar las medidas a los recién llegados. Uno era de aspecto nórdico, corpulento y coloradote; el otro, oriental, más bajo y regordete. Se sentaron en un extremo de la larga mesa, con el jefe presidiendo y una a cada lado. Enseguida empezaron a sacar documentos  de sus carteras, hablando en inglés. Sergio captaba casi todo, aunque no se interesó en los tecnicismos. Lo que sí temió fue que su intervención se demorara, porque ya le apretaba demasiado el tanga.

Pero el jefe tenía calculado que, antes de inducirlos a las firmas, la sorpresa encarnada en mí habría de disipar cualquier reticencia. Así que propuso un inicial brindis con champagne que serviría “nuestro gentil camarero”, para a continuación tomar fuerzas en el buffet, atendidos con su “original estilo”. Ahora sí que las miradas de los dos invitados recorrieron a Sergio de la cabeza a los pies. Éste, muy profesional, ya se estaba acercando con una bandeja que contenía una botella y tres copas. Parsimoniosamente, dejándose ver, depositó la bandeja y  puso una copa, con su correspondiente posavasos, ante cada uno de los sentados. Pero, con unas poco ortodoxas maneras, se arrimaba descaradamente a los codos que reposaban en los brazos de las butacas. A continuación, descorchó la botella y, al llenar con lentitud las copas para que se redujera el burbujeo, se las apañaba para que el roce con los codos, que los otros ya procuraron dejar bien salidos, fuera directo al paquete. Los invitados no eran tontos y dirigieron una mirada interrogativa al jefe. “Espero que os agrade el servicio”, dijo éste con sonrisa ladina. Sergio se había colocado hierático al lado del jefe, quien le indicó que se inclinara para susurrarle algo al oído. Luego levantó su copa. “Brindemos por la grata velada que nos aguarda”. Los otros lo imitaron y casi les sale el champagne por las narices, porque Sergio acababa de desabotonar la camisa y se la iba quitando. Mientras el jefe le soltaba el cinto rojo y explicaba: “Es mi sorpresa para que lo pasemos bien… ¿No es así?”. Esto último lo dirigió a Sergio, quien, manteniendo aún las formalidades, confirmó: “Los señores me tienen para lo que les apetezca”. Lo que hizo coincidir con un tirón del pantalón, que cayó desarmado al suelo. Un doble “¡¡oh!!” salió de la boca de los sorprendidos ante la visión del robusto cuerpo apenas velado por el provocativo tanga. “Creo que he acertado con vuestros gustos”. El jefe rio satisfecho.

A continuación se levantó y cedió su butaca a Sergio para que la usara de peldaño y se subiera a la mesa. ¡Vaya, la fantasía de ejecutivos!, se dijo Sergio, ¡A calentarlos!. Se quedó sentado en medio del semicírculo que formaban los tres, con el cuerpo hacia atrás apoyado en las palmas de las manos, y las rodillas subidas y separadas. La deslizante superficie de la mesa facilitaba que pudiera ir girando en redondo, para ir ofreciendo la lúbrica perspectiva de su polla pugnado por desbordar el tanga. El grandote, congestionado, ya se había soltado la corbata y se abría el cuello de la camisa. El oriental se quitó la chaqueta para acodarse con más comodidad sobre la mesa y poder mirar más de cerca. El jefe, por su cuenta, ya se acariciaba el paquete. Antes de darles tiempo a que le echaran mano, Sergio se levantó de un salto. Hizo un gesto como de desperezarse elevando los brazos y tensando todo el cuerpo. Ello provocó que la polla no resistiera más y saliera retadora por un lado del tanga. Los dos invitados se pusieron de pie como impulsados por un resorte y el grandote ya llevaba una mano hacia la polla. Pero, antes de que lo tocara, Sergio aprovechó para hacer que se quitara la chaqueta. El oriental, impaciente, metió un dedo por la tira trasera del tanga para atraer a Sergio. “¡Calma, colegas, que no hay que precipitarse! Tenemos tiempo de sobra para disfrutar…”, avisó el jefe. Y añadió algo que le pareció de perlas a Sergio, que no se resignaba a ser el único despelotado: “¿Qué os parece si nos ponemos tan cómodos como ya lo está nuestro amigo y pasamos al buffet? Podremos así combinar gula y lujuria ¡ja, ja, ja!”. Él empezó a predicar con el ejemplo y a quitarse la ropa y los otros, sofocados, lo siguieron a pies juntillas. De momento, los tres conservaron los calzoncillos. Sergio, mientras, volvió a capturar a duras penas la polla con el tanga, bajó de la mesa y se dirigió al buffet, encantado con la marcha que estaba dispuesto a darle a su rol de licencioso camarero.

Porque, aparte del jefe al que ya tenía catado, los otros no tenían desperdicio. El grandote era rubicundo, con dos buenas tetas cayéndole sobre la barriga; sus calzoncillos blancos tentaban a averiguar lo que cubría. El oriental tenía un cuerpo redondeado y, para sorpresa de Sergio, bastante velludo y con un sicalíptico taparrabos que competía con el tanga de Sergio. Por lo que se refería al jefe, con unos provocativos boxers ad hoc, reconoció que no le importaría volver a darle un repaso.

Una vez que atacaron el buffet, se creó un ambiente de camaradería sensual en el que me amigo se integró ya como uno más, y su obsequiosidad al atenderlos iba encaminada a mostrarse como el mejor manjar. Porque los invitados, zascandileando en paños menores, abordaron con entusiasmo el opíparo yantar. Con la boca llena y las manos ocupadas con platos y copas, que Sergio se cuidaba de irles colmando, éste propiciaba a la vez roces que les recordaran para qué estaba él allí.

Al fin el grandote dejó libre una mano y, aprovechando que Sergio estaba de espaldas, se la plantó en el culo con un enérgico sobeo. Sergio, fingiendo sorpresa, se fue girando y le quitó la copa que el otro aún sujetaba. Intercambiaron entonces manoseó de tetas, que al grandote lo puso a cien. Excitación que se incrementó cuando bajó hasta el tanga y comprobó la dureza cautiva que Sergio mantenía. Éste, con deleite, dejó que le hurgara hasta que el tanga quedó convertido en un guiñapo bajo los huevos. Sergio consideró llegado el momento de investigar por la abertura de los calzoncillos del grandote. Le complació dar con una verga contundente y húmeda que se endurecía en su mano. Entretenido con ella, se dio cuenta de que el oriental se había agachado tras él y le estaba bajando la tirilla trasera del tanga, con lo que éste acabó ya por los suelos. El manoseo del culo le encantó a Sergio, que ya decidió dejar al grandote en cueros. Se inclinó y atrapó la verga con la boca, mientras sentía la lengua del oriental empapándole la raja. Como los resoplidos del grandote aconsejaban no precipitarse y además debía repartirse más equitativamente, se dio la vuelta para ofrecerle la polla al oriental, que la atrapó al vuelo con la boca y le daba una experta mamada. El grandote no estaba dispuesto a quedar marginado, por lo que se estrechó contra la espalda de Sergio, restregándole la verga por la raja babeada. Muy a gusto Sergio habría facilitado ya la follada, pero había que medir los tiempos y ahora aún se estaba en la fase de calentamiento extremo. Por eso también contuvo el chupeteo del oriental y lo alzó para que trasladara su boca a las tetas. Aprovechó también para tantear su polla, regordeta y dura. El jefe, a todo esto, despelotado por su cuenta y recostado en un extremo del buffet, contemplaba alborozado y sobándose la entrepierna el emparedado que se había formado a costa de Sergio.

Ya dominaba la lujuria sobre la gula y el buffet quedó desechado. Sergio simuló una huida, sacándose por los pies el tanga. Como sabía que la gran mesa de reuniones era un fetiche para los ejecutivos, se subió de nuevo a ella y se colocó provocadoramente a cuatro patas. Los otros, desembarazándose ya de sus inútiles taparrabos, se lanzaron a la caza. El grandote estiró por la grupa a Sergio, que resbaló sobre las rodillas por la pulida superficie, hasta tenerlo disponible y se entregó a una obscena degustación. Lamía y chupaba el culo y los huevos, y estiraba de la polla por entre los muslos para acceder al capullo. El oriental entonces, con una asombrosa agilidad, trepó sobre la mesa y se tumbó ante la cara de Sergio para que accediera a la polla. La imagen que éste presentaba, comido por detrás y mamando por delante, hizo que el jefe aplaudiera regocijado. Sobre todo cuando el oriental, con fuertes palmadas a ambos lados en la mesa, dio síntomas de un irreprimible vaciado en la boca de Sergio. Aquél se retiró algo avergonzado de su falta de contención, aunque para él desde luego la juerga no había acabado.

Era ahora la sobreexcitación del grandote la que requería toda la atención de Sergio. La verga tiesa y babeante del nórdico reclamaba ya con urgencia lo que, por su parte, Sergio no tenía ni mucho menos inconveniente en atender. Ni aunque lo hubiese tenido, porque aquél volvió al método del estirón, haciendo que Sergio resbalara hasta que piernas y culo salieran de la mesa. De no ser por la corpulencia del grandote, que hacía de muro de contención, Sergio habría caído de bruces al suelo. Al fin quedó bien afianzado y con los codos apoyados sobre la mesa, en espera de la arremetida que estaba a punto de encajar. La verga nórdica apuntó certeramente al ojete de Sergio que se le ofrecía generoso. Pero la clavada fue tan contundente que le cortó la respiración aunque, una vez encajado disfrutó de tener dentro aquel émbolo. El grandote resoplaba y lo embestía agarrado a sus caderas, y Sergio lo incitaba: “¡Yeah, fuck, yeah!”. No se le escapó que el jefe y el oriental, no resignados a ser meros espectadores, se apañaban por su cuenta. El jefe, sentado sobre la mesa con las piernas colgando, recibía una mamada del oriental. El grandote cada vez zumbaba con más fuerza y hacía que el culo de Sergio echara fuego, hasta que, con un rugido se lo inundó. Tras unos segundos de recuperación, se dejó caer desmadejado en un sillón. Sergio se incorporó y lo miró. “¿Good?”, le preguntó. “¡Wonderful!”.

Sergio se tomó un respiro y pasó por el buffet para beber algo que lo entonara. No tardó sin embargo en acercarse al tándem que aún formaban el oriental y el jefe. Éste se hallaba ahora volcado hacia atrás sobre la mesa, con los pies subidos y las rodillas plegadas, lo que posibilitaba que el oriental, dejando descansar la polla, le lamiera los huevos y el culo. Sergio, que ya había recibido las descargas de los dos invitados por vía bucal y anal, creyó llegado el momento  de tener él la suya. Y el culo redondito y respingón del oriental se le aparecía como un verdadero bocatto di cardinale. Cuando éste vio que Sergio se le arrimaba manoseándose la polla, le pareció de perlas darle cobijo. El jefe, para no entorpecer la operación, optó por sentarse a lo indio sobre la mesa de la que aún no se había bajado y así servir de apoyo al oriental para el inminente ataque por la retaguardia. Sergio estaba ya que se salía por darle gusto a su polla. Así que sin más contemplaciones, se acopló al oriental, quien ya se sujetaba con firmeza al jefe. Se sorprendió de la facilidad con que entraba aquello ¿Habrían jugado el jefe y él con algún ungüento? Pero el caso era que ya estaba dentro y bien caliente, y la oronda espalda del oriental era una estupenda agarradera. Le arreaba con ganas, haciéndolo bufar sobre el regazo del jefe. Y, claro, acabó echándole una corrida que lo sacó de penas.

El comportamiento comedido, como buen anfitrión, del jefe estaba ya haciendo aguas. Después de las persistentes mamadas del oriental, y una vez los invitados satisfechos –al menos de momento–, debió considerar que ya le había llegado la hora de darse un gusto. Después de todo era él quien corría con los gastos. Y el culo de Sergio seguía ejerciendo el atractivo que merecía. Ya que estaba sobre la mesa, por lo visto le hizo gracia que ese fuera una vez más su centro de operaciones que, por otra parte, permitiría ofrecer a los invitados un espectáculo que mantuviera vivas sus bajas pasiones. Así que instó a trepar también sobre tablero a Sergio. Éste, con la polla aún goteante de la reciente follada al oriental y el ojete irritado por la que le había endilgado el grandote, no rehuyó sin embargo la sugerencia. A cuatro patas puso su trasero a disposición del jefe, quien, arrodillado detrás, ya le tomaba medidas. Fue una jodienda magistral allá arriba, que los invitados apreciaron en lo que valía, volviendo a ponerse de lo más excitados en los sillones en que reposaban como espectadores. Lo cual tuvo como consecuencia que Sergio no tuviera apenas tregua tras la nueva penetración de la que –por qué no reconocerlo– había disfrutado. Porque fue insistentemente reclamado por los sedentes pollas en ristre. Genuflexo ante ellos se dispuso a rematarlos. Empezó por el oriental, sabiendo que le daría menos trabajo. Y efectivamente, le bastaron unas cuantas chupadas para que, con grititos de desahogo, se le vaciara en la boca. El grandote ya estaba tirando impaciente de Sergio, que se abocó en la verga poderosa, más de su gusto. Insistió en la mamada, y el nórdico le sujetaba la cabeza rezongando. La erupción que le desbordó los labios fue tan copiosa que Sergio no pudo menos que pensar en que, si ésta había sido la segunda descarga del grandote, cómo sería la que le metió antes por el culo.

Se produjo un momento de calma que el jefe aprovechó para proponer: “Creo que ahora todos necesitamos reponer fuerzas…”. No tuvo que insistir para que los cuatro, en promiscua desnudez, se abalanzaran sobre el buffet y las bebidas. Estaba quedando claro que la idea del jefe de usar a Sergio como cebo había dado en la diana. La satisfacción de los colegas era evidente y el jefe no la desperdició, acercándoles unos cartapacios en los que estamparon complacidos sus firmas. Sergio, por supuesto, recibió un sobre con una buena suma… y alguna solicitud de visita hotelera.



domingo, 5 de enero de 2014

Ocurrencias de mi amigo


Mi amigo desde tiempo inmemorial, cincuentón y grandote –del que ya he relatado muchas de sus rocambolescas peripecias eróticas, aunque últimamente estaba un poco más calmado–, me contó un ligue que le acababa de surgir y en el que dejó demostrada la vigencia del refrán “genio y figura…” (Aquí lo llamaré Sergio)

Había asistido a un cocktail promocional en la zona de negocios y, a media tarde, sofocado por su vestimenta de punta en blanco, aunque iba ya un poco cargado, le apeteció una última copa. Entró en un bar de lo más chic y se plantó en la larga barra. No había mucha gente y se fijó en que, al poco rato, entraba otro hombre solo, tan bien trajeado como él. Primero fue a situarse más alejado pero, tras recorrer con la mirada el local, antes de que el camarero lo atendiera, se acercó significativamente a Sergio. Éste captó la maniobra y lo observó con mayor atención. Era de edad similar a la suya y bastante robusto. Se le ocurrió dirigirle una sonrisa a modo de saludo, que el otro aprovechó para pegar la hebra. “¿Qué tomas?”. Sergio le indicó su whisky de 21 años. “Buena elección. Pediré lo mismo”. Una vez atendido, continuó: “¿Vienes mucho por aquí?”. “No. He entrado de pura casualidad”, aseveró Sergio. “Me gustan las casualidades…”. Ante lo cual Sergio se puso en guardia. “Yo he salido un rato para tomarme un respiro… Mi empresa está aquí al lado”, continuó el otro. “¿Trabajas ahí?”. “Bueno, digamos que es mía”. “¡Vaya, afortunado!”, le salió a Sergio. “No creas… He de ir con mucho cuidado para según qué cosas”. “Supongo que sé por dónde vas”. “¿Tanto se me nota?”, preguntó sonriendo, para añadir: “Si te apeteciera venir conmigo…”. A Sergio le extrañó: “¿A tu empresa? ¿Me la quieres enseñar?”. La segunda pregunta no dejó de sonar un tanto ambigua y los dos se rieron. “Aunque parezca paradójico, el sitio más seguro para ciertos encuentros es mi propio despacho. Frecuentemente tengo visitas muy confidenciales en las que me aíslo por completo, y tú podrías pasar por una de ellas…”. Aquí es donde Sergio, antes de decidir si aceptaría,  tuvo una de esas ocurrencias suyas que le salen casi sin pensarlas: “Es que yo cobro ¿sabes?”. Su interlocutor se mostró lógicamente sorprendido: “¡Qué dices! Nadie lo imaginaría por tu aspecto…”. Nada de rectificar y dejarlo en una boutade por parte de Sergio, que se limitó a mantenerle la mirada, aunque supuso que se le había acabado el ligue. Sin embargo el otro reaccionó de forma también inesperada: “¿Sabes lo que te digo? Prefiero pagarle a un tipo como tú, que es el que me atrae, que a los jóvenes que suelen ofrecerse”. Ahora fue Sergio quien preguntó superando su propia incredulidad: “¿Así que quieres que vaya contigo?”. “¿Por qué no? Me gustas y estoy seguro de que serás una buena inversión”.

Así fue cómo Sergio se encontró autoconvertido en prostituto y, una vez dado el paso, no estaba dispuesto a meter la marcha atrás. Antes bien, rápidamente se puso el chip de profesional del sexo, decidido a cumplir con rigor.

Pocos pasos tuvieron que dar por la calle para acceder a un edificio high tech, por el que uno casi se perdía de tantos ascensores y pasillos. Accedieron por fin a las dependencias de la empresa y a Sergio casi le daba corte recorrer aquel dédalo de cubículos a uno y otro lado llenos de currantes afanosos ¿En ese ambiente se iba a dar el jefe un revolcón con él? Llegaron ante una solemne puerta a cuyo lado se aposentaba una pizpireta secretaria, que los saludó con una educada sonrisa.  A ella se dirigió el jefe con voz firme, mientras abría la puerta y hacía pasar a Sergio: “Marisa, ya se puede marchar hoy, porque tenemos un asunto delicado y no quiero interrupciones ni llamadas”. Ya dentro, el jefe antes de nada cerró la puerta con varias vueltas de llave. “Ya ves donde tengo que esconderme… Pero aquí estamos seguros”. Enseguida miró de arriba abajo a Sergio. “Desde luego das el pego ¡Vaya buena planta!”, comentó. “No mejor que la tuya”, correspondió aquél. “Eso estarás obligado a decirlo ¿no?”, replicó el jefe con tono irónico. Lo cual sirvió a Sergio como recordatorio del papel que había asumido. Así que pasó por alto la puya y ofreció: “Pues tú dirás lo que hacemos…”. “No tendrás prisa ¿verdad?”, preguntó el jefe como para ganar tiempo mientras decidía. “¡Claro que no! El tiempo que quieras… y para lo que quieras”, lo incitó Sergio. Pero el otro aún dijo: “¿Sabes que verte aquí ahora me inspira respeto?”. “Pues no he venido precisamente para que me respetes…”. “Ya, ya… Quítate al menos la chaqueta y la corbata”. “¿Por qué no me las quitas tú?”, lo provocó. Aceptó la sugerencia y se acercó con la mirada brillante. Le deshizo primero la corbata y soltó un botón. “Puedes seguir…”, lo animó. Siguió con algunos más y apareció el pecho velludo, que acarició adentrando una mano hasta una teta.

“Hueles a hombre”. Esto sorprendió a Sergio, que temió que hubieran pasado los efectos de la concienzuda ducha y del desodorante de media mañana. “¡¿Mal?!”. “¡Qué dices, si me encanta esta fragancia caliente!”. Sobaba con dedicación por el pecho y el estómago, hasta que se decidió a quitarle la chaqueta, arrimando los cuerpos para hacerla deslizar. Sergio aprovechó para sujetarlo de las caderas y restregarle el paquete. “Está duro por ahí abajo…”, comentó el jefe con voz excitada. “¿Qué pensabas? ¿Qué soy insensible a tus caricias?”. Ya se apresuró a despojarlo de la camisa, que cayó con los faldones aún remetidos en el pantalón. “¡Tiarrón que eres! Justo lo que me va”. “Entero para ti… ¡Ahora verás!”. Porque, aunque no tenía prisa,  Sergio pensó que el jefe estaba resultando demasiado contemplativo. Así que, con decidido proceder, se echó abajo pantalón y eslip. La polla liberada tenía ya un buen engorde. “¡Uf, qué maravilla! No me canso de mirarte”. “Si tocas no me rompo”. Se decidió a agarrársela y, aunque a Sergio no dejaba de darle morbo el contraste entre su desnudez y la vestimenta del otro, aprovechó para hacer un intento de quitarle la chaqueta. Pero lo detuvo. “Todo a su tiempo”. ¡A la orden! El que paga manda, se dijo para sí Sergio.

Mientras seguía sobándosela con una mano muy caliente, el jefe señaló la larga y pulimentada mesa de reuniones que ocupaba una buen parte del gran despacho. “¿Sabes? En las pesadas sesiones muchas veces tengo la fantasía de un tipo como tú por ahí encima, y con mis colegas sentados alrededor con cara de pasmo”. Sergio se imaginó enseguida la escena y le dio mucho morbo. “¿Por qué no te subes y te paseas un poco?”. “¡Cómo no!”. Usando una silla de escalón trepó sobre la mesa. Como ya iba descalzo tuvo una cierta inseguridad resbalosa, pero pronto se afianzó y se desplazó con parsimonioso exhibicionismo. Lo miraba alelado y entonces Sergio completó provocadoramente su fantasía. “…Y yo ofreciéndoles la polla para que me la chupen”, adornándolo con gestos obscenos. “¡Pues ahora lo voy hacer yo! ¡Ven para acá!”. Sergio se acercó al borde de la mesa, donde la polla le quedaba justo a la altura de la cara. La cogió con dos dedos, la examinó y se decidió a pasar la lengua por el capullo. Sergio impulsó las caderas hacia delante y fue traspasando sus labios. Quedó bien amorrado y al fin mamó con tal ansia que puso burro a Sergio, y más si pensaba en ejecutivos pasándolo de uno a otro. Sus murmullos de gusto hicieron parar al jefe y preguntar: “¿Va bien?”. “Tan bien que como sigas me corro”. “¡Tan pronto no!”, exclamó alarmado. “¡Tranquilo, que aguanto lo que haga falta!”.

A Sergio le estaba empezando a parecer ridículo seguir allí arriba en pelotas y que el otro siguiera de traje completo. Aunque se daba cuenta de que, con el papelón que había asumido, era el cliente quien dictaba las reglas, se decidió a incitarlo. “¡Venga, a ver esas fantasías! O si no, me bajo y te dejo en cueros, que ya tengo ganas de ver lo que tapas tanto”. El jefe se rio distendido. “¡Espera, que me apetece una cosa! Tiéndete bocarriba y deja la cabeza fuera de la mesa”. Así que Sergio, obedeciendo, quedó panza al aire y con la cabeza colgando. Le sorprendió ver del revés que se bajara los pantalones. “¡Mira cómo me has puesto!”. Le acercó entonces la polla, de muy buen tamaño y en erección. La cazó con la boca y, mientras la mamaba, el jefe le pellizcaba con fuerza los pezones; la polla tiesa se le bamboleaba por los sobresaltos que le causaban los despiadados pinzamientos. Excitado, el jefe explicó: “Te quiero follar pero también me gustaría que luego me lo hicieras tú a mí ¿Podrá ser?”. “¡Por supuesto que sí!”, respondió Sergio de inmediato. Por lo visto iba a resultar que era como él, en lo de dar y tomar. “¡Pues vamos allá!”, exclamó el jefe, y lo dejó con la boca abierta y sin polla.

Mientras Sergio se bajaba de la mesa, el otro aprovechó para quitarse del todo los pantalones, pero siguió con chaqueta y corbata. “¿Cómo lo quieres hacer?”, preguntó obsequioso. “Échate sobre la mesa y mantén las piernas separadas”. ¡A la orden! Se colocó como pedía, con el culo a su entera disposición. Sergio se preguntó si se lo pretendería hacer a la brava y en seco, pero, cuando notó que le abría la raja con las manos y le caía en ella un escupitajo, supo que optaba por el método más simple. Alabando lo apetitoso del culo, le hizo una inmisericorde entrada de dedos… uno, dos e, incluso, hasta tres. Sergio se alegró de que su ojete fuera bastante elástico. Claro que, a continuación, la polla le entró como la seda. Ya de otro cantar era el ímpetu que le ponía a la jodienda. Se meneaba como un poseso y Sergio tuvo que afirmar tanto los codos y las piernas que casi no le daba tiempo a cogerle el gusto. Encima no se corrió sino que, como el que desenvaina una espada, lo soltó diciendo: “Prefiero reservarme”.

Dejó a Sergio un poco desconcertado, pero él seguía con su plan. “Túmbate otra vez en la mesa, hacia el centro”. Trepó pues de nuevo y se colocó como decía. La polla se le había aflojado un poco y al jefe no le pasó desapercibido. Así que, cuando éste se subió también a la mesa, se le acercó gateando y se amorró tras decir “¡Voy a ponértela dura!”. Buena mamada, pero la justa para sus fines. Luego, en cuclillas y con chaqueta y camisa arremangadas por encima de la barriga, se movió con saltitos de rana. A Sergio le admiró su agilidad a pesar del sobrepeso…; debía ser frecuentador de gimnasios. Le entró por la cabeza y pasó el culo sobre su cara, a la vez que comprobaba si la polla estaba ya a su gusto. El culo era poco peludo y recio. Siguiendo su ejemplo Sergio le abrió la raja. No escupió, sino que la lamió con abundante salivación. El dedo lo usó lo imprescindible para extender la saliva; prefería que el ojete no quedara demasiado dilatado previamente. Sin cambiar de postura, el jefe se dio media vuelta posicionando el culo al alcance de la polla. Soltó una mano de la ropa y se la llevó atrás para cogerla y  dirigírsela al punto exacto. Se fue dejando caer con esfuerzos para metérsela entera y el rostro contraído. Una vez logrado, subía y bajaba con una precisión gimnástica. Dejadas ya caer chaqueta y camisa, entre los faldones le aparecía su polla, que iba golpeando en la barriga de Sergio. A éste le proporcionaba cada vez más gusto lo prieto del culo y le dio por meter las manos por dentro de la camisa. Las tetas eran duras y peludas, adecuadas para ser magreadas. Al sentir los apretones, el jefe jaleó. “¡Dale, dale!”. De pronto se paró y, con la polla clavada a tope, echó mano a la suya y se puso a meneársela sobre la barriga de Sergio. Éste veía venir lo que iba a pasar y se entretuvo sobándole los muslos, contrariado porque su jodienda se iba a quedar a medias. Y pasó que la leche le cayó por el pecho y hasta le salpicó la cara. “¡Puaf, vaya corrida!”, exclamó el jefe como si Sergio no estuviera debajo. Aunque al sacarse la polla lo miró: “Qué desastre ¿no? …Espera un momento”. Bajó de la mesa y trajo una caja de pañuelos de papel. Se limpió con uno y le pasó la caja. “Toma, antes de que se te seque”.

Sergio se sintió un tanto grotesco, allí bocarriba y con la polla aún dura. Se sentó con las piernas cruzadas, dudando de si bajarse o no de la mesa. Le sorprendió que el jefe ahora se estuviera quitando la ropa de arriba, pero dio su explicación: “Me daba morbo hacer trajeado lo que he hecho, aunque ahora me siento incómodo… Además tú querías verme ¿no?”. A buenas horas, pensó Sergio, pero dijo: “Es que tienes muy buen cuerpo”. La verdad es que, desnudo, apreció lo que solo había intuido por la visión a retazos que le había permitido: cuerpo recio, con algún michelín, y vello muy bien repartido. Por eso aún le sabía peor que se quedaría sin descargar, si el jefe ya estaba saciado, que era el que mandaba. Hasta llegó a pensar en pedirle permiso para hacerse una paja y salir de penas.

Pero la suerte le sonrió, porque el jefe se le acercó meloso y puso las manos en sus rodillas. “Me ha encantado sentir tu polla dentro de mí y me gustaría que remataras la faena… A saber cuándo podré volver a disfrutar de algo así”. “¿Eso quieres?”, preguntó Sergio un tanto incrédulo. “Sí, y que me lo hagas como más te guste”. Con lo cargado que iba, Sergio no estaba ahora para posturitas, pero por prestigio debía coronar su intervención con algo de qualité. De la mesa tan dura ya estaba harto y le echó el ojo a una mullida alfombra extendida ante un sofá. “Te vas a tender bocabajo ahí”, dije dando ahora él la orden. El jefe lo hizo encantado con la idea. Sergio fue  detrás de él y le separó los muslos con sus rodillas. Le apetecía mucho poseer ya ese culo que ahora veía con otra perspectiva, pero se contuvo y antes se echó sobre su espalda. Iba a saber lo que era un polvo con clase. Le restregaba el pecho, haciéndole sentir su peso. De paso la polla iba deslizándose morbosamente entre los muslos hasta raja, aplazando la penetración. Le gustó oírle decir: “¡Hay que ver cómo sabes poner a tono!”. Entonces fue cuando, orientando con disimulo la polla, la calvó con un golpe certero. “¡Uy, eso ha sido a traición!”, exclamó el jefe. “Ya me tienes dentro ¿No es lo que querías?”. “¡Claro! Aún mejor que lo de antes”. Empezó a moverse con un ritmo variado. “¡Sí, sí, no te vayas a salir!”. Aguantó todo lo que pudo, hasta que avisó: “Me voy a correr ¿sigo?”. “¡Sigue, sigue, no te pares!”. Por fin largó lo que se le había ido acumulando y se salió poco a poco. “Si me lo llego a perder…”, reflexionó el jefe girando el cuerpo.

Ya se pusieron los dos de pie y Sergio le dijo: “Bueno, si no quieres nada más…”. “Ha sido perfecto… Tendremos que salir juntos; ya no quedará nadie. Así que nos vestimos, te pago y nos vamos. Le dio lo acordado previamente, que Sergio no sabía si era mucho o poco. Lo que no se le ocurrió fue deshacer el entuerto, más aún cuando el jefe comentó: “Desde luego ha valido la pena”. Recorrieron los espacios vacíos sin hablar, lo acompañó hasta la calle y, al darle sobriamente la mano, preguntó: “¿Seguirás disponible?”. “Supongo que sí”, respondió Sergio. “Pues tal vez… ¿Me darías un teléfono?”. No lo dudó y el jefe tomó nota. A continuación volvió adentro para bajar al parking. Sergio comprendió que, una vez acabado el servicio, no procedía que le hubiera ofrecido llevarlo al algún sitio.