lunes, 29 de enero de 2018

Mi cirujano

Recientemente he tenido que someterme a una operación de cadera. El cirujano que me intervino me dejó prendado desde la primera consulta que tuve con él. Creo que hasta me decidí a arrostrar la pesada operación con tal de ponerme en sus manos. Grueso, de facciones carnosas en un rostro afable y un tono de voz persuasivo, portaba elegantemente su chaquetilla blanca de médico. En el quirófano, con la aséptica vestimenta verde, la visión de sus brazos recios y de vello suave, me tranquilizaba mientras hacía efecto la anestesia. Durante toda una etapa pre y post acudí periódicamente, y todavía sigo haciéndolo, a su consulta para comprobar los progresos, llevarle radiografías y demás. Siempre se muestra muy amable, sin prisas para atender mis dudas y darme recomendaciones para una mejor rehabilitación. Cada vez hace que me tienda en la camilla y, aunque estoy vestido, la forma en que me levanta la pierna para ir moviéndola, presionándola a veces contra su pecho y su barriga me resulta de lo más agradable. Y no digamos cuando me palpa la ingle al explicarme la funcionalidad de la articulación que he de reforzar.

Me había llegado a preocupar que, durante el tiempo de convalecencia y medicación, mi sexualidad hubiera llegado al mínimo. Apenas tenía erecciones y eyacular me costaba mucho, si es que lo conseguía. Entonces me decidí a comentárselo al doctor. Tan atento como siempre, me comentó que no pensaba que ni la cirugía ni la medicación tomada tuvieran influencia en mis carencias. Si acaso me recomendó consultar a un urólogo, cosa que no llegué a hacer ya que, afortunadamente, todo ello se fue normalizando. Pese a la irrelevancia de la consulta, el mero hecho de hablar de sexo con él se enredó en mi mente con los deseos que aquel hombre me espoleaba. Lo cual hizo que una noche llegara a tener un sueño de una gran nitidez y realismo, que ahora relato.

La ensoñación comenzaba en el momento en que, sentado el cirujano en su mesa y yo enfrente, le explicaba mis problemas de erección y eyaculación. Pero a partir de ahí tomaba unos derroteros muy diferentes. El médico habló: “Esas dificultades no deben tener relación con la operación y su tratamiento… Tal vez sea una cuestión psicológica. A veces en los matrimonios el deseo va decreciendo y, si ha habido algún problema físico, cuesta más recuperarlo”. “Yo no estoy casado, doctor”, le interrumpí. “¡Es verdad! Perdone”, se disculpó, “Ahora recuerdo que me lo dijo en el hospital y que el que se interesaba por usted era un señor… ¿Es con él con quien tiene relaciones?”. Me dio apuro contestar afirmativamente. “No tiene por qué sentirse incómodo al admitirlo… Además me pareció un hombre muy atractivo”. Este reconocimiento me animó a comentar: “Es de un tipo parecido al de usted”. Rio. “¿No estoy yo algo más gordo?”. Y sin esperar mi contestación, añadió enseguida: “¿Entonces también le resulto atractivo?”. “Mucho”, me atreví a responder.

De pronto el cirujano se levantó y dijo: “Vamos a la revisión en la camilla”. Cuando me senté en ella para tenderme vestido como de costumbre, me retuvo. “Mejor que se quede solo con la ropa interior”. Empecé a desvestirme ante él y me estiré con mis calzoncillos de tela habituales. Se puso a hacer los movimientos de mi pierna, llevándola de un lado para otro. Como la tenía desnuda sentía la calidez de sus manos al recorrerla. Me había descalzado para quitarme los pantalones y él luego me sacó los calcetines y me asía el pie por el empeine. Cuando apretaba la pierna contra su cuerpo, notaba con más nitidez las protuberancias de sus pechos y se me erizaba la piel. Manteniendo mis piernas abiertas procedió a palparme la ingle. Para ello me metía la mano por dentro de las perneras de los calzoncillos. Iba subiendo y bajando la pierna operada y sus dedos me rozaban los huevos y la polla inerte. Mi cuerpo no respondía a la excitación que me embargaba. “Voy a mirar eso que le preocupa… ¿Me permite?”. Introdujo la punta de los dedos por la cintura de mis calzoncillos y fue bajándolos con suavidad. Tuve que levantar ligeramente el culo para que pudiera quitármelos. Completamente desnudo allí tendido, el corazón me bombeaba con fuerza. El doctor me mantuvo levantada la polla con dos dedos y puso la otra mano en mi pecho. Confirmó lo que yo sentía. “Efectivamente la agitación que percibo no se refleja en su pene”.

Todo se aceleró desde ese momento. “Tal vez necesite más estímulos”, dijo quedamente como si pensara en voz alta. Entonces se apartó de la camilla avisando: “Repetiré los ejercicios de otra manera”. Pude ver con asombro cómo se quitaba la chaquetilla blanca. Y no solo eso, sino que a continuación lo hizo con la corbata y la camisa que llevaba debajo. Yo miraba embelesado lo que tantas veces había tratado de imaginar. El torso rollizo y velludo, con pronunciadas tetas que se volcaban sobre la oronda barriga. Como si tal cosa, se aproximó de nuevo a la camilla y se puso a hacerme los mismos movimientos con la pierna. Pero ahora el contacto de ésta era directo con su piel desnuda, caliente y palpitante, y sus vellos me cosquilleaban suavemente. Más que ejercitar la pierna, la sostenía levantada y abrazada contra su cuerpo, encajando en la depresión entre sus tetas. Además iba deslizando la mano libre todo a lo largo hasta llegar a la ingle. Allí trasteaba con los dedos en mi polla y la sensación que me producía era cada vez más intensa, hasta que noté una cierta dilatación. “Parece que reacciona”, le oí decir. Entonces soltó la pierna que aún sujetaba y se concentró en una frotación de la polla. “A ver si se consolida”, explicó. Experimentaba un gran placer, pero la erección no llegaba a afirmarse. “Me soltó y dijo: “Quizás con otros estímulos…”. Volvió a apartarse y, con la misma naturalidad con que se había desnudado de cintura para arriba, procedió con el resto de la ropa. Primero oí el sonido de los zapatos al descalzarse. Luego se soltó el cinturón y tuvo que apoyarse en la pared para quitarse los pantalones. Fue a dejarlos doblados sobre una silla y pude verle ya el orondo culo ceñido por un eslip blanco. Para mi ininterrumpida sorpresa, de nuevo frente a mí se lo bajó también, mostrando el sexo que se esponjaba entre el pelambre del vientre y los gruesos muslos.

Se acercó para reemprender la frotación de mi polla. “A ver ahora”, musitó. Pero enseguida añadió: “Puede tocarme también, si cree que le ayudará”. Mi primer impulso fue el de extender el brazo por detrás de él  para acariciarle las gruesas nalgas. Mis dedos repasaban el suave vello y se deslizaban por la blanda raja. Sin dejar de estimular mi polla, que a duras penas iba adquiriendo empaque, él mismo giró el cuerpo levemente para facilitar el acceso de mi mano a su delantera. La llevé al conjunto de huevos y polla que palpé sopesándolo. Luego subí la polla y la envolví con mis dedos. Gruesa y carnosa, fácilmente deslicé la piel y el capullo emergió húmedo. “Yo no voy a tener su mismo problema”, dijo sacándome de mi embeleso. Y en efecto, al cobijo de mi mano, la polla iba engordando y endureciéndose. Solo cuando el doctor manifestó “Parece que hay resultados”, me di cuenta de que tenía una erección que hacía tiempo no conseguía.

El doctor me soltó y asimismo se apartó suavemente librando su polla de mi agarre. Se frotó las manos como recuperándolas de la persistente frotación, pero manteniéndose bien a mi vista. Con una aparentemente involuntaria obscenidad, se me mostraba de cuerpo entero en una imagen que casi me mareaba. Mi vista se desplazaba de las aureolas rosadas, con los pezones más oscuros, que resaltaban entre el vello de las pronunciadas tetas hasta el bajo vientre peludo que soportaba la curvatura de la barriga. Separaba las piernas para que los huevos sobresalieran entre los muslos y encima de ellos la polla se alzaba gruesa y con el capullo brillante. El doctor hizo un gesto maquinal para recolocarse la entrepierna y se giró para coger algo de una estantería. Ahora lucía el culo que antes había acariciado, esférico y partido por la raja oscurecida de vello. “También tiene dificultad para eyacular ¿no?”, dijo, “Procuraré estimularlo  al máximo”. Se acercó de nuevo a la camilla y vertió unas gotas oleosas en la punta de mi polla, que seguía tiesa. Extendió el lubricante con los dedos, pero se colocó de forma que también pudiera tocarlo. Al alzar yo la mano, me la retuvo para echarme también unas gotas. “Así irá mejor”. Los dos manoseábamos la polla resbalosa del otro y me preguntó: “¿Qué tal va ahora?”. “Siento mucho placer… pero no creo que llegue a poder”, contesté balbuciente.

El sueño entró ya en una dinámica extrema. Tras decir el doctor “A ver si esto le funciona”, se inclinó sobre mí y sorbió mi polla con los labios. Chupaba tan deliciosamente que me sentía desfallecer. Insistió un rato y se detuvo para preguntar: “¿Mejor esto?”. “Sí, doctor, aunque sigue sin venirme”, respondí. En el fondo deseaba que aquello durara indefinidamente. “Hay mucho de psicológico”, afirmó, “Voy a darle ejemplo”. Entonces se desplazó hasta ponerse frente a mi cabeza, arrastró hacia él con el pie el escabel que necesitan algunas personas para acceder a la camilla y se subió. Se pegó al borde, que le quedaba a la mitad de los muslos. Él mismo me ayudó a ponerme de costado y con la endurecida polla ante mi cara, me ofreció: “Chúpeme ahora”. Apoyado en un codo me acerqué y abrí la boca. La ceñí a la gruesa polla y mamé con ansia. Si miraba de reojo hacia arriba veía su corpachón erguido con los brazos cruzados. Mi polla bailaba suelta al ritmo de las succiones. No tardé mucho en sentir que la boca se me iba llenado de su leche espesa y caliente. Solo había percibido en él un levísimo temblor. Mientras tragaba, se bajó del escabel y me puso el cuerpo otra vez bocarriba. “Esto es lo que tendría que hacer”, fue su único comentario. No dándose por vencido, volvió a chuparme la polla durante un rato pero, por más que me hacía disfrutar no pude sino hacer un gesto de impotencia con las manos. Creí que desistiría y más cuando me pidió que bajara de la camilla. Sin embargo quedó mirándome y comentó: “Con la erección que sigue conservando…”. Reflexionó unos segundos y propuso: “Hagamos una cosa… Póngase detrás de mí”. Se había apoyado en los codos sobre la camilla y me presentaba el fenomenal culo. Me dio instrucciones: “Aplíqueme un poco del lubricante que hemos usado antes y penétreme a continuación”. Tembloroso tomé el pequeño frasco y le eché unas gotas en el inicio de la raja. Antes de que resbalara del todo, la recogí con un dedo y tanteé en busca del ojete. El dedo entró fácilmente y lo removí un poco para untar bien. Arrebatado, me sujeté la polla con una mano para dirigirla al medio de la raja. Entró por completo y me inundó un tremendo ardor. “¡Muy bien!”, oí, “¡Ponga toda su energía!”. Empecé a moverme con una excitación desbordante y ahora sí que sentí un trallazo que sacudía mi entrepierna…

Me desperté sudoroso y con la respiración agitada. Mi polla estaba dura y la sábana húmeda y pringosa.

Absurdo todo ¿no? Pues solo faltaría que mi cirujano frecuentara estos blogs y llegara a leer el relato de mi sueño.

3 comentarios:

  1. Un poco mas corto que los demas pero igual de intenso... felicidades

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  2. Llevo desde 2013 leyendo sus relatos, y le puedo asegurar que, tanto por la calidad lingüística como por la gran imaginación, merece la pena leer todos y cada uno de ellos . Me alegro mucho de que no deje de escribir estos relatos y, por supuesto, espero que su cirujano lea ese relato para que nos pueda contar que tal le fue con el. Un saludo

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  3. Como siempre, muy sexy, parece verdad.

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