martes, 4 de noviembre de 2014

Esos suegros picarones…


Enrique era un gordito cuarentón, tranquilo y tímido, que llevaba casado varios años con Cristina. Ésta, de carácter más enérgico, solía llevar la voz cantante en el hogar, a lo cual Enrique se adaptaba por comodidad y su apocado modo de ser.

Resultó que la madre de Cristina contrajo una enfermedad, no especialmente grave, pero que requería cuidados constantes. Dado que el padre era un hombre ya mayor y de poco sentido práctico en este situaciones, Cristina y Enrique decidieron desplazarse a la casa de aquéllos para atender a la madre. En el domicilio paterno había la habitación del matrimonio y otra de dos camas. Esta segunda se consideró la adecuada para la mayor comodidad de la enferma, ocupando la hija otra cama para su cuidado nocturno. En cuanto a la de matrimonio, pese a que Enrique se resistió a aceptar, insistieron en que quedara para él, después de su buena disposición a acompañar a su esposa y echar una mano para lo que hiciera falta en la situación de emergencia surgida. En cuanto al suegro, pese a su corpulencia, se apañaría en el sofá-cama de la sala.

La primera noche transcurrió con bastante tranquilidad. Cristina estuvo atenta a cualquier necesidad de su madre y los varones ocuparon sus respectivos lechos. Aunque Enrique no durmió demasiado bien, extrañando la cama y por la soledad. Por lo que respecta al suegro sufrió bastante la rigidez del sofá y la estrechez del mismo para su volumen, aunque educadamente no expresara después queja alguna.

Sin embargo, a la noche siguiente, hubo un cambio que cogió por sorpresa a Enrique. Éste, que aún no había conciliado el sueño, observó sobresaltado que la puerta del dormitorio se abría lentamente. Recortada en la tenue luz del pasillo apareció la rolliza figura del suegro embutida en un albornoz. “¡Psss! No pasa nada”, susurró mientras cerraba la puerta. “Es que no soporto ese dichoso sofá”. Se acercaba a la cama y Enrique ofreció: “Ya me iré yo allí”. “¡De ninguna de las maneras! En esta cama estaremos bien los dos”. Hecha ya la vista a la atenuada claridad que se filtraba por la ventana, Enrique percibió con estupefacción cómo el suegro se despojaba del albornoz y lo dejaba sobre una silla. “Estoy acostumbrado a dormir desnudo”, explicó con toda naturalidad. Enrique lamentó que, dado que las noches eran calurosas y sintiéndose más libre al ocupar en solitario la cama, también hubiera desechado el habitual pijama. El suegro, impertérrito, levantó una esquina de la sábana y se sentó en la cama. “Quédate al otro lado, que éste es el mío”, dictaminó recostándose con todo su cuerpo. Enrique se desplazó tembloroso, dando la espalda al intruso, hasta llegar casi a caerse del borde de la cama. Cosa que el suegro aprovechó, al encontrar terreno despejado, para repantigarse a su gusto. Enrique, todo encogido, empezó a sentir en la espalda el cosquilleo del abundante vello del brazo del otro, así como el roce de la pierna en la suya. Pero aún más, el suegro no tardó en girarse hacia él. Ahora lo que notaba era ya el calor que despedía la peluda barriga que se iba acoplando a su rabadilla. Inmóvil, apenas se atrevía a respirar. Pero cuando la sudorosa mano del suegro empezó a sobarle descaradamente el culo, dio un respingo que a punto estuvo de tirarlo al suelo. “¡¿Qué haces?!”, susurró con voz casi inaudible. “Tienes un culete redondito y con pelusilla que da gusto tocar”. “¡A ver si me tengo que ir al sofá!”, reconvino Enrique confuso. “No seas tonto, que no es nada malo… Tu suegra hace mucho tiempo que no me deja hacerlo”. La perplejidad de Enrique le impidió cualquier gesto de rechazo. Pero el suegro, tomándola como consentimiento, subió la mano y la acopló a uno de los abultados pechos de Enrique. “¡Um, qué tética más rica, con sus pelitos y este pezón tan picudo!”. El caso era que, con el frote, Enrique experimentó un nada ingrato endurecimiento. “¡Fíjate cómo se te ha puesto!”. Pero su atención quedó desviada ahora hacia algo bastante más grande y duro que iba presionando la zona alta entre sus muslos. Temiendo un ataque a su virilidad, llevó una mano hacia atrás para apartarlo. “No te asustes… Es solo que me he puesto contento”, avisó el suegro para tranquilizarlo. Pero con la maniobra disuasoria resultó que Enrique se encontró agarrado a la caliente verga del suegro. En su confusión, ya no sabía si se trataba tan solo de mantenerla controlada frente a cualquier agresión o si se le estaba imbuyendo una morbosa avenencia en tenerla empuñada. “¡Tócala, tócala, que me gusta”, oyó decir. Para colmo, la anómala circunstancia en que se hallaba le estaba produciendo un involuntario ardor en su propia entrepierna, que hacía que la polla se le empezara a desperezar. Así, cuando la mano del suegro fue desplazándose desde el pecho hacia la oronda barriga y hasta más abajo, topó con lo que ya estaba no precisamente flácido, “¡Si estás también empalmado!”, exclamó triunfante. La vergüenza de Enrique no podía ser más punzante. “Si es que con el calor que me estás dando…”, trató de excusar lo evidente. “¿Calor o calentura?”, ironizó el suegro. Enrique se sentía ya desvalido y sumido en una pasividad paralizante. ¿Qué extrañas sensaciones estaban dominando todo su cuerpo? No dejó de aprovecharlo el suegro, a quien se le ocurrió un ofrecimiento. “Te voy a hacer un regalito que mi hija, que debe ser tan gazmoña como su madre, no te habrá hecho nunca”. Asió a Enrique, cuya voluntad se hallaba anulada, para que quedara bocarriba. Él mismo tomó posiciones para, sin más contemplaciones, meterse en la boca la polla de Enrique, que estaba ya bien tiesa. La hábil mamada hizo que a éste le recorriera una especie de corriente eléctrica irresistible. “¿Te gusta, eh?”, preguntó el suegro en una breve interrupción. Enrique no contestó, pero con toda su alma deseaba ya que aquello continuara. Y el suegro desde luego estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Aceleraba la succión y a Enrique lo iba dominando un acelerado frenesí. La descarga que le estalló en la boca del suegro la sintió como una liberación de energías que lo dejó exhausto. Apenas podía soportar ya el roce de la lengua recogiendo hasta la última gota de lo que acababa de depositar. Al fin el suegro, liberando la polla tan bien comida, llegó a exclamar: “¡Vaya cantidad de leche tenías acumulada!”. “¿Te la has tragado toda?”, preguntó el inexperto Enrique. “¿Tú que crees? Las cosas hay que hacerlas bien”. “Nunca podría haber imaginado que llegara a pasar esto…”. “No me dirás que no lo has disfrutado”. Ya Enrique no dijo más aquella noche.

Porque el suegro, tal vez considerando que por esta vez ya había provocado, para su satisfacción, bastante movida, no tardó en quedarse dormido. Por el contrario Enrique se sentía incapaz de pegar ojo, con la mente hecha un lío por las circunstancias en que había experimentado tan insólito placer. Pero ya no le turbaba el contacto del otro cuerpo que con frecuencia se le arrimaba trasmitiéndole su cálida vitalidad. No obstante, al empezar a clarear el día, tuvo un momento de lucidez que le llevó a considerar lo inadecuado, y de difícil explicación, de la situación en que se hallaban. Así que optó por ponerse su pijama y pasar a ocupar el sofá-cama abandonado por el suegro. Cuando Cristina salió de su habitación, no pudo menos que extrañarse de encontrar allí a su marido. Pero éste ya tenía preparada la explicación. “Me levanté a media noche para beber un poco de agua y me supo mal ver lo incómodo que parecía estar tu padre. Así que hice que se fuera a su cama… Yo me apaño mejor que él en este sofá”. Con ello hasta llegó a marcarse un tanto de generosidad, que le encantó a Cristina. Pero a su vez marcó ya una pauta en lo sucesivo, que el suegro aceptó de buen grado.

La siguiente noche Enrique se hallaba más o menos acomodado en el rígido sofá. Pero no tardó en sentir un gusanillo de concupiscencia que le llevó a plantearse: ¿Por qué no dar el mismo paso que el suegro la noche anterior? Temblando de excitación se adentró pues en la habitación de matrimonio. Se quitó el pijama y se deslizó con sigilo en la cama, pues parecía que el suegro no se hubiera percatado de su presencia. Pero, mientras dudaba si atreverse a arrimársele, oyó decir: “Te estaba esperando”. Al mismo tiempo el suegro se giró poniéndose frente a él. A Enrique entonces le entró un delirio que le impulsó a besar y lamer las peludas tetas que halló ante su cara. El suegro se dejaba hacer lleno de satisfacción, no solo por el placer que  recibía, sino también al comprobar cómo tenía ya en el bote al yerno. Ante la agitación de éste no dudó en preguntar: “¿Te atreverías a hacerme lo que te hice ayer?”. “No he pensado en otra cosa en todo el día”, replicó Enrique con sinceridad de converso. La verdad era que la impresionante entrepierna del suegro, con los gruesos testículos rebosantes entre los muslos y la verga dura y retadora a través del entrecano vello púbico, lo había llegado a obsesionar, y ahora se la ofrecía para extraerle todo el placer que él había podido disfrutar como una novedad la noche anterior. El suegro, no obstante, consciente de su inexperiencia, prefirió ser él quien dirigiera la operación, para que no se quedara en un torpe e insustancial chupeteo. Colocado ya bocarriba a disposición del yerno, le instó a comenzar con suaves manoseos de la verga para que adquiriera consistencia, seguidos luego de cosquilleantes lamidas por todo el entorno y delicadas succiones de los huevos. Enrique, pese a su ansiedad por engullir aquel falo cada vez más terso y húmedo, siguió al dedillo las instrucciones del suegro, recompensado por los murmullos de gusto que éste emitía. “¡Toda tuya! Y no pares hasta que te haya llenado la boca”. Enrique engulló al fin la verga y procuró recordar los manejos de labios y lengua que con tanta maestría habían trabajado su propia polla. “¡Así, así. Lame y sorbe… Me estás poniendo negro!”. La voz entrecortada del suegro mostró a Enrique que iba por el buen camino. Resoplidos y suplicantes “¡No pares, no pares ahora!”, fueron el preludio de lo que tanto deseaba Enrique. La boca se le fue llenando de leche espesa y agridulce, que iba lamiendo para saborearla y luego tragarla. Nunca había degustado tanto semen, salvo alguna vez que había pasado un dedo por lo que goteaba de su capullo y lo había chupado por curiosidad. Mantuvo los labios aferrados a la verga que se iba ablandando a la espera de instrucciones. Fueron las manos del suegro las que, con suavidad, le fueron apartando la cabeza. “¡De maravilla, hijo! Nadie diría que no lo habías hecho nunca”. Pero lo que ahora dominaba a Enrique era una erección lacerante. Empezó a tocarse y el suegro comprensivo, aunque sin ánimo ahora para mamarlo, le ofreció una alternativa. “Arrodíllate a mi lado y córrete sobre mi pecho”. No podía ser mejor aliciente para Enrique la contemplación de aquel torso grandote peludo, que enardecía la masturbación a que se entregó. El suegro cooperaba cosquilleándole los huevos y la entrepierna, hasta que la leche se dispersó resbalando por tetas y barriga. Enrique, en un arrebato de gratitud, se lanzó a lamer cuanto había quedado atrapado en el abundante vello.

Prudentemente Enrique repitió su vuelta al sofá. Sin embargo aquel día Cristina le informó: “Creo que hoy va a ser la última noche que pases tan incómodo. Mi madre está muy mejorada e insiste en volver a dormir en su cama con mi padre. Así que, si todo va bien, mañana haríamos el traslado. Tú y yo pasaríamos a la habitación de dos camas, y podrás descansar mejor… que ya te lo tendrás ganado”.

Pero para Enrique, la perspectiva de una última ocasión de compartir lecho con el suegro clandestinamente, hizo que la espera de que la casa entrara en la suficiente tranquilidad nocturna le pareciera una eternidad. Al fin se introdujo en el dormitorio y lo tranquilizó percibir el cuerpo desnudo del suegro, que sin duda estaba tan ansioso como él. Se abrazaron, pero el suegro enseguida fue al grano. “Ya sabes que probablemente ésta va a ser la última ocasión de pasar la noche juntos…”. Hizo una pausa y prosiguió. “Me gustaría que me dejaras penetrarte”. La propuesta cogió por sorpresa a Enrique, en cuya mente se entremezcló el pánico que tal acción le infundía y su deseo de satisfacer en todo al hombre que le había abierto la puerta a insospechados placeres. “Eso me asusta”, confesó. “Lo haré con cuidado y estoy seguro de que lo llegarás a disfrutar ¿O acaso no ha sido así en todo lo que hemos hecho?”. Con actitud persuasiva el suegro lo ciñó desde atrás y Enrique recordó el gesto de la primera noche de apartar temeroso la verga que sentía amenazante. Pero ahora lo inundaba una mayor confianza, que se incrementó cuando el suegro indicó: “Ponte bocabajo, que primero te voy a dilatar”. Enrique puso ya su culo a disposición del suegro, no sin un cierto desasosiego. “He traído una crema que te irá muy bien”. Enrique noto que una pastosidad refrescante se deslizaba por su raja y los dedos del suegro la extendían. Uno de ellos se centró en el ojete y fue entrando embadurnado en la crema. Enrique dio un respingo, que sin embargo no arredró al suegro, quien siguió haciendo girar el dedo. “¿A que no es para tanto?”, preguntó conciliador. “Bueno… Esto es solo el dedo”, admitió Rafael, aunque sin dejar de pensar en que lo que vendría después sería más contundente. En efecto, sacado ya el dedo, la polla del suegro, bien dura ya, hizo un tanteo inicial. Lo resbaloso del conducto permitió que el capullo fuera entrando, si bien la dilatación empezó a resultar dolorosa. “¡Uy, uy!” temblequeó Enrique. “Lo más gordo ya está dentro”, avisó el suegro empujando un poco más. Enrique sentía quemazón en las entrañas, que se esforzó en resistir. “Voy a moverme y verás que todo va mejorando”. El bombeo del suegro fue progresivamente en aumento y, para asombro de Enrique, el dolor fue cediendo el paso a una desconocida sensación cada vez más placentera. “¡Sí, sí, tenías razón”, llegó a reconocer. Con lo cual el suegro se concentró en su propio placer con fuertes embestidas. “¿Me lo echarás dentro?”, preguntó Enrique cada vez más arrebatado. “Por supuesto…, y ya no tardaré. Estrenar este culo me vuelve loco”. Unos estertores y un apretarse contra las nalgas de Enrique fueron indicadores de que la enculada había quedado culminada. “¡Uff, qué a gusto me he vaciado!”, exclamó el suegro todavía volcado sobre Enrique. “¡No te salgas hasta que eches la última gota!”, pidió éste exaltado. Pero la verga del suegro fue retrayéndose hasta posarse sobre los huevos de Enrique, quien reconoció: “¡Qué cosa más extraña pero cómo me ha acabado gustando!”. “Parece que en estas noches te has convertido en un hombre nuevo”, ironizó el suegro. “Lo que me pregunto es cómo te las apañas para conseguir esta clase de seducción”. “Con el tiempo agudiza uno la intuición y contigo no me falló”.

Los dos eran conscientes de que, a la noche siguiente, probablemente cada uno ocuparía la cama que le correspondería debido a la mejora del estado de salud de la suegra. Asimismo, la estancia en casa de los padres de Cristina tocaría pronto a su fin. Todo ello desasosegaba en especial a Enrique quien, habiendo conocido un mundo nuevo de sexualidad, se veía abocado de nuevo a su rutinario redil matrimonial. Por lo demás, imposibilitados ya de sus escarceos nocturnos, las relaciones entre suegro y yerno se mantuvieron dentro de la más estricta formalidad. A Enrique casi le parecía que lo ocurrido no hubiese sido más que una calenturienta ensoñación. El suegro, sin embargo, gato viejo en el asunto, veía las cosas desde otra perspectiva. Si bien la comodidad de “meta a un yerno en su cama” estaba pasando a mejor vida, él ya tenía sus experiencias y recursos que, tras el éxito de la seducción de Enrique,  se disponía a compartir con éste. Los padres de Cristina vivían en una población cercana a la ciudad de residencia de Cristina y Enrique, y so pretexto de acudir por su cuenta a dicha ciudad para alguna competición deportiva, en realidad lo que hacía el suegro era frecuentar una sauna especializada en hombres maduros y robustos. No tuvo pues inconveniente en dar a conocer a Enrique este posible lugar de encuentro donde, por una parte, pudieran citarse los dos y, por otra, con una liberalidad nada exclusivista, también Enrique podía encontrar otras opciones para desfogar sus recién descubiertas apetencias.

Lógicamente Enrique, algo pardillo para lances aventureros, necesitó unos inicios tutelados por el experimentado suegro. Así, en su primera incursión en la sauna, a la que acudieron juntos, se adaptó, con corazón palpitante, al ritual de desnudarse en el vestuario ante las miradas calibradoras de otros congéneres, para dejarse guiar a continuación, ya solo con el sucinto paño a la cintura, por las dependencias y vericuetos del lugar. Enrique seguía al más experimentado suegro, cuya rolliza figura, apenas velada por el provocativo taparrabos, le hacía rememorar los placeres vividos. Aunque él, gordito y apetitoso, además de constituir una novedad, no desmerecía en absoluto como objeto de deseo. Las duchas, pese a hallarse casi a la vista del público, dieron lugar ya unos primeros y jabonosos toques por parte del suegro, que provocaron una vergonzante erección en Enrique, quien se apresuró a ocultarla con el paño.

 “Uno buen sitio para empezar es el vapor”, indicó el suegro, y allí le acompañó Enrique, adentrándose ambos en la humosa penumbra. La vista de Enrique apenas podía distinguir alguna que otra silueta móvil o bien encaramada en los distintos niveles de la bancada. El suegro optó por quedarse de pie y con la espalda pegada a la pared en un rincón. Se desprendió del paño, y Enrique pensó que tenían la suficiente intimidad para lanzarse al disfrute de tan deseado cuerpo. Se amorró a una teta y, mientras su lengua jugueteaba con el pezón, notó que una cabeza ocupaba la otra teta. Al suegro no le pareció extrañar esta anónima incursión, pues emitía gemidos de placer por el doble chupeteo. Al descender la mano de Enrique a la busca de la verga del suegro, descubrió que ya se le habían adelantado a manosear el duro miembro. No solo esto, pues también otra mano le estaba sobando su propia polla. Pronto las manos fueron sustituidas por una boca que iba chupando alternativamente. El suegro recibía encantado la mamada y a Enrique, sorprendido por el subrepticio abordaje compartido, le subió al máximo la excitación. El calor húmedo, sin embargo, le llegó a resultar insoportable, por lo que susurró al suegro: “Yo me salgo”. “Vale, espera fuera que no tardaré”. Así que lo dejó, entregado aún a los ávidos depredadores.

Enrique fue a aliviarse el sofoco bajo la ducha y el suegro, en efecto, no tardó en sumársele. “¿Te han hecho correr?”, le preguntó ingenuo Enrique. “¡Qué va, hombre! ¡Si esto no ha hecho más que empezar!”. La siguiente visita fue a la sauna seca. Aquí había algo más de luz y solo otro hombre estaba sentado en la bancada alta del fondo. Era un tipo mayor y gordote que, separados los anchos muslos, se exhibía sin el menor recato. En cuanto vio que la pareja se situaba en su proximidad, inició un descarado manoseo de la polla. “Ése quiere que se la comas”, avisó el suegro en voz baja. “¿Yo? ¿Y qué hago?”, preguntó Enrique confuso. “¡Aprovecha, que tiene una buena tranca!”. La tentación era fuerte y Enrique se decidió a acercarse al gordo, que incrementó la provocación. Enrique apoyó las rodillas en el banco inferior y dirigió la boca a la polla bien dura que el otro le ofrecía. Era la segunda mamada de su vida y el hecho de que el suegro lo observara complacido le daba aún más morbo. Le debía salir bien porque el gordo resoplaba y le guiaba la cabeza para darle ritmo. Aunque el suegro no iba a permanecer ocioso. Enardecido por el espectáculo y captando la insinuante postura de Enrique, se le acercó por detrás y, echándose saliva en los dedos, le clavó uno en el culo. Enrique se sobresaltó y a punto estuvo de morder la polla que tenía en la boca. Pero se recompuso e intuyó lo que vendría a continuación. En efecto, la verga del suegro le fue entrando por detrás y, pese al impacto, Enrique no desatendió su tarea. Sin embargo, con la fugacidad propia de estos encuentros sauneros, llegó un punto en que el gordo hizo parar a Enrique. Probablemente no quería que éste llegara al final y así darse más tiempo para el disfrute de otras bocas. Así que el engarce de cuerpos se fue deshaciendo, a lo que contribuyó la llegada de más personal. Enrique, que ya se había ilusionado con una doble irrigación láctea en la boca y en el culo, hubo pues de amoldarse a los vaivenes propios de lugar.

El suegro captó la frustración de Enrique y quiso aleccionarlo. “Aquí las cosas hay que tomárselas con calma y no quemar todos los cartuchos a la primera”. Propuso hacer un descanso en el bar, donde de paso tantearían nuevos contactos. A la luz menos tamizada de la sala, a Enrique le encandiló el conjunto de hombres, más o menos apetitosos, subidos a los taburetes o sentados en butacas, con la única cobertura de los paños ya humedecidos, que a veces dejaban asomar con despreocupación el sexo.
Algunos charlaban animadamente y, si se terciaba, no escatimaban caricias y toqueteos. A diferencia de él, novato en estos ambientes, el suegro mostraba desenvoltura como el que más, con su peluda  y oronda barriga que dificultaba el cruce del paño. No tardó en hacer que se fijara en un individuo que venía del vestuario. “¿Qué te parece ése?”. Era un tipo de unos cincuenta y pico de años, algo más grueso que Enrique, pero menos que el suegro; de piel clara y vello abundante pero suave. “No está nada mal”, contestó Enrique. “¿Te gustaría follártelo?”. “Yo preferiría que me follaras tú”, fue la respuesta. “¡Todo se andará, hombre! No seas impaciente, que te reservo para el final… A éste lo conozco. No se le llega a poner dura, pero tiene el culo tragón y sabe ponerte a punto. Te gustará probarlo”. Dócil a las sugerencias del suegro, Enrique aún objetó: “¿Pero querrá estar con los dos?”. “¡Uff! Le volverá loco… Ya verás, ya”. Hizo un gesto a modo de saludo para llamar la atención del interfecto, quien enseguida se acercó sonriente. “Dichosos los ojos”, le dijo al suegro. “Y bien acompañado, por lo que veo”. “Nos lo podríamos pasar bien los tres ¿no te parece?”, lo cogió al vuelo el suegro. “¡Cómo no! Voy a ducharme y vosotros buscad una cabina. Ya os encontraré”. Les dio un cariñoso toque a ambos y se marchó. “¿Qué te dije? Pan comido”, proclamó el suegro triunfante.

Accedieron a una cabina libre con una amplia cama, dejando la puerta entornada. El suegro quiso levantar la moral de Enrique en la espera metiéndose mano a conciencia, ya desnudos. No tardó en asomar el recién duchado, quien comentó al entrar a la vista de la doble erección: “¡Cómo os habéis puesto los dos…, dejad algo para mí!”. Enrique pudo constatar, ahora más en detalle, que aquel tío estaba muy bueno y se dispuso a entrar en el ritual que sabiamente el suegro tenía previsto. “¡Venga, que te vea mi amigo ese culo, que te he hecho mucha publicidad!”. El otro no tuvo reparo en poner el culo en pompa y en separarse los cachetes con impudicia. Era resaltón y redondeado, con una suave pelusa. “Es que mi amigo es virgen en esto del folleteo”, explicó el suegro. “¡Uy, ya verás cómo disfrutas clavándome ese cacho de polla! Te pondré a punto”. Como primera fase, el suegro arrastró a Enrique para tumbarse ambos en la cama, y el otro se afanó con maestría en ponerlos bien cachondos. Con manos y boca iba recorriendo los dos cuerpos, y su habilidad para activar los puntos más sensibles era inmejorable. Las pollas fueron objeto de especial atención, con mamadas cuidadosamente calculadas para que no alcanzaran el clímax final. Pero eso sí, las dejó bien duras y dispuestas. “¡Empiezas tú, que así me tendrás menos dilatado!”, avisó a Enrique. Se puso bien a tiro de éste, que se fue dejando caer y sintió como si una cálida ventosa lo absorbiera. El otro se removía, dándole un gusto in crescendo,  pero con calculadas variaciones para hacerlo durar. El suegro entonces se arrimó delante del follado para que le siguiera trabajando la verga con la boca. Enrique empezó a hallarse fuera de sí, cada vez más estimulado a vaciarse. “¡Me corro, me corro!”, casi gritó. “¡Sí, cariño, sí! ¡Échamela toda!”, lo animó el otro incrementando los últimos meneos. “¡Uff, qué pasada!”, exclamó al fin Enrique exhausto. Entonces el otro se desacopló y, dándose la vuelta, lamió la polla aún tremolante de Enrique. Circunstancia que aprovechó el suegro para tomar posiciones sobre la grupa. “¡Ahora me toca a mí!”, reclamó ansioso y clavó la verga en el recién desalojado culo. Se movía con energía, aplastando la barriga y dando palmadas a los cachetes. “¡Cómo me pone este culo!”. Sin embargo, después de unas arremetidas más, se detuvo. “¡Ya está! Por hoy ya has tenido bastante…”, dijo sacando la verga y haciendo un guiño a un Enrique que los miraba todavía obnubilado. “¡Qué raro que tú me dejes a medias! ¿Te reservas para algo mejor?”, protestó el rechazado. “A ti ya te pillaré otro día…”, replicó el suegro sin mayor explicación. “Entonces os dejo, tortolitos. Me ha encantado teneros dentro”, se despidió el otro besando a los dos para mostrar que no se sentía ofendido.

Una vez solos, el suegro le dijo burlón a Enrique: “¿Ves como todo llega? Con el precalentamiento que llevo te voy a dar una buena follada”. Lo tomó por su cuenta y, bocarriba, le sujetó las piernas en alto. Poco le costó volver a clavársele y darle unas arremetidas que agitaban la barriga de Enrique. Éste las disfrutaba, encantado de que el suegro le dedicara por fin su atención preferente. “¿Te correrás ya?”, preguntó deseando ser él el final de trayecto del suegro. “¡Claro, no ves que me he reservado para ti! …Pronto te va a llegar”. Enrique empezó a oír los fuertes resoplidos que anunciaban la culminación y el suegro se agarró con fuerza a sus piernas para soportar la descarga. Los dos bien satisfechos dieron por terminada la sesión de sauna. Tras ducharse y vestirse, el suegro aleccionó a Enrique. “Ya has podido comprobar que aquí tienes un buen sitio para desfogarte, sin que te haga falta esperar a que yo te traiga… Más de una vez coincidiremos y podremos montar buenos números”. Así que Enrique, después de haber sido seducido por su suegro, quedaba encaminado por la senda que transitan tantos hombres de su misma condición.

15 comentarios:

  1. hola de nuevo muchas gracias por otro relato que a mi en particular me hara hacerme unas cuantas pajillas que morbazo un suegro asi con esa marcha y tan majo un besazo grande que tu deves de ser un tio cañon de bien gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Más que cañón mucha imaginación es lo que tengo... Gracias, y no te pases con la manita...

      Eliminar
    2. A MI TAMBIEN EN ESPECIAL ME GUSTAN ESOS ENTRE SUEGROS Y YERNOS, O CON GENTE BIEN MADURA. UN BESO

      Eliminar
  2. Por mera curiosidad: ¿Cuántas visitas (al mes, al año, en total, lo que sea) tienen estos relatos?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El contador que está a la vista lleva 1.631.158 visitas desde los comienzos. En el último mes, 63.715 y ayer, 2.606.

      Eliminar
  3. Gracias por semejante historia. Te superas día a día. Sos un morboso de los bueno y con excelente dicción. los relatos de bisexuales y con lazos especiales y diferencia de edad me vuelan la cabeza. Abrazo de osos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los casados maduros que disimulan pero que se las saben todas tienen mucho morbo.Gracias y saludos.

      Eliminar
  4. excelente relato!!!,me senti muy identificado.Yo tambien soy casado,tengo hijos,pero desde hace 2 años,aproximadamente tengo relaciones con mi suegro,el padre de mi mujer.Soy de Bs As.saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por lo visto ficción y realidad no son tan diferentes. Suerte y saludos

      Eliminar
  5. He leido todos tus relatos y me encantan. Un buen trabajo. Tengo 63 años y soy gordito. Me siento identificado en ellos y muchois cumplen mis fantasias. Enhorabuena

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Celebro esa identificación. Debes ser del tipo que me inspira.

      Eliminar
  6. Estos relatos tuyos, me levantan el ánimo aparte de otra cosa. Saludos Genio!

    ResponderEliminar
  7. Me encantan tus historias. Me dejan bien templado. La forma de narración estimula mucho a la imaginación. Me gustaría tener un suegro así de open. Saludos.

    ResponderEliminar
  8. Kindly remove my photo from this story. This photo was uploaded from my cache by someone otther than myself without my knowledge. Thank you.
    Amablemente quitar mi foto de esta historia. Esta foto fue subida de mi caché por alguien que no sea yo sin mi conocimiento. Gracias.

    ResponderEliminar