viernes, 26 de octubre de 2018

Versiones para todos los gustos

Ir a la sauna con mi amigo Javier siempre se presta a nuevas experiencias y anécdotas. Lo he descrito como un gordote, cincuentón ya largo y desinhibido, que va siempre a por todas y sabe explotar el atractivo que ejerce. En esta ocasión, cuando entramos en el vestuario, me fijé en que había un antiguo conocido hablando con otros. Estaba de espaldas y no nos vio, y Javier tampoco se fijó. Al llegar a la zona de nuestras taquillas, que quedaba en el ángulo del fondo, le comenté: “Está por ahí Alberto”. “¿Ah, sí?”, se limitó a contestar, porque en ese momento lo que le acuciaba era despelotarse cuanto antes para lanzarse a la aventura. Así que fuimos a ducharnos y al dirigirnos como de costumbre a la sala de vapor, vi que en la piscina estaba Alberto, que ahora sí que nos vio también.

He de explicar que a Alberto lo había conocido, junto con Emilio, su pareja de entonces, en esa misma sauna hacía ya bastante tiempo. Simpatizamos y le hablé de Javier. Enseguida mostraron interés en conocerlo y les dije que hablaría con él para proponerle que nos encontráremos en mi casa. Se lo comenté a Javier y le describí a la pareja: Alberto, grueso y guapetón, de unos cuarenta años, y Emilio, de cincuenta largos, robusto y de aspecto muy formal. Javier aceptó el encuentro y los citamos a media mañana. Con la desenvoltura que le caracteriza, no quiso esperarlos con la ropa de calle aunque fueran desconocidos para él y se puso cómodo, como hace siempre cuando llega: una vieja camiseta y un eslip más bien pequeño para su volumen. Evidentemente, cuando llegaron los otros, quedaron prendados de Javier y de la forma en que los recibía. Estaba claro, por lo demás, que se trataba de ir al grano y, en los saludos de presentación, aparte de los besos de rigor, Javier fue objeto, muy a su gusto, de algunos achuches. Mientras los recién llegados y yo nos desnudábamos, él ya se había ido al dormitorio y, despelotado, aguardaba bocabajo sobre la cama. No recuerdo si hubo muchos prolegómenos, con la pareja abordándolo por los dos lados, pero sí que la postura provocadora de Javier dio lugar a que uno tras otro se lo follaran con ganas.

Mantuvimos una cierta relación de amistad con Emilio y Alberto, aunque no repetimos el encuentro íntimo. Pero recuerdo que, una vez en que tomé un café con Emilio, no dejó de evocar divertido la impresión que le había causado Javier. “¡Vaya una pieza! Sin conocernos todavía, ya estaba medio en cueros esperándonos”. Javier, por su parte, tuvo algunos contactos en plan profesional con  ellos, y no me consta que llegaran más allá. Luego supimos que la pareja había roto y Javier incluso ofreció algún trabajillo a Alberto. Pero resultó ser poco formal y no continuaron. Javier llegó a comentarme al respecto: “Tenía más interés en follarme que en trabajar”. Si Alberto lo había conseguido o no, nunca lo supe.

Volviendo a nuestra entrada en el vapor, donde aún no había nadie, aprovechamos los que iban a ser breves momentos de intimidad. Javier, pegado de pie a la pared del fondo y dejado el paño de la cintura en un banco, me atrajo hacia él para que nos morreáramos. Me cogió una mano y la llevó a su polla. Le gusta que, antes de que se le ponga tiesa, se la estruje junto con los huevos. Pero enseguida la dureza se afianzó y, sin dejar de sobársela, me puse a comerle las tetas. Ya suspiraba Javier sonoramente cuando entró alguien. Enseguida reconocí a un tipo mayor, alto y delgado, que, como en otras ocasiones, parecía detectar inmediatamente la presencia de Javier. Es un besucón que se le pega, buscándole la boca y manoseándole la polla. Javier, con su adaptabilidad, se dejaba hacer, mientras que yo metía la cabeza entre ellos para seguir chupándole las tetas.

En éstas apareció Alberto que, viendo acaparado a Javier, se colocó discretamente al lado. Pese a que el otro seguía restregándosele, Javier estiró un brazo para atraer al recién llegado. Al reconocerlo, lo saludó besándolo cariñoso y hasta jugueteando con el piercing que llevaba en un pezón. Aproveché para intervenir yo también y pude comprobar que la polla de Alberto se había puesto asimismo dura. No sé cómo se las apañó Javier para zafarse del pegajoso que, no dispuesto a renunciar, se giró y le puso a tiro el culo. Javier no se privó de metérsela y darle varias arremetidas con ostentosos resoplidos. Alberto entonces se le arrimó por detrás y, en cuanto el follado se dio por satisfecho y al fin se largó, se la clavó a Javier. Éste soltó un “¡Uhhh!” complacido mirándome y se dejó zumbar un rato. Pero pronto hubo un cambio de posiciones y fue Javier quien se la metió a Alberto. A mí, que seguía a su lado, me comentó: “Lo tiene de mantequilla” ¿Lo habría comprobado ya antes?  Con la fugacidad de estas folladas en el vapor, Alberto se desenganchó y, ya bien caliente, se la meneó mientras con la otra mano agarraba la polla de Javier. No tardó en correrse y, después de besarnos, salió a ducharse. “¡Sí que ha sido rápido!”, se sorprendió Javier. “Ganas que te tendría”, comenté.

Al entrar más gente, la cosa empezó a desmadrarse. Otro tío alto se pegó a Javier y, aparte de restregarse y manosearlo, se dedicó a susurrarle cosas que Javier, complaciente, le iba contestando sonriente y educadamente. Pero entretanto, un tipo recio y peludete, por lo que pude palpar a su paso ya que apenas pude verlo, se sentó en el banco junto a Javier y se las apañó para echarle mano a la polla y ponerse a chupársela. Parece que lo hacía muy bien porque Javier, a pesar de los acosos que sufría, le daba todas las facilidades y resoplaba de gusto. De pronto Javier, sofocado, se sustrajo de la melé y buscó su paño para salir del vapor. Fui con él y me preguntó: “¿Quién era el que me la estaba mamando?”. “No lo sé… Se metió por allí abajo y quedó tapado por los de alrededor”, contesté. “Pues me la ha chupado que era un gusto, y me daba uno lametones a los huevos…”, se recreó. “¿Te ha hecho correr?”. “No he querido hacerlo todavía. Por eso he salido”. Así que pasamos a las duchas y a continuación nos dispusimos a ir al bar.

Con las bromas habituales de Javier al chico que sirve, pedimos nuestras bebidas. Como la banqueta que hay perpendicular a la barra estaba libre, propuse que nos sentáramos, en lugar de quedarnos de pie o encaramados en los taburetes. Me gustaba de ese modo poder acariciarle la espalda y bajar hasta el comienzo de la raja. Javier correspondía apoyándose cariñoso sobre mí con fugaces besitos. Como tiene por costumbre doblar el paño por la mitad al ceñírselo bajo la barriga, no le importa lo más mínimo, o más bien le gusta, que al sentarse se le suba y deje al aire el paquete para todo el que quiera mirar. Llegaron Alberto y el amigo con el que había venido a la sauna, un tipo alto y barbudo que nos presentó como Pedro, un compañero de trabajo. Acodados en la barra frente a nosotros, charlamos un rato. Alberto habló del nuevo trabajo que tenía y comentó que, después de la ruptura con Emilio, no tenía planes de volver a emparejarse. Por supuesto Javier no corrigió su procaz lucimiento de bajos durante la charla, y los ojos de los otros dos, sobre todo de Pedro a quien le cogía de nuevo, se iban con frecuencia hacia allí.

Cuando terminamos las copas, nos levantamos y, como primera medida, nos volvimos a dirigir al vapor. Se había llenado mucho y a Javier no le apeteció ahora meterse en el barullo. Así que iniciamos un recorrido de inspección por los pasillos y las salas. Me daba la impresión de que a Javier le habría gustado reencontrar, para que lo rematara, al que le había estado haciendo la mamada tan eficiente, pero a falta de más datos no pudimos dar con él. Acabamos recalando en el cuarto oscuro que tiene una gran cama central. Curiosamente no había nadie entonces, pero Javier decidió  tumbarse bocarriba bien despatarrado, con brazos y piernas en cruz. Para hacer boca me pidió: “Ponte para que te la chupe”. Así que me subí con las rodillas a los lados de su cabeza y me sorbió la polla. Intenté volcarme hacia delante para chupársela también, pero el volumen de su barriga me impedía alcanzársela y hube de limitarme a sobársela. Ya empezó a entrar gente, a la que le costaba hacerse la vista en la semioscuridad para vislumbrar el corpachón de Javier en la cama. Tanteaban a ciegas sobre él y llegaban a manosearle la polla, aunque no se decidían a atacar más a fondo. Me pareció ver que entraba Pedro, el amigo de Alberto, que no tardó en identificarme, erguido sobre la cara de Javier. Tampoco le cupo duda de que éste era el que yacía sobre la cama. Me aparté discretamente para dejarle el campo libre y Pedro fue palpando primero por todo el cuerpo de Javier, que ya también lo había reconocido y le susurró un “¡Hola!” invitador. Se besaron ya y Pedro le dijo quedo: “Te voy a comer todo lo que estabas enseñando en el bar”. “¡Todo tuyo!”, contestó Javier. Pedro descendió hasta llegar con la boca a la polla de Javier. Chupaba con entusiasmo y los efectos que producía los ilustraba Javier resoplando con sonoridad y agarrándole la cabeza. Yo cooperé con pellizcos en los pezones, pero también me la iba meneando con la excitación ya desbordada. Cuando Pedro soltó la polla para lamer los huevos a Javier, éste aprovechó para agarrársela y pajearse compulsivamente. Sus estertores denotaban la inminencia de la corrida, que a mí también me iba viniendo. Creo que lo hicimos simultáneamente, y yo casi lo hago sobre Javier. Pedro no se privó de lamer la leche que le brotaba a Javier, lo que provocó a éste temblores y risa floja. Cuando Alberto vio que los tres íbamos en busca de las duchas, comentó divertido: “Veo que también habéis hecho amistad ¿eh?”. Había sido una jornada de sauna muy intensa… aunque, yendo con Javier ¿cuándo no lo era?


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El encuentro con Alberto, del que parecía que  Javier se había desentendido hacía tiempo, tuvo sus consecuencias. Unos días después me dijo: “He ido a casa de Alberto para asuntos de su trabajo”. “¿Cómo es eso? Creía que ya no tenía nada que ver contigo”. “Es así… Pero me llamó para que lo asesorara en lo que hace él ahora y, como lo tiene todo en su ordenador, era más práctico que me pasara por su casa”. Me sonó demasiado explicativo y comenté con retintín: “Así que solo ha sido una visita profesional…”. “Esa era mi intención…”. “¿Era?”, insistí. “Bueno… Es que cuando estábamos acabando apareció su amigo Pedro”. “¿Lo había avisado Alberto?”. “No sé. El caso es que vino”. “Y ya se lio la cosa ¿no?”. “A lo tonto, a lo tonto empezaron a meterme mano…”. “Tú encantado, claro”. “¿Qué querías que hiciera? ¿Hacerme el estrecho?”. “Eso tú nunca”, bromeé. “Me tenían muchas ganas…”, reflexionó Javier muy serio. “Por lo visto no tuvieron bastante con lo de la sauna…”, le pinché. “Les debió parecer solo como un tanteo”. “¡Vaya tanteo! Alberto te dio por el culo y tú a él, y Pedro te hizo una mamada”. “En su casa era más cómodo”, reconoció. “¿Te trataron bien?”. “¡Uf! Me dieron mucha marcha”. “¿Cómo fue? ¡Cuenta, cuenta!”. “¡Mira que eres chafardero! ¿Me vas a hacer entrar en detalles?”. “Ya que me lo perdí… Además, te gustará recrearlo”. “Sí, y hasta me empalmaré”, ironizó. Pero me lo contó tal como yo quería…

“Alberto y yo hablábamos muy tranquilos del asunto de su trabajo. Ni siquiera mencionamos el encuentro en la sauna. De pronto sonó el interfono y Alberto me dijo: “Es Pedro, el compañero que conociste el otro día… No te importa ¿verdad?”. “¡Claro que no!”, contesté creyendo que también estaría interesado en el tema que tratábamos. Así que subió Pedro y puso cara de sorprenderse al verme. “Espero no interrumpir nada”, dijo con cierta intención. “Hoy hacíamos una cosa seria”, le replicó Alberto riendo. “¡Lástima!”, dijo el otro. Y se dirigió a mí. “No me pareciste tú muy serio…”. “Solo cuando conviene”, le seguí la broma. Estábamos los tres de pie, porque Alberto había abierto la puerta y yo me había levantado para saludar a Pedro. Por cierto, con un par de besos, como había hecho con Alberto al llegar. Pedro lo aprovechó para ponerme las manos en los hombros y soltó directo: “Me encantó comerte la polla… Lo estaba deseando desde que nos la enseñabas en el bar”. “¿Eso hice?”, reí, “Pues me dejaste muy a gusto”. “A ver si voy a quedar fuera de juego”, dijo Alberto arrimándose también. Total, que empezaron a morrearme y a meterme mano por todas partes. Tuve que dejarme hacer ¿no crees? Además me empalmé y ellos lo notaron. Enseguida estuvimos los tres en pelotas y con las pollas duras. Pero estaba claro que los dos iban a por mí, por la forma en que me sobaban mientras me llevaban hacia la cama de Alberto. Bien caliente ya me dejé caer y, con cada uno a un lado, siguieron poniéndome a cien. Pedro la tomó con mi polla y mis huevos, chupando, lamiendo y sobando, y Alberto me metió la suya en la boca para que se la mamara. Cuando no podía más, para darme un respiro, no se me ocurrió otra cosa que darme la vuelta y ponerme bocabajo. Y claro, qué iba a pasar sino que me follaron los dos. Primero fue Alberto, que me arreó con tantas ganas que no tardó en correrse. La verdad es que me dio mucho gusto, pero como su follada había sido corta, ya estaba deseando que Pedro también me metiera su polla, que además era enorme. Y el tío lo que hizo fue volver a ponerme bocarriba y levantarme las piernas. Agarrado a las pantorrillas me mantenía subido el culo y me clavó la polla tan fuerte que me hizo ver las estrellas. Menos mal que la leche que me había echado Alberto hacía de lubricante. Pero Pedro se acopló muy bien dilatándome al máximo. Casi no podía respirar de la presión que me hacía la barriga sobre el pecho y mi polla bailaba con las arremetidas que me daba. Además ponía una cara de vicio que no veas y eso me excitaba aún más. Pedro no se corrió dentro sino que, en el último momento, se salió y me roció de leche que me llegó hasta el pecho. Me soltó las piernas, que cayeron a plomo, y por fin pude respirar ansioso…”.

Aquí interrumpí el crudo relato de Javier para decirle con malicia: “Así que te dejaron follado por partida doble, pringado de leche y te tuviste que desfogar por tu cuenta ¿no?”. “¡Qué va! Si aún tenían marcha…”

“De momento estábamos los tres derrengados sobre la cama. Pronto Pedro tuvo el detalle de coger una toalla y ponerse a limpiarme la leche que me había caído por el cuerpo antes de que se secara. Pero también usaba las manos para pellizcarme los pezones y sobarme la polla y los huevos. Me daba tanto gusto que enseguida volvió a ponérseme dura, con unas ganas tremendas de correrme. Empecé a meneármela, aunque entretanto Alberto se había girado dándome la espalda. Vi su culo bien redondo y liso, y no me resistí. Si él me había follado, por qué no aprovechar yo ahora… Lo hice moverse para que quedara bocabajo del todo y tiré de sus caderas para que llegara a elevarse sobre las rodillas. Alberto rezongaba, pero se dejaba hacer. ¡Qué bien me vino meterme en su agujero y cómo se adaptó mi polla! Me abandonó el cansancio y le arreé con fuerza. Acabé echándole una corrida que me supo a gloria…”.

“¡Vaya revolcón más completito tuviste, eh! Ni buscado aposta”, le dije irónico. “Ya te he dicho que me pillaron por sorpresa… Yo no iba en ese plan”, contestó Javier muy serio. “Pero no les ibas a hacer un feo, claro”, seguí pinchándole. “Ya sabes que cuando me tocan me dejo hacer lo que sea”, declaró en un arranque de sinceridad. “¿Y cómo acabó la cosa? ¿Quedasteis para otra ocasión?”. “¡No, no! Me di una ducha rápida, me vestí y me marché… Si con Alberto prefiero mantener las distancias”. “Pues en pocos días os habéis follado mutuamente al menos dos veces…”. “Coincidencias… Si no me llegas a avisar, ni siquiera me entero de que estaba en la sauna”. “Ya te echó el ojo él”. “Y tú hiciste de enlace… Pues no te gusta ni nada que me metan mano ¡Como si no te conociera!”. Me reí y reconocí: “Si en realidad lo que me sabe mal es haberme perdido vuestro revolcón”. “Ya ves que te lo he contado todo… y has hecho que me ponga cachondo”. “Pues yo también lo estoy”. Aquí ya pasamos a los hechos. “Trae que te la chupe un poco y luego me la metes”, propuso. “Si no tienes todavía irritado el culo…”. “Me gusta que me lo irrites tú”… Así van las cosas con Javier.


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Tuve otra versión de la visita de Javier a Alberto por boca de éste. Resultó que unos días más tarde me lo encontré de nuevo en la sauna, a la que había ido yo solo. Me acababan de hacer una buena mamada en el cuarto oscuro y, al pasar por el bar, estaba él. Nos besamos y me invitó a una copa. Le propuse que mejor nos sentáramos. “Me han dejado seco y aún me flojean las piernas”, bromeé. “Pues yo me he follado a un tío hace poco… Así que vamos”, replicó Alberto. La situación era propicia para que pegáramos la hebra y no perdí la ocasión para comentar: “Ya me dijo Javier que estuvo en tu casa…”. El tono en que lo dije le sorprendió. “¿Y qué te ha contado?”. “Todo”, contesté, “Según él, os aprovechasteis de su buena fe”. “¡Será posible! Pues no venía con ganas ni nada…”. Enseguida quiso rectificar su salida espontánea. “Pero a ver si yo ahora estoy metiendo la pata”. “¡No, hombre, no! Si ya lo conozco de sobra… y además me gusta como es. Estoy seguro de que no exageró en lo del folleteo que hubo entre los tres. Pero se hacía demasiado el pillado por sorpresa y me haría gracia saber tu versión”. “Si es así, te cuento como fue la cosa… ¡Joder, es que el tío está cada vez más bueno! ¡Y cómo sabe provocar! ¿Te acuerdas como fue el otro día aquí?”. “No me voy a acordar… Y Javier quedó encantado”. “A mí no cogió demasiado de nuevo… Pero Pedro alucinó y por eso se tiró también a por él”. Noté que se estaba poniendo cachondo evocando a Javier y lo apremié. “¿Y lo de tu casa cómo fue? Me dijo que lo llamaste para que te echara una mano en cosas de tu trabajo”. “Sí que lo llamé, pero le dije que iba a estar con Pedro, el compañero que habíais conocido en la sauna, y si le apetecía pasar por mi casa”. “Así que de trabajo nada”. “No recuerdo que lo mencionáramos…”. “Según él, Pedro apareció por sorpresa”. “¡Qué va! Ya estaba aquí cuando llegó, y Javier lo sabía”. “¡Cómo me lo adornó el muy golfo!”. “Además tenía previsto un numerito…”. “¿Sí? De él me puedo esperar cualquier cosa”. “Llegó, nos besamos ya en la boca y se prestó a que lo toqueteáramos un poco. ‘¿Os gusto?’, preguntaba mimoso y dejando que le sobáramos el culo”. “Eso le encanta… ¿Y el numerito?”. “Enseguida me pidió ir al baño. Pensé que se estaría meando”. “A veces le pasa. Aguanta mientras va de un lado para otro y, cuando llega a casa, ya le urge”. “Esta vez no pareció que fuera por eso”. “¡Uy! ¿Qué tendría in mente?”. “Tardó un poco, pero apareció en pelotas. ‘¿No es esto lo que queríais?’, preguntaba sonriendo”. “Te aseguro que no me sorprende”. “Se vino hacia nosotros, que habíamos quedado sin habla, y se nos ofreció desvergonzado. ‘Todo vuestro… Ya sé que me vais a tratar muy bien. El otro día me disteis un aperitivo’. “Le debió saber a poco lo de aquí”. Alberto ya se puso evocador…

“Por supuesto le metimos mano, sobándole el culo y la polla, que enseguida se le puso dura. Él se iba tocando las tetas y pellizcándose los pezones. Paramos momentáneamente para desnudarnos y, en cuanto estuvimos en cueros, él  nos echó los brazos al cuello. Nos pusimos a morrearnos a tres bandas, con buenas metidas de lengua. Luego Javier bajó las manos para cogernos las pollas que, con la calentura que ya llevábamos, estaban tan duras como la suya. Las palpaba sopesándolas, sobre todo la de Pedro que, reconozco, es más grande que la mía y, para Javier, tenía más novedad. Iba diciendo: ‘Os las voy a comer a los dos ¿Me la comeréis también a mí?’. Dicho y hecho. Impulsó a Pedro para que se sentara en el borde de la mesa y se puso a chupársela. Yo me arrimé por detrás y me restregué contra su culo. Sin soltar a Pedro, llevó una mano atrás y me hacía resbalar la polla por su raja. A continuación ocupé el sitio de Pedro y también me la chupó. Mientras, Pedro se agachó debajo y lo iba mamando. Javier levantó la cabeza y me miró con cara de vicioso. ‘¿Me lleváis a tu cama?’, pidió. ¡Cómo no! Empujándolo por el culo lo llevamos a mi habitación”.

 “Así que no lo llevasteis a rastras”, lo interrumpí. “Más bien se hacía el remolón para que le fuéramos sobando… Y cuando llegamos se tiró bocabajo sobre la cama. ‘Lo tengo hambriento de pollas’, decía removiendo el culo”. “En lo de las folladas creo que fue bastante fidedigno”, dije como si quisiera abreviar. “Pero seguro que no te contó cómo nos iba provocando… Como debes saber, empecé yo. Cuando me clavé decía: ‘¡Qué polla más rica tienes! Ya la conocía… ¡Folla, folla, hazme tuyo! ¡Lléname de leche!’. Me puse tan caliente dentro de ese culo tan magnífico que no tardé mucho en correrme. ‘¡Uy, qué empapado me has dejado!’, soltó apretando y abriendo las nalgas para absorber bien mi leche. Apenas me había salido y ya estaba pidiendo a Pedro: ‘¡Ahora tú! Destrózame con ese pedazo de polla’. Se había dado la vuelta y, bocarriba, separaba las piernas dobladas por la rodilla y se subía la polla y los huevos sobre la barriga. ‘¿Me ves el agujero? ¡Métemela así, que quiero verte mientras me follas!’… Eso ya lo sabrás ¿no?”, se interrumpió. “Sí, y que Pedro se corrió por fuera echándole toda la leche encima”, contesté. “¡Sí que te dio detalles! Pero no te contaría cómo incitaba a Pedro”. “Pues cuéntamelo tú, que me lo estoy pasando bomba con esta versión mejorada”, le pedí. “Aunque casi se ahogaba con la postura, con las piernas por alto y la barriga sobre el pecho, no paraba. ‘¡Así, así, hasta el fondo!’, ‘¡Pedazo de polla tienes, tío!’, ‘¡Eso, bien adentro!’, ‘¡Cómo me estás ensanchando!’… De pronto cambió de tercio: ‘¡Échame toda la leche encima! Quiero ver cómo te sale’. Empujaba la almohada bajo su cabeza para mantenerla levantada y, aunque no le iba a llegar, sacaba la lengua como si quisiera recoger la leche.”. “¡Joder, qué salvaje! Lo que me perdí…”, solté, “Y según él erais vosotros los que casi lo violabais”. “Desde luego estaba desatado. Pero nos ponía cachondos totales”. “¿Y eso de que acabó follándote?”. “Cierto. Ahí sí que podría decir que casi me violó atacándome por sorpresa, aunque me encantó que lo hiciera… Mientras Pedro, apurado por haberlo pringado tanto, lo estaba limpiando un poco, él se puso a meneársela y enseguida la tuvo dura otra vez. Como yo estaba tumbado a su lado, se puso a hacerme arrumacos y a lamerme por el cogote, que me da muchas cosquillas. Le di la espalda para esquivarlo y, antes de que me diera cuenta, ya me la había clavado en el culo. La verdad es que me dio mucho gusto tenerlo dentro. Se puso a bombear bien agarrado a mí y diciendo: ‘¡Qué culito tienes! ¡Cómo me hace chup-chup en la polla! Te voy a devolver la leche que me diste’. Soltó varios bufidos mientras se corría y luego volvió a tumbarse bocarriba. Como si tal cosa, exclamó con una risotada: ‘¡Qué pasada ¿no?!’”. “¡Sí! Eso es muy suyo”, comenté. “Pero lo más curioso fue que, con un tono ya de lo más sosegado, me pidió: ‘Voy a lavotearme un poco ¿vale?’. Se fue al baño y Pedro y yo nos miramos todavía recuperándonos del huracán en nos había envuelto. Volvió secándose. ‘Me visto y ya me voy ¿eh?’. Luego añadió un poco más expresivo: ‘Espero que os haya merecido la pena… Yo desde luego me lo he pasado bomba’. Ya vestido, se despidió con un par de besos convencionales a cada uno. Si no fuera por lo que acababa de pasar, se diría que solo había venido para hablar de cosas de trabajo, como te dijo a ti”. “No te extrañe que se comportara así al final”, le expliqué, “Por muy golfo que haya sido, en cuanto se ha desfogado ya, en la sauna o donde sea, se transforma en un tío de lo más formal… Siempre le digo que parece Doctor Jekyll y Mister Hyde”. “Se le puede perdonar todo”, rio Alberto, “Y mira como me he puesto hablando de él”. Se levantó un poco el paño y me enseñó que estaba empalmado. “Pues yo también estoy cachondo”, repliqué. “¿Vamos a una cabina?”. “Vamos… A la salud de Javier”.


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No perdí la ocasión de comentarle a Javier: “He vuelto a ver a Alberto”. “¿En la sauna otra vez?”. “Sí. Y nos dimos un revolcón a tu salud”. “¡Esta sí que es buena! ¿Qué habré tenido yo que ver?”. “Me contó su versión de tu visita a su casa”. “Ya te la había contado yo ¿no?”. “Pero la de él difiere bastante y me he enterado de muchas cosas…”. “Ya sabes que Alberto es un cantamañanas ¿Te vas a fiar más de él?”. “No es eso. Aunque conociéndote, me casa bastante lo que me ha contado”. “¡Vale! Te habrá dicho que yo sabía que estaba su compañero y que me apeteció estar con ellos… Tú mismo has dicho que me conoces. No te puede extrañar. Solo quise endulzártelo para que no te pensaras que estoy liado con Alberto. Fue una cosa puntual y, después del encuentro en la sauna, me llamó y me hizo gracia lo de su compañero y él”. “Si no te estoy criticando. Me divertí con lo que me contaste y también con lo que he sabido por Alberto. Quedaron fascinados con lo lanzado que estuviste. Les montaste un numerito de los tuyos”. “Una vez que me meto en faena, ya sabes que me gusta ponerle mi salsa. Al final todos acabamos pasándolo mejor ¿no?”. “Por lo visto también estuviste muy suelto de lengua”. “¿A qué te refieres?”. “No hablaba de los morreos y las lamidas de pollas, que creo que los diste con ganas, sino de las guarradas que les ibas soltando… Parecía que a Alberto aún le zumbaban en los oídos”. “Bueno, sí. No me mordí la lengua desde luego. Formaba parte del juego y bien burros que los ponía…”. Javier rio. “Sí que estuve inspirado, sí”. “Lo que me sabe mal es habérmelo perdido. Con lo que me gusta verte en acción…”. “Cuando vamos a la sauna siempre estás en primera fila… Sin ir más lejos los dos trajinamos con Alberto  en el vapor… Y bien que te corriste mientras Pedro me la mamaba en la cama grande”. “Por cierto, que Pedro se puso malo cuando hablábamos en el bar y tú, con el paño encogido, le enseñabas todo”. “¡Je, je! ¿Eso te comentó Alberto?”. “A él también lo pusiste cachondo… Por eso te llamó y tú picaste”. “Alberto siempre me ha tenido ganas, ya lo sabes. Así aproveché y maté dos pájaros de un tiro… ¡Y vaya polla se gasta Pedro!”. “Pues Alberto es muy completo. Te folla y tú te lo puedes follar también”. Algo incómodo porque siguiera hurgando en su relación con Alberto, Javier pasó a preguntarme: “¿Y cómo fue tu revolcón con Alberto?”. “Nos pusimos muy calientes hablando de ti y fuimos a una cabina… Nos las chupamos mutuamente y luego me lo follé pensando en ti”. “¿Te gusta más su culo que el mío?”. “Lo tiene apetitoso y traga muy bien… Ya lo sabes. Pero el tuyo es fuera de serie ¡Puro vicio!”. “La verdad es que me sorprendió que se dejara follar en la sauna… Como la única vez que había estado con él, que fue en tu casa junto a Emilio, me la metieron los dos, no sabía que también le iría poner el culo”. Me abstuve de mostrar mi escepticismo ante esta versión oficial y Javier recordó divertido: “¡Cómo se me tiraron los dos encima!”. “Si tú les pusiste el culo a la primera de cambio…”. “Soy acogedor para los visitantes”. Total, que después de estas evocaciones, me quedé con ambas versiones, que se complementaban para dar una imagen muy completa de la forma de ser de Javier. Sin más conversaciones, me lo follé tan ricamente.


lunes, 8 de octubre de 2018

Consejero ¿espiritual?

Se había extendido el rumor, aunque con mucha discreción, de que un sacerdote tenía mano de santo para resolver a plena satisfacción ciertos problemas que se daban en el seno de las familias. Muchos de ellos tenían una índole sexual compleja, que se prefería mantener oculta. El prestigio del cura, pese a que utilizaba métodos insólitos y poco ortodoxos, daba pie a los afectados a recabar su ayuda. Porque se trataba de un hombre próximo a los sesenta años, grueso y de aspecto bonachón, con un trato cordial y afectuoso que inspiraba confianza. La confidencialidad de las entrevistas quedaba totalmente garantizada, para tranquilidad de los afectados y del propio sacerdote. La efectividad resultaba ser absoluta, el cómo de cada caso era un misterio. Pero los visitantes, tras una primera experiencia, rara vez dejaban de convertirse en asiduos.
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Así se dio la situación de un matrimonio de mediana edad afectado por la rebrotada y cada vez más exclusiva inclinación del marido hacia otros hombres de aspecto similar al suyo. Lo cual causaba que la satisfacción de la esposa fuera quedando prácticamente excluida. Se ha de señalar que el sacerdote, en ningún caso, se proponía suplir al varón para dar a la mujer lo que aquél no era capaz de realizar. Más bien era sobre el hombre, dada su propia tendencia, en quien volcaba sus prácticas. Ello no quitaba que, en su buen hacer, recurriera a ciertos estímulos para propiciar también que ella se entonara. En este caso, pues, se trataba de buscar una fórmula para que se restaurara el débito conyugal, en la que el cura pondría todo su empeño.

El matrimonio llegó a casa del sacerdote con disposición plena a seguir las instrucciones que se les fueran dar, por más impactantes que pudieran parecer. El cura, por su parte, expuso con tono profesoral, pero sin pelos en la lengua, lo que se proponía. “Es evidente el problema de alcoba que se os plantea, al compartir lecho pero no los cuerpos. Tú, mujer, querrías ser complacida por tu esposo. Pero tus deseos, marido, van por otros derroteros. Se trata de una situación más frecuente de lo que parece y es loable que no haya afectado al vínculo de afecto que os une”. La pareja asintió esperanzada y el cura entró más a fondo en su plan. “Nada de lo que os proponga debe perturbaros, pues para hacer de mediador entre vosotros es preciso que se cree entre los tres una total confianza libre de cualquier prejuicio… Y si estamos hablando de problemas de alcoba, nada mejor que desplazarnos a la que tengo preparada para nosotros”.

El sacerdote iba a usar su propio dormitorio, con una ancha cama, para el experimento y allí condujo al matrimonio. “Lo que aquí ocurra queda encerrado en el secreto de estas cuatro paredes que nos acogen y, para calibrar y encauzar los apetitos carnales de cada cual, debemos empezar por activar el sentido de la vista… Es por ello que os pido que sigáis mi ejemplo y os desnudéis por completo, tal como voy a hacer yo mismo”. “¿Quiere decir, padre? ¿Ante usted?”, preguntó la pudorosa esposa. “Nada lujurioso va a pasar por mi mente”, la tranquilizó el cura, “Tened siempre presente que mi función es la de intermediario”. Dicho esto, el sacerdote fue quitándose con decisión una por una las prendas de ropa que lo cubrían. Los otros dos, apoyados en la fe depositada en el sacerdote, superaron su azoramiento y lo imitaron. Una vez desnudos los tres se miraron entre ellos. La pareja, junta, aunque con cierta separación en ellos, y el cura frente ambos. En la mujer, de curvas generosas y mediana edad, destacaban unas gordas tetas y un peludo monte de Venus. El marido era un ejemplar robusto y velludo, bastante bien dotado en la entrepierna. El cura, regordete y con algunas canas en los pelos de cuerpo, tampoco estaba nada mal en cuanto al amueblamiento de los bajos.

“Aquí estamos tal como Dios nos trajo al mundo…, que es nuestro estado natural y en nada debe turbarnos”. Tras este prolegómeno, el cura interpeló a la esposa. “¿Cómo empezaste a notar que la actitud de tu marido cambiaba con respecto a ti?”. La mujer parecía tenerlo muy claro. “Hizo mucha amistad con un compañero de trabajo, que por cierto era de un aspecto parecido al suyo, padre… Desde entonces prefirió la intimidad con él  antes que conmigo”. “Siempre quise ser sincero con ella”, declaró el marido. “Lo cual te honra”, apostilló el cura, “Pero dime ¿En esa relación cuál es la actitud que sueles tener?”.  Antes de que el marido respondiera, el cura quiso precisar: “Por supuesto que no es que los roles de activo y pasivo se excluyan entre sí, pero pude darse una preferencia, que es lo que para el caso me interesa conocer”. El marido se sinceró. “Después de una satisfactoria felación preparatoria, quedo predispuesto para penetrarlo analmente”. “¿Acaso esa preparación no es capaz de dártela tu mujer?”. Fue ella quien contestó: “No le gusta cómo lo hago”. “Le pone poco entusiasmo”, completó el marido. “Los reproches no sirven de nada”, terció el cura, “Vayamos a lo nuestro”.

El sacerdote se encaró al marido. “Según ha explicado tu esposa, tus deseos se proyectaron sobre un hombre de características similares a la mías… Lo cual probablemente sea un factor a nuestro favor”. Se le acercó un poco más. “Así que te pregunto: ¿Te resulto también atractivo desde ese punto de vista?”. El marido respondió azorado: “Bueno, sí… Pero usted, padre…”. “¡Sí, soy vuestro pastor!”, afirmó rotundo el cura, “Pero una cosa ha de quedar clara. En esta ayuda que presto a los que acudís a mí, todo yo me pongo a vuestro servicio, incluido mi cuerpo, y me amoldo a las necesidades de cada cual… dentro de mis posibilidades naturalmente. Tampoco es que pretenda suplir carencias, sino coadyuvar a superarlas”. Durante este excurso el marido había fijado la mirada en las formas virilmente redondeadas del sacerdote, que le iban haciendo ver a un hombre que le atraía y minimizar la consideración reverencial que le infundía hasta entonces. “Me pasa algo parecido a lo que sentí con el otro”, confesó al fin. “Entonces te apetecerá tocarme ¿no?… O prefieres que te lo haga yo”, dijo el cura poniéndose a su alcance. “Es que aquí… con ella”, dudó el marido. “Precisamente para eso estamos… Si ella sabe, ahora también debe ver. Y yo voy a ser el lazo de unión para que ambos os podáis satisfacer”, declaró el cura, que ya directamente le tocaba la polla al marido, “Tendrá que animarse para que esté en condiciones de penetrar”. “¡¿A quién?!”, preguntó sorprendido el marido, quien no obstante ya le estaba tomando gusto al manoseo del cura. Éste respondió muy seguro: “A mí en primer lugar, ya que es eso a lo que tiendes… Lo demás se irá viendo”.

Como paso siguiente el sacerdote dispuso: “Acostaros los dos en la cama… No hace falta que os pongáis muy juntos”. Obedeciendo, cada uno lo hizo por un lado y quedaron bocarriba y separados. El cura entró por los pies y, de rodillas entre ambos, dijo: “Ahora voy a hacer trabajar mis manos”. Con una de ellas se puso a frotar la polla del marido, pero la otra la llevó a la entrepierna pilosa de la mujer, a la que advirtió: “Tú también necesitarás estímulos y es importante que estés lubricada cuando llegue el momento”. Ella se estremeció al contacto de los dedos con su vulva y más todavía cuando uno de ellos jugueteó afinadamente con el clítoris. La sensación no fue menos grata que la que tenía el marido al endurecérsele la polla por las manobras del cura. Así pues la mujer empezó a tensarse y suspirar, llevando instintivamente las manos a las abundosas tetas para estrujárselas. El marido entretanto resoplaba y, henchido de deseo, no apartaba la mirada del cura. Éste por fin apartó la mano del coño y comentó: “Bien mojada que estás ya, mujer”. A continuación soltó la polla del marido y se tendió bocabajo en el hueco que había entre ellos. “Aquí me tienes para que realices tu deseo”. El marido, ya suficientemente excitado, no dudó en montar al sacerdote, clavársele con una ductilidad asombrosa y darle afanosas arremetidas. El cura las recibía con un aguante que no traslucía el placer que sin duda estaba teniendo, mientras que la mujer se reponía del orgasmo alcanzado. Pero de acuerdo con su plan, cuando el sacerdote consideró llegado el momento, hizo parar al marido y, apartándose con rapidez, lo instó: “¡Sigue con tu mujer!”. Para el hombre, en el grado de excitación alcanzado, cualquier agujero era ya bueno para concluir su faena. Así que se abalanzó sobre la mujer y, dentro de ella, continuó la follada. El ímpetu del marido hizo que ella volviera a entonarse y repitiera los suspiros, ahora incluso de mayor intensidad. Bajo la complaciente mirada del cura, el hombre se vació con un orgásmico intercambio de fluidos.

Fue el sacerdote quien rompió el calmado silencio con que se recuperaba la satisfecha pareja. “Creo que puedo sentirme orgulloso de este disfrute de unión conyugal al que he ayudado de todo corazón. Bien sé que tú, hombre, seguirás aferrado a tus inclinaciones y que tú, mujer, no podrás recibir a tu marido como desearías. Sin embargo, siempre podéis contar con el cobijo que sin dudarlo encontraréis en mí cuando queráis regalaros de nuevo con un encuentro como el de hoy”. Desde luego la esposa pensó que un doble orgasmo con el dedo del cura y la polla de su marido merecía repetición. Asimismo el esposo se dijo que no le importaría volver a usar el culo del cura, lo que le compensaba con creces haberse de vaciar luego en el coño de su mujer.
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Otro matrimonio acudió al sacerdote a plantearle una cuestión diferente. Ahora fue el marido quien habló: “Vaya por delante que tenemos unas relaciones sexuales bastante satisfactorias. Pero el problema es que yo soy muy adicto al sexo oral… No sé si será correcto tratar de algo así con usted, padre”. “¡Faltaría más!, lo animó el cura, “Cómo me va molestar que expliques con toda sinceridad esos asuntos que importan a cónyuges tan unidos como se os ve a vosotros… ¡Sigue, hijo, y no tengas apuros!”. Tranquilizado el marido continuó. “El caso es que yo la hago disfrutar de esa forma, pero en cambio ella se resiste a hacérmelo. Entiendo que mi miembro es tan grande que, cuando lo ha intentado, no se lo puede meter bien en la boca y hasta le dan arcadas. Entonces desistimos y yo me quedo frustrado…”. El cura no dejó de pensar: “Si la tienes tan grande como eres todo tú, no me extraña”. Porque el marido era un hombretón que doblaba en volumen a la esposa.

Asimismo, en este caso, el cura utilizó toda su retórica y las argumentaciones rocambolescas que le hacían aparecer ante la embaucada pareja como el intermediario desprendido y necesario. El hecho fue que ambos cónyuges llegaron a quedarse tan en cueros como el propio cura, que había predicado con el ejemplo para darles confianza. Ante la cama que les ofrecía, les dio las pautas a seguir. “Iniciad la relación como si estuvierais en vuestro propio lecho conyugal y despreocupaos de mi presencia, que es puramente asesora. Solo intervendré para evitar esa frustración que os lastra”. Aún titubeaba la pareja sobre cómo proceder y el cura no tuvo inconveniente en dirigir la operación. “Tú, mujer, tiéndete para recibir el placer que tu marido sabe darte con su boca… Y tú, hombre, arrodíllate ante ella e inclínate para alcanzarla. No pienses en nada más que en satisfacerla y verás que eres también recompensado”. El marido procedió pues a comerle el coño a su esposa. Cuando ésta empezó a emitir placenteros gemidos, el cura se sentó a los pies de la cama y fue echándose hacia atrás hasta que su cabeza quedó entre las rodillas separadas del hombre. La espléndida polla ya endurecida le rozó la cara  y, abriendo rápidamente la boca, la engulló. El hombre tuvo un estremecimiento al sentir así atrapado su miembro, pero el gusto que le embargó hizo que prosiguiera con más ahínco trabajando a su mujer. Cuanto más chupaba el cura, los grititos de ella subían de volumen y el marido apretaba los muslos contra la cabeza de aquél. Un orgásmico gemido de la mujer fue seguido de una abundante emisión de semen en la boca del cura.

Éste fue el primero en recuperar una posición más digna. Zafándose de las piernas del marido, se irguió y quedó de pie junto a la cama. La mujer, reponiéndose de su sofoco, no tenía una conciencia precisa de lo que había pasado y le sorprendía la expresión satisfecha y relajada de su marido tras la experta mamada del cura. El esposo por su parte no podía menos que estar encantado con la pericia del sacerdote, cuya boca lo había llevado al séptimo cielo. Que fuera un hombre quien le había chupado la polla en lugar de su mujer, el propio cura quiso sustraerlo de cualquier cuestionamiento. “Tened claro que la suplencia a la que me he prestado por encima de cualquier prejuicio, lejos de ser una intromisión artera en vuestra intimidad, no ha tenido más fin que prestaros un servicio en aras de la harmonía conyugal… Tú, esposa, has disfrutado de los desvelos de tu marido, tal vez con mayor intensidad al haber quedado despejadas en él las nubes de la frustración. Y tú, esposo, has cumplido tu deseo por mi interposición desinteresada”. Fuera como fuera, ambos habían quedado bien a gusto y no descartaban nuevas visitas al sacerdote para recibir sus sabios consejos.
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El matrimonio que acudió a buscar los consejos del sacerdote fue una novedad para él, pues se trataba de dos hombres, ambos robustos y maduros. Uno de ellos empezó a exponer: “Tal vez usted, padre, no apruebe nuestra situación, pues estamos legalmente casados…”. El cura lo interrumpió. “¡En absoluto, hijos! Mi mente es abierta ante el amor que haya surgido entre dos personas. Podéis hablar de lo que os trae ante mí sin que nada os coarte”. Más entonado, el otro siguió. “Pues sí, nos queremos muchísimo y nuestra vida matrimonial es muy satisfactoria… Pero hay una cuestión que afecta a nuestras relaciones íntimas”. El cura lo animó. “Para eso me tenéis aquí, en lo que pueda ayudar”. Como el que había hablado hasta el momento parecía titubear para entrar en el tema, tomó el relevo su marido. “¡Verá, padre! No sé si a usted le resultarán conocidos los papeles de activo y pasivo en una pareja como la nuestra…”. “¡Faltaría más! Nada de lo humano me es ajeno”, afirmó el cura. “Entonces…”, volvió a arrancar el que intervenía ahora, “El problema que tenemos  es que los dos somos de tendencia activa y lo de pasivos nunca lo hemos disfrutado. En todo lo demás funcionamos perfectamente, pero nos abstenemos de esa práctica entre nosotros”. “¡Loable delicadeza la vuestra!”, exclamó el cura. Entró al trapo el primero. “Ya que usted se muestra tan abierto, padre, permita que sea algo crudo en lo que le voy a explicar… El caso es que a los dos nos atrae mucho realizar el coito anal, como activos se entiende, y ahora que estamos casados consideramos que no estaría bien que lo buscáramos fuera del matrimonio”. “Pero la tentación es muy fuerte”, apostilló el otro, “Por eso buscamos su apoyo para que nos ayude a superarla”.

El cura ya se estaba relamiendo de gusto por la oportunidad que se le presentaba. Tras quedar pensativo unos instantes, dijo con gesto serio: “Me complace que hayáis acudido a mí para evitar lanzaros por caminos que habrían puesto en peligro la harmonía de vuestra unión… Pero de qué os valdría yo si no supiera dar respuesta a vuestras inquietudes”. La pareja quedó atenta en espera de dicha respuesta. Aunque el cura fue preparándolos para la exposición de lo que ya tenía en mente. “Muchos matrimonios han desvelado en la intimidad de estas paredes los problemas más sensibles de su relación, casi siempre en el terreno de la sexualidad. Humildemente puedo deciros que, entregándome en cuerpo y alma a hacer de mediador, he podido fortalecer los lazos entre ellos. La de veces que han vuelto agradecidos para les siga alentando… Y lejos de hacer distinciones, lo mismo estoy dispuesto a ofreceros”. A los dos hombres les costaba captar el alcance de esa labor de mediación en lo que planteaban ellos. Por eso uno volvió a destacar: “Nuestra relación es muy buena…”. El cura lo cortó. “Aunque hay un pero ¿verdad? A ambos os corroe un deseo insatisfecho y eso es lo que yo podría subsanar aquí donde estamos”. “Tal vez no nos hemos explicado bien…”, objetó el otro. “Me ha quedado muy claro”, afirmó el cura, “Los dos anheláis realizar coitos anales,  pero no podéis llevarlos a cabo entre vosotros. Y no queréis romper vuestros lazos de fidelidad”. “Así es, padre ¿Cómo puede usted ayudarnos?”.

El cura entró ya a introducirlos en su peculiar método de choque. “Lo que tenéis que preguntaros es cómo intervengo yo para resolver las cuestiones que se me plantean. Y en vuestro caso me va a ser más fácil hablaros con claridad… Tened en cuenta que en las parejas en que hay una mujer es más complejo actuar de enlace entre los cónyuges. Siempre es el marido sobre quien he de operar más incisivamente. En cambio vuestras insatisfacciones son idénticas y os puedo tratar como iguales”. Una vez más la pareja se perdía con estas disquisiciones. “Porque, si lo que subyace en todos los casos es una carencia carnal, es mi propio cuerpo el que entrego para suplirla. Y ello exige que depositéis una plena confianza en mí y aceptéis todo cuanto os proponga sin el menor recelo… Solo me mueve el ánimo de serviros y lo que aquí vaya a suceder quedará entre nosotros”. No se puede negar que el sacerdote conseguía crear un cierto efecto hipnótico en sus presas.

Amablemente hizo que se desplazaran al dormitorio. “Ya veis que os traigo a mi espacio más íntimo, porque es mi intimidad la que voy a ofreceros. Y necesito que también entreguéis la vuestra”. Como los otros dos seguían sin entender del todo a dónde quería llegar el cura, éste expuso: “No seréis lo primeros que aceptan quedar desnudos, como yo también haré… Y no hablo ya en sentido figurado”, aclaró, “Solo cuando nuestros cuerpos estén tal como Dios los ha creado, podré atender a la satisfacción de vuestros anhelos”. “¿Quiere entonces que nos quitemos la ropa?”, preguntó uno precavido por si no lo había entendido bien. “Si esposas pudorosas no han tenido reparos en confiar en mí y han seguido mis instrucciones junto con sus maridos, cuánto más fácil debe sernos ahora al ser hombres los tres”, arguyó el cura. Predicando con el ejemplo, él mismo empezó a despojarse de su ropa, con una solemnidad que lo hacía parecer un ritual. Los otros dos se miraron confusos y encogieron los hombros como tácita aceptación. Así que siguieron la táctica del cura y pronto estuvieron los tres en cueros.

El sacerdote hubo de disimular la mirada de lascivia que proyectó sobre aquellos cuerpos macizos que al fin se mostraban ante él. Tampoco la desnudez del cura resultaba indiferente a la pareja, que aún no asimilaba del todo cómo habían llegado a esa situación. Pero el cura, naturalmente, ya sabía la forma de encauzar sus designios. “Lejos de cualquier ánimo lúbrico estamos aquí para ahondar en los que constituye una falla en vuestros afectos. Y yo, una vez más, os ofrezco mi plena disposición para que la resolváis…”. La pareja debió pensar: “¿Qué seguirá ahora?”. Pues ni más ni menos el precalentamiento que necesitaba el cura para garantizarles su disponibilidad. “Os invito a que toméis posesión de mi lecho y en él, sin que os perturbe mi aséptica presencia, os entreguéis a expresaros vuestro legítimo amor hasta llegar al límite que os resulta difícil franquear”. Temblorosos, tanto por lo insólito de la propuesta como porque, pese a ello, se les había avivado una cierta excitación, ambos se tendieron sobre la cama y, tratando de abstraerse de la extraña supervisión sacerdotal, empezaron a acariciarse y besarse. Su animación fue en aumento y, ya los dos empalmados, evolucionaron hasta entregarse a un experto sesentainueve. El cura se recreó en la mutua mamada, atento al momento en que sería oportuno darles el alto. “Parad ahora ya que no necesitaréis intercambiar así vuestros fluidos”. La pareja se detuvo expectante mirando hacia el cura. Como éste no podía ocultar la manifiesta erección que le habían provocado las actividades amorosas, le dio enseguida una explicación. “Ya veis que me he mimetizado con vosotros para no ser un elemento ajeno a vuestra unión”. Los otros dos, en plena calentura, ya no cuestionaban nada y maquinalmente se fueron apartando mientras el cura, introducido en la cama, se abría paso entre ellos. Tendido bocabajo les presentaba su orondo y tentador culo. Sonó su voz. “Aquí me tenéis para que, sin necesidad de buscarlo al margen de vuestro matrimonio, podáis satisfacer ese anhelo que tanto os inquietaba”. Como a la pareja aún la paralizaba la sorpresa, el cura les instó. “Penetradme ambos sin el menor reparo como más le plazca a cada uno, que yo me ofrezco así para recibir vuestros miembros y lo que de ellos lleguéis a verter”. Con las ganas atrasadas de dar por el culo que acumulaban ambos ¿quién se iba a resistir a tan apetitosa oferta? Y además con todas las bendiciones del generoso sacerdote.

Aunque durante unos segundos trataron de guardar armoniosamente las formas sin decidirse a ser el primero en gozar de aquel regalo, al fin fue el más ágil quien se lanzó a montar al cura. Éste reprimió cualquier manifestación de agrado al sentirse penetrado y tan solo se remeneó ligeramente para facilitar que la polla le entrara entera. El follador bombeó un rato bajo la ansiosa mirada de su marido, al que dadivoso llegó a ceder el puesto. El cura acusó el relevo de vergas y lo alabó. “¡Así me gusta! Que me compartáis como muestra del amor que os une”. Pero, fuera por la excitación de la espera, fuera por una menor capacidad de aguante, los resoplidos del segundo expresaron claramente que ya iba a llegar hasta el final. Tras la aparatosa corrida, el marido no tuvo el menor reparo en meterla de nuevo en el ojete rebosante de leche y tampoco tardó demasiado en vaciarse dentro del cura.

Así saciados, los dos volvieron a estar tendidos a los lados del cura, al que hubieron de ayudar para que quedara asimismo bocarriba. Al igual que las de la pareja, su polla aparecía retraída, aunque hábilmente procuró arrugar la sábana para disimular su propia leche que, en un momento u otro de la doble follada, había disparado. Por supuesto no iba a tardar en hacer su comentario. “Ya habéis visto que, gracias a mi desprendimiento al permitiros usar mi cuerpo, se han cumplido vuestros deseos sin que cada uno haya tenido que buscar por su cuenta su satisfacción alterando vuestra unión”.  Entusiasmado uno de los cónyuges exclamó: “Nunca se nos habría podido ocurrir que llegaríamos a hacer algo así ¡Qué sabio es usted, padre!”. El otro apostilló: “¡Y cómo se ha sacrificado por nosotros!”. El cura aprovechó para garantizarse el futuro. “Pues de ahora en adelante no dudéis en acudir de nuevo a mí cada vez que os acucien las mismas inquietudes”.

lunes, 10 de septiembre de 2018

La vocación tardía del comisario (y 2) (11)

Jacinto y Eusebio acudieron a la cita que el segundo había concertado con Walter. El despacho se hallaba en un moderno edificio de oficinas y estaba muy bien amueblado y decorado. Aunque a Jacinto le pareció que había mucho de puesta en escena. Walter los recibió con cordialidad, dándole la mano a ambos. Los invitó a sentarse en sendas butacas ante su mesa y él ocupó su sillón al otro lado. “Me alegro de que volvamos a estar juntos los tres… Aunque las circunstancias son muy distintas ¿no os parece?”. Jacinto mantuvo una expresión adusta y llegó a molestarle la sonrisa boba de Eusebio. “Tenía mucho interés en verme con vosotros por algo que os voy a explicar”. Hizo un inciso para advertir a Eusebio. “De esto no había comentado nada contigo. Es una primicia para vosotros dos”. Walter prosiguió. “Resulta que tengo unos amigos en California con los que me estoy asociando. Están en la industria cinematográfica y editan vídeos que comercializan en unas webs de pago… Todo legal ¡eh!”. La mención de vídeos había puesto ya en guardia a Jacinto. “Una de sus especialidades es la de sexo entre hombres maduros y gruesos –‘daddies’ y ‘chubbies’ los llaman ellos–, y os aseguro que tienen muchísimo éxito”. Más recelo por parte de Jacinto. “Me tomé la libertad de enseñarles el que ya conocéis…”. Jacinto estalló. “¡Dijiste que no lo usarías!”. “¡Calma, hombre! Solo lo vieron en plan reservado y están a miles de kilómetros. Además cosas así no son ninguna novedad para ellos y recuerda que yo salgo también… El caso es que quedaron encantados”. La estupefacción de Jacinto permitió continuar a Walter. “Precisamente les admiró tu espontaneidad y capacidad de aguante… Y yo tampoco hacía mal papel”. Metió baza Eusebio. “Eso que no llegaste a gravar la follada final”. Se ganó una mirada asesina de Jacinto, que Walter le compensó. “Pue si tú entraras también en juego con tu vehemencia quedaría redondo”. Jacinto tomó aire para soltar: “Después de lo que me hiciste ¿ahora pretendes convertirlo en espectáculo? ¡Artista porno, lo que me faltaba!”. “Eres capaz de eso y de mucho más. Que ya nos conocemos todos… Si tú mismo disfrutaste luego viendo el vídeo a pesar de habértelo hecho a traición”, replicó Walter, “Y lástima que no se pueda gravar en ese club al que vais y donde os lo pasáis tan bien”. Jacinto se giró furibundo hacia Eusebio. “¿También le has contado eso?”. “¡Hombre, yo…!”, balbució Eusebio, “Era para que supiera lo bien que nos llevamos”.  “¡Bonita encerrona!”, exclamó Jacinto. “De esto de América yo no tenía ni idea”, se reafirmó Eusebio dolido. “¡Bueno, bueno! Vamos a tranquilizarnos”, intervino Walter, que no quería que el asunto se le fuera de las manos, “La cuestión es que me han pedido autorización para incorporarlo a su catálogo y, claro, yo querría contar también con tu permiso”. La cara de espanto de Jacinto hizo que Walter añadiera enseguida: “Ten en cuenta que esos vídeos tienen su mercado principal en Norteamérica y salen en webs de pago… Aquí lo verían si acaso habas contadas y sería muy improbable que alguien llegara a reconocerte. En cualquier caso sería como los tíos que te ven en ese club y allí no parece que te importe”.

Antes de que Jacinto reaccionara, Eusebio comentó: “Eso no lo pretenderán por la cara, digo yo”. Lo que dio pie a Walter para enfatizar: “Pagarían muy bien, más de lo que podáis imaginar. Y si hay éxito,  las ganancias se multiplican e iríamos a medias…”. Jacinto, estupefacto ante la propuesta, no llegaba a entender sin embargo que el golfo de Walter tuviera el detalle de pedirle permiso y no hubiera hecho el negocio por su cuenta. Cosa que podría hacer de todos modos aunque él se opusiera… Tuvo ocasión Eusebio para mostrar cierta decepción. “¿Y ahí quedaría todo?”. Pareció que lo hubiera acordado con Walter, como probablemente así había sido, porque éste aprovechó para soltar la bomba final. “Pero ponen una condición, que podría ser aún más lucrativa para nosotros si la cumplimos… Como sabéis el vídeo quedó incompleto, tanto en lo que pasó después de que se cortara como en la parte en que estuvisteis vosotros dos…”. Eusebio lo interrumpió ya más animado. “Que también fue estupenda”. “Así que si no quieres caldo dos tazas… ¿Me llevaríais también a la fuerza?”, reaccionó Jacinto. Inconscientemente estaba dando una pista de lo que, en el fondo, siempre le llevaba a caer en lo que en principio encontraba inaceptable, y que captaron todos menos él. Por ello Walter, fingiendo que pasaba por alto esa opción, hizo ver que zanjaba el asunto por el momento. “Aunque no puedo tardar mucho en contestar a los americanos, solo te pido que te lo pienses. Al fin y al cabo tú eres la estrella”. “No sé yo…”, concluyó Jacinto enfurruñado.

Cuando volvieron a casa Jacinto y Eusebio, éste comentó: “¡La de gente que podría ver lo mucho que nos queremos!”. Jacinto replicó con ironía: “No es eso precisamente lo que irían a ver”. En las reflexiones de éste acerca de la propuesta de Walter había sin embargo dos niveles. Tenía claro que oponerse a que se publicara el vídeo ya existente sería en vano. Que Walter le pidiera permiso no era tanto para lo que ya tenía en su poder, y con lo que haría lo que le diera la gana, como para la continuación, que requería su presencia activa. En cuanto a lo primero, reconocía que los numeritos que Walter le había obligado a montar, por muy humillantes que hubieran sido, al verlos él después, le habían llegado a excitar. Hasta le daba cierto morbo que le gustara tanto a gente que miraba el azaroso incidente desde fuera. Aunque no llegaba a entender que alguien fuera a pagar por eso,  más valía dejar que Walter se saliera con la suya una vez más. Pero esto en relación con el vídeo fraudulento. Porque en lo de gravar una segunda parte no estaba dispuesto a transigir. Volver a aquel antro y revivir la incertidumbre que había sentido sobre su futuro, una vez que supo que había sido pillado en la trampa, era más de lo que se le podía exigir, por mucho que ahora fuera una mera simulación. Así que ya podían gravarse follando allí Walter y Eusebio, que con él no iban a contar… En su ingenuidad para estas cuestiones, Jacinto pasaba por alto que su resistencia era lo que más convenía a Walter, e incluso a Eusebio, para lo que ya tenían decidido.

Durante un par de días Eusebio se abstuvo de hacer más comentarios sobre los vídeos y además se ausentó bastante de la casa. Sin descuidar, por supuesto, las necesidades vitales de Jacinto. Entretanto Walter y Eusebio tramaban la forma de enredar a Jacinto en su plan. Ambos partían de la experiencia de que cuando éste daba más de sí era al ponerlo ante lo inesperado. Ni siquiera Eusebio tenía mala conciencia en participar en tamaña trampa a su amado Jacinto, por su convencimiento de que así llegaría a convertirse en un exitoso actor porno. Y de paso él también podría aparecer, con lo que le ilusionaba, cosa que no ocurriría si no había una segunda parte.

La trama estaba en marcha y Walter disponía de los suficientes recursos personales y materiales para darle verosimilitud. Por lo pronto Eusebio no apareció en todo un día por la casa de Jacinto y ni siquiera fue a dormir aquella noche. A Jacinto no dejó de extrañarle, pero tampoco le dio demasiada importancia. Últimamente parecía estar muy ocupado, a saber qué chanchullos lo ocupaban. Ni se le ocurrió pensar que el chanchullo le afectaba a él… Para distraerse, Jacinto había decidido darse una vuelta por algún urinario público. Pero cuando se disponía a salir, llamaron con contundencia a la puerta. Al abrir se encontró con dos tiarrones, uno de los cuales le mostró fugazmente una placa. Tan sorprendido quedó Jacinto que, con toda su pericia profesional, no supo captar la falsedad de la misma. Uno de los hombres habló: “Hemos detenido a dos individuos, uno de los cuales vive en esta casa. En estos momentos van a ser conducidos a un local donde, según su confesión, realizaban parte de sus actividades. Al parecer, usted está implicado en ellas y deberá acompañarnos para un careo”. Todo bastante chapucero, pero Jacinto, acojonado, no estaba como para discutirlo. Procedieron a esposarlo y, ante la entrada de la finca, había un coche negro al que lo hicieron entrar. En el trayecto, en absoluto silencio los tres, Jacinto se puso a  elucubrar. “Habrán descubierto por fin lo de las extorsiones de Walter y, tirando del hilo, han llegado a Eusebio y a la maniobra que hice con su detención”. Lo recorría un sudor frío y tuvo que hacer esfuerzos para no orinarse encima.

Pese a la inverosimilitud de la situación, tan ofuscado estaba Jacinto que no le extrañó ya que el coche se detuviera ante la puerta metálica que reconoció como el acceso a donde había estado encerrado por Walter. Los hombres hicieron bajar a Jacinto y procedieron a subir la puerta. Cogido de los brazos lo hicieron entrar y, para que quedara luz, dejaron un trozo de aquélla sin bajar. Jacinto vio enseguida la que daba al cuarto donde había estado encerrado. Uno de los hombres llamó con los nudillos pero no obtuvo respuesta. “¡Qué raro! Parece que no hay nadie… Pero luz sí que se ve”. Se filtraba por debajo de la puerta. “Pues entremos”, decidió el otro y empujó a Jacinto. A éste le dio un vuelco el corazón al observar que todo allí estaba exactamente tal como lo recordaba. El primer hombre dijo: “Voy a hacer una llamada, a ver qué pasa… Esperad aquí”. Jacinto quedó en medio del cuarto, esposado y bajo la mirada un tanto socarrona del vigilante, que se permitió comentar: “En buen lío estás metido”. No tardó en volver su compañero. “Dicen que ha habido problemas y que tardarán… Para ganar tiempo debemos registrar las pertenecías de éste e inspeccionarlo según el reglamento”. Por más ajenas a cualquier protocolo que le sonaran a Jacinto tales medidas, estaba tan asustado que ni siquiera fue capaz de cuestionarlas. Los otros dos parecían por el contrario tenerlo muy claro, de modo que uno advirtió: “Para que puedas quitarte la ropa, te vamos a soltar ahora las esposas… Pero ojo con hacer alguna tontería, porque a la más mínima te encerramos en el armario”. Con las manos libres y desde luego sin el menor ánimo de rebelarse, Jacinto se atrevió a preguntar: “¿Qué tengo que quitarme?”. “¡Todo! Incluidos zapatos, calcetines y ropa interior”. Así que Jacinto fue dejando sus prendas de vestir sobre el camastro, pensando con la poca ironía que la situación le permitía: “Sea por lo que sea siempre me toca ponerme en cueros”.

Los presuntos gendarmes iban palpando a conciencia todo lo que se quitaba Jacinto, como si buscaran algo oculto. Por supuesto examinaron la cartera, cuyo contenido fueron cantando: “Veinticinco euros, DNI, carnet de pensionista, abono de transporte y este otro carnet de un club… Habrá que averiguar de qué se trata”. A continuación procedieron a lo que habían llamado ‘inspección reglamentaria’. Hicieron que Jacinto levantara la cabeza, sacara la lengua, pusiera los brazos en alto, se diera la vuelta, subiera una pierna y luego la otra, se echara hacia delante y doblara las rodillas… Jacinto no podía ver los esfuerzos que hacían para aguantar la risa. Una vez de frente otra vez, le pidieron que se levantara los testículos y el pene, así como que corriera la piel de éste. “Pero sin tomarle el gusto ¡eh!”, le reconvinieron. Para la última prueba, uno preguntó al otro: “¿Has traído guantes de goma?”. “No… Pero esa bolsa de plástico servirá”. Jacinto tuvo que doblar el cuerpo sobre el camastro para que un dedo envuelto en plástico le hurgara por el ojete. “El tío ni se queja”, oyó a sus espaldas.

Una vez ‘repasado’ Jacinto de esa forma intensiva, le dieron permiso para que se sentara en el camastro. “Los otros no vendrán ya hasta la tarde… Que se lo tome con calma” Los hombres siguieron comentando entre ellos. “Deberíamos volver a esposarlo”. “¡No, déjalo así! Con lo acojonado que se le ve no se va a mover”. “Tal vez querría vestirse”. “¿Tú qué dices?”, dirigido a Jacinto. “Me da igual”, contestó en plan de desafío. Pero, como si la sucesión de afrentas no se fuera a detener nunca, uno de ellos se quedó mirando a Jacinto y soltó: “¡Oye! ¿Éste no es el tío del vídeo ese que requisaron?”. “Ahora que lo dices, parece que sí y el sitio es éste… Menudo descojono tuvimos todos viéndolo”. “Pues vaya vicio le echa el muy salido… Y míralo ahí con cara de mosquita muerta”. “¿Qué dices tú de eso?”. Interpelado Jacinto, que no podía más de sofocación ante el embrollo en que parecía estar metido, trató de despistar. “No sé de qué habláis”. “¡Venga, hombre! Si hasta nos dijeron que traíamos al del vídeo”. “Si eso dicen…”, siguió displicente Jacinto. Uno de ellos se animó y empezó a tocarse ostentosamente el paquete. “Igual te gustaría hacernos un trabajito”. El otro le cortó. “¡Tú, no te pases!”. “Si debe manejar la boca de maravilla ¿No lo viste en acción?”. “Si es un viejo gordo…”. “Cierra los ojos si te da grima… No tenemos nada mejor para pasar el tiempo. Y a él seguro que ya se le está haciendo la boca agua”.

Jacinto seguía la conversación viéndolas venir. A lo mejor se ablandaban si les chupaba las pollas. Total ¿qué otra cosa podía hacer? Así que cuando oyó un desafiante “¿Te negarías?”, contestó indiferente: “Si queréis…”. El más lanzado ya se estaba soltando el cinturón y bajando los pantalones. Siguieron los calzoncillos y aparecieron los atributos. El más cortado parecía disimular. Jacinto se dijo que al menos tenía buen material con el que trabajar ¿Cómo hacerlo? El hombre se le había acercado y, siendo bastante alto, Jacinto optó por ir deslizándose del camastro hasta caer de rodillas ante él. Enseguida se puso a la faena sin vacilar. Palpó los huevos y la polla sopesándolos y, a continuación, levantó ésta para acercársela a la boca. La sorbió con su adquirida maestría y percibió con satisfacción que la vigorosa pieza iba adquiriendo volumen. Jacinto, en un trance de esa clase, se abstraía del contexto y se esmeraba al máximo. Lo cual expresó el fulano con arrebato. “¡Joder, qué boca! Me va a sacar hasta los sesos”. Para no precipitarse, Jacinto alternaba su experta mamada con lamidas a los huevos y a su entorno, aunque el otro reclamara: “¡No dejes de chupar que me está viniendo!”. Y vaya si le vino, llenando la boca de Jacinto de leche espesa que iba engullendo. El mamado, una vez que se soltó, no dudó en mostrar su contento. “¡Sí que ha valido la pena! ¡Cómo chupa el muy cabrón! Y se la ha tragado toda”. Hasta tuvo el detalle de ayudar a Jacinto a ponerse de pie. Lo cual dio lugar a que éste, por un efecto en cadena, no pudiera ocultar una patente erección. “¡Fíjate en cómo se ha empalmado el tío!”, hizo observar el hombre a su colega, “Yo de ti no lo desaprovecharía”. El interpelado, con una ya poco creíble reticencia y sin mirar directamente a Jacinto, procedió al igual que el otro a hacer accesible su bajo vientre. Aunque esta vez se sentó despatarrado en la silla y reclamó displicente a Jacinto. “¡Anda, a ver qué haces!”. Jacinto hubo de arrodillarse asimismo entre sus piernas e hizo lo que tan bien sabía hacer. Con la mirada perdida en el infinito y menos expresivo que su compañero, el tipo mostraba los efectos de la mamada con resoplidos y agitaciones. En un impulso irreprimible, en el momento álgido, agarró con fuerza la cabeza de Jacinto hasta que éste lo dejó vaciado. “Sí que ha estado bien, sí”, fue su único comentario. Jacinto, una vez servidos los dos esbirros, fue rápido a sentarse de nuevo en el camastro disimulando la erección que volvía a tener.

Ya con las vestimentas recompuestas, el más locuaz de la pareja dijo con cinismo: “Creo que no nos queda más que hacer aquí. Si los otros tardan es su problema”. “¿Y qué hacemos con él?”. “Lo dejamos esposado y en pelotas… De aquí no se moverá”. Procedieron así a enmanillarlo de nuevo, ante la resignada pasividad de Jacinto, que no obstante se atrevió a preguntar: “¿Quiénes ha de venir?”. “Eso ya lo verás”, fue la respuesta. También recogieron la ropa y, como resultó que tenían un juego de llaves, la dejaron dentro del armario. “¡Ahí te quedas, artista! Y gracias por las mamadas”, fue su despedida. Cerraron la puerta del cuarto por fuera y enseguida se oyó arrancar el coche.

Jacinto, al quedarse solo, tuvo un atisbo de lucidez que le permitió comprender que lo habían vuelto a meter en una farsa ¿Pero a qué venía aquel paripé de detención que una vez más lo había puesto en ridículo? ¿Todo por la continuidad de los dichosos vídeos? ¿Qué sería lo próximo que le aguardaba? Por otra parte, tuvo la intuición de mirar hacia arriba y, aunque con mejor camuflaje que en la anterior ocasión, por el reflejo de una lucecita roja en la pared, supo que gravaba una cámara desde la repisa sobre la puerta ¡Así que todo lo que allí pasaba también estaba siendo registrado! Su desesperado cabreo hizo que se dijera  a sí mismo: “Si lo que quieren es espectáculo, van a seguir teniéndolo”. Se tumbó en el camastro y, pese a las esposas, algo más manejables que las ataduras de la otra vez, se hizo una enérgica paja… Ya no le quedaba más que esperar.

Jacinto, que al adormilarse había perdido la noción del tiempo, no tardó demasiado en oír los ruidos que anunciaban la llegada de alguien. Enseguida se incorporó para volver a quedar sentado. Se abrió la puerta y ya no constituyó demasiada sorpresa que apareciera Walter, seguido de un Eusebio con la mirada baja y expresión contrita. La reacción de Jacinto no pudo menos que descolocarlos. “Os estaba esperando para que gravemos la segunda parte”. Se  valió de su momentánea indecisión para añadir: “Como estáis tan tecnificados, supongo que habréis podido ver mi actuación de hace un rato con vuestros secuaces”. Se había fijado en el portátil que llevaba Walter bajo el brazo. “Me gustará verla… Aunque esta vez la paja ya me la he hecho”. Mostró con las manos esposadas los restos que pringaban su entrepierna. Walter por fin habló condescendiente. “¡Hombre, Jacinto! Lo de antes ha sido una broma para que te ablandaras… y bien que la has aprovechado”. Eusebio quiso explicarse también. “En eso yo no he tenido nada que ver… Fui al despacho de Walter para hablar de cómo te podríamos convencer. Él lo estaba mirando y me lo enseñó”. “¡Tú te callas, que eres un mandado!”, le soltó Jacinto. “¿Entonces quieres que lo hagamos?”, preguntó Walter con un deje de suspicacia. “¡Pues claro! ¿Crees que no he entendido tus mensajes tan sutiles? Lo que tú no consigas…”. La firmeza irónica con que Jacinto recibía a los recién llegados les resultaba insólita a éstos. Ellos que pensaban que se lo encontrarían humillado y hundido, lo que lo haría ya más maleable, tenían ante sí ahora un Jacinto crecido y dispuesto a todo.

Ello se evidenció aún más al tomar Jacinto la iniciativa sobre lo que había de hacerse. “Primero teníamos que completar el vídeo anterior ¿no?”. Dirigiéndose a Walter precisó: “Se cortó cuando me ibas a dar por el culo… Me lo sé de memoria. Me diste en realidad pero no lo gravaste y habrá que repetirlo. Espero que te sientas con ánimos. Yo desde luego sí… Ya estás tardando en quedarte en pelotas, que es como estabas entonces”. A continuación interpeló a Eusebio. “Tú ahora no sales. Así que más vale que te quedes pegado a la puerta para que no estorbes a la cámara”. Sin darles respiro, Jacinto miró hacia arriba y vio que el piloto rojo estaba apagado. “Supongo que cortarías después de mi paja par veniros aquí”, dijo a Walter, “No te olvides de conectarlo otra vez”. Lo más curioso era que tanto Walter como Eusebio seguían sin rechistar las instrucciones de Jacinto. Así, Walter fue desnudándose y Eusebio se aplastó contra la puerta incluso metiendo la barriga para adentro.

No paró ahí Jacinto, pues continuó organizándolo todo. Imperturbable advirtió a Walter: “Antes de volver a gravar, recuerda que, en lugar de esposas, tenía las manos atadas con un cordel. Llevaba también la cola de cerdo metida en el culo y las pinzas con colgantes en los pezones. Espero que hayas conservado todo para no romper la continuidad. No quiero que resulte una chapuza… Además tú ya estabas empalmado. Si hace falta, te la chuparé antes para que salgas favorecido”. Walter llegó a pensar: “¡Joder, el tío está en todo!”. Pero tuvo que buscar en el armario la bolsa con los juguetes eróticos, que seguía conservando. “¡Eso es!”, dijo Jacinto, “Ahora cámbiame las esposas por el cordel”. Le tendió las manos y Walter procedió tratando de sostenerle la mirada que percibió desafiante. “¡Vale! Ahora las pinzas”. Jacinto alzó los brazos sobre la cabeza para dar facilidades y, al quedar aprisionados los pezones, tuvo un estremecimiento de dolor, aunque comentó: “Todo sea por el arte”. Faltaba el juego de bolas acabado en el aro que hacía de rabo y Jacinto, apoyando los codos en el camastro, facilitó que Walter se las fuera metiendo por el culo de una en una hasta que solo colgaba  el aro retorcido. Jacinto las recibía con solo leves temblores y tal entereza que Eusebio, observador silencioso, no pudo reprimir un sentido “¡Uf!”.

Jacinto decidió: “Éste es el punto en que deberías volver a gravar… Me sacas las bolas de un tirón y las sustituyes por tu polla. Espero que te luzcas”. Sin embargo Walter, con el desconcierto que la actitud sobrada de Jacinto le causaba, no había llegado a excitarse. Lo cual dio pie a una observación sarcástica de Jacinto. “Mal vamos si ya no te pongo… Veo que sí voy a tener que chupártela ¿O prefieres que te lo haga tu fiel Eusebio?”. Fue ya demasiado para Walter. En un arrebato de cólera, maniobró dentro del armario y declaró: “¡Se va a gravar desde ahora!”. A continuación agarró por sorpresa a Jacinto e hizo que cayera de rodillas ante él. Le sujetó la cabeza y forzó que su polla le entrara en la boca. “¡Chupa hasta que te atraviese el paladar!”. Hay que decir que, para Jacinto, este cambio supuso un cierto alivio. No se sentía cómodo en el papel de duro y ya había conseguido alterar a Walter. Por ello se esmeró en su mamada como solía hacer y llegó ponerlo en plena forma. Walter siguió con sus malos modos y apartó a Jacinto con tanta vehemencia que casi lo hace caer de espaldas. “¡¿Qué?! ¿Está ya bastante dura para tu culo?”. Pero antes tenía que dejárselo vacío del juguete. Así que le dio la vuelta y lo empujó para que cayera de bruces sobre el camastro. Le dio tal estirón a la argolla que las bolas salieron en cascada y Jacinto hubo de reprimir un grito de dolor. De inmediato Walter le clavó de golpe la polla y, sin darle respiro, lo folló de forma intensiva. Jacinto se sacudía todo él y los colgantes de las pinzas se balanceaban tirando de los pezones. “¡Ahí tienes mi leche!”, proclamó Walter, que fue frenando las embestidas hasta sacar la polla goteante. Tan espectacular resultó la escena que Eusebio tuvo que contenerse para no prorrumpir en aplausos.

Jacinto se irguió con dificultad para poder sentarse en el camastro. Seguía con las manos atadas y las pinzas en las tetas. “Así fue como te dejé porque te quisiste quedar para regodearte con tus cerdadas”, dijo Walter. “Estás estropeando la grabación”, le advirtió Jacinto. “¡No importa! Por si no lo sabes, luego se arregla en el montaje”, le cortó Walter. Entonces fue cuando Eusebio, sin atreverse no obstante en dejar su puesto, intervino. “¿Y yo cuándo saldré? Lo que hicimos los dos fue bastante bueno”. Walter lo tranquilizó. “Por supuesto que saldrás”. Pero añadió ambiguo: “Aunque tal vez no haga falta que lo repitáis”. “¿Cómo que no?”, inquirió Eusebio decepcionado. En respuesta Walter volvió a manipular dentro del armario. “Mirad el televisor y veréis”. Apareció Eusebio cortando las cuerdas que ataban las manos de Jacinto y mostrando su fastidio porque estuvieran pringosas de la paja que éste se había hecho. Luego le arrancaba de un tirón las pinzas de los pezones, estremecimiento dolorido de Jacinto incluido. “¡Así que también lo habías gravado!”, exclamó más contento Eusebio. Jacinto, al que la nueva argucia de Walter había sorprendido también, prefirió callar de momento, con no menos curiosidad que Eusebio por verse en acción. Éste, que se había sentado al lado de Jacinto, comentaba entusiasmado: “¡Hostia, sí que soy bruto!”. Aunque matizó: “Pero ya se notaba entonces lo mucho que me gustabas”. La grabación acababa cuando ambos se repartían el bocadillo de atún (*).

(*) Para refrescar toda esta escena me remito al comienzo de “El comisario cierra el círculo (1)”

“Quedó casi tan bien como la otra ¿no os parece?”, dijo eufórico Walter, que entretanto había ido vistiéndose. “Yo diría que mejor”, osó puntualizar Eusebio. Walter rio. “En cualquier caso, junto con lo de hoy tenemos un buen material… En California van a estar contentos”. Jacinto intervino ya. “Yo he hecho horas extra con tus sicarios… Podríamos incorporarlos a la troupe para nuevos vídeos”. El sarcasmo de la sugerencia fue aprovechada por Walter. “¡Vaya! Parece que por fin le has cogido el gusto… Lo de convertirte en actor estrella ya no te horroriza tanto”. “Una vocación tardía, ya ves”. Jacinto no llegaba a darse cuenta de que, desde su furor inicial, el haber sido usado como peonza por unos y por otros lo había atrapado una vez más. Así concluyó: “Ya hablaremos de eso… Quizás no te haga falta usar más trucos conmigo”.

Jacinto tomó conciencia entonces de que seguía con las manos atadas y las dolorosas pinzas en los pezones. “¡A ver quién me quita esto!”, advirtió. Walter se lavó las manos. “A mí no me mires… Será mejor que os deje para que arregléis vuestros asuntos”. El insaciable Eusebio pensaba ya en no desperdiciar lo ocasión. Se había puesto muy caliente viendo el vídeo y esperaba que Jacinto no estuviera tan enfadado con él como para no dejar que se lo follara ya puestos. Y si era así, le hacía ilusión que también se grabara. Por eso preguntó a Walter: “¿Seguirá funcionando la cámara?”. Walter se rio. “¡Sí! La dejaré un rato más… Será divertido ver cómo acabáis firmando la paz”.

El silencio, indiferente en apariencia, con que Jacinto los había estado escuchando hacía prever que, una vez solos, Eusebio iba a tener que oírle unas cuantas cosas. Como primera medida Jacinto se limitó a agitar frente a él, con gestos apremiantes, las manos atadas, que por uno o por otro aún seguían así. “¡Uy, sí! Enseguida te suelto”, se apresuró Eusebio, que iba a tratar por todos los medios de congraciarse con Jacinto. En cuanto a las pinzas, no era cuestión desde luego de darles el tirón a lo bestia de la otra vez. “Lo haré con mucho cuidado… Verás como no te duele tanto”. Poco a poco Eusebio fue abriéndolas y los pezones se liberaron enrojecidos y medio aplastados. Dolorido pese a todo, Jacinto consideró que al menos así ya se podía volcar en desahogarse de las afrentas de Eusebio que había acumulado. Para empezar, cuando éste se le quiso arrimar cariñoso, lo rechazó con aspereza. “¡Quita ya! Si deberías haberte ido con Walter. Eres tan golfo como él”. “Si a mí también me enreda”, trató de justificarse Eusebio, “Solo me dijo que te había citado aquí porque había hablado contigo y te había convencido para completar el vídeo… Me pareció raro porque no me habías comentado nada de eso. Pero ya sabes que soy muy crédulo”. “¿Crédulo tú? Si estabais conchabados desde el primer momento”, le echó en cara Jacinto. “Pues me he sentido muy orgulloso de ti al ver cómo le plantabas cara”, cambió de tercio Eusebio. “Y al final se ha salido con la suya”, reconoció Jacinto. “Es que tú eres muy buena persona ¡Si lo sabré yo!”. “¡Claro! Y por eso todo el mundo va a poder ver la poca vergüenza que tenemos”. “¡Qué más da!”, razonó Eusebio, “Ya no tienes nada que perder, y yo menos… A pesar de los sustos que te has llevado, has estado estupendo. Y me ha encantado salir contigo… Si hasta van a pagarnos”. “Siempre que no nos estafe Walter”. “¿Tú crees?”, se extrañó el ingenuo Eusebio. Esta conversación había ido calmando a Jacinto, aunque a pesar de todo seguía sin mirarlo de frente.

A Eusebio sin embargo no dejaba de quemarle la calentura de haberse visto en pantalla follando a Jacinto e, inasequible al desaliento, bebía los vientos por volver a hacerlo realidad. Con todos lo que, a lo largo de día, se lo habían ya beneficiado, por qué él no. Así que se le ocurrió una treta para preparar el terreno. “Me siento incómodo al verte ahí desnudo y estar yo tan vestido. No debería haber esa barrera entre los dos… ¿Te vas a molestar si me pongo como tú?”. “Haz lo que te dé la gana”, contestó displicente Jacinto, aunque sabía cuál iba a ser la secuencia de sus avances. Con el día que llevaba, qué más daba ya… Al quedarse en cueros Eusebio, su polla se levantaba pidiendo guerra. “Mira cómo me pones”. “¡Vaya novedad!”, pensó Jacinto, pero dijo: “Tú lo que quieres es seguir luciéndote ante la cámara”. “Ni me acordaba de eso”, mintió Eusebio, “Pero ya que lo dices, podíamos hacer algo bonito”. “¿Te vas a poner creativo ahora?”, ironizó Jacinto. “No es nada que no te haya hecho ya en el sling del club”. “Aquí no hay de dónde colgarme”, objetó Jacinto receloso de la inventiva de Eusebio. “Tú déjame hacer a mí”. Jacinto se resignó a que el forzudo Eusebio lo manejara a su gusto. Hizo que se tumbara bocarriba en el camastro y luego tiró de las piernas hasta que el culo quedó sobre el borde. Tiró de los talones que llevó hasta sus hombros y abrazó las pantorrillas. Una vez que el ojete de Jacinto quedó a la altura de la polla tiesa, Eusebio no tuvo más que dar un fuerte golpe de caderas para empalarlo a fondo. Jacinto, ya con el culo abierto, lo recibió sin chistar. Las enérgicas embestidas de Eusebio, que lo hacían agitarse como un flan, contrastaban con los besitos y lametones cariñosos que daba a los trozos de pierna que alcanzaba con su boca girando la cabeza a uno y otro lado. Cuando los resoplidos de Eusebio subieron al máximo, advirtió: “¡Mira ahora!”. Sacó rápidamente la polla que, liberada, empezó a lanzar chorros de leche que llegaban hasta la cara de Jacinto. Desde luego había logrado algo de lo más vistoso.

Ya serenado Eusebio, que se había vuelto a sentar junto a Jacinto, se puso nostálgico. “¡Ya ves! Le he llegado a coger cariño a este sitio… Al fin y al cabo fue donde te conocí”. Jacinto no podía ser ciertamente de la misma opinión, aunque dejó que Eusebio siguiera elucubrando. “Igual ya no volvemos más… Seguramente, para hacer más vídeos, iremos a platós más elegantes…”. Para Jacinto fue ya suficiente. “¡Anda, a vestirnos y a casa!”.